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Al paso que vamos con los discursos actuales, corremos el riesgo de hablar sin conocer realmente lo que estamos diciendo. Se tergiversan tanto las palabras y se usan con un desinterés inusitado, que las palabras pronunciadas dan lo mismo, en realidad nos quedamos con los sobreentendidos particulares; es decir, cada sujeto involucrado en dichas expresiones entenderá las cosas como quiera.
En esto del habla, decirnos cosas, comunicarnos y entendernos o no; la disparidad irrumpe arrolladora con un rico muestrario. Las ideas, intenciones y palabras, generan un galimatías de gran magnitud. Si comienza la gallina y vienen detrás los huevos, o bien sucede al revés, sigue haciendo brotar incontables incógnitas.
Razón tenía Samuel Beckett en aquellos escritos sobre el decir; enredaba a propósito las palabras, querer decir una cosa, no saber qué decir, tampoco acertar en cómo decirlo, decir por decir o desdeñar al fin el sentido de las palabras. Parece un reflejo de las maneras comunicativas empleadas hoy en día, los dichos generan una enrevesada madeja de expresiones.
Los medios de difusión transmiten una sensación de que nos estamos introduciendo subrepticiamente en las “calderas de Pedro Botero”. A lo largo de toda mi dilatada vida cada año hemos pasado unos días en los que hemos sufrido “las calores”.
España es un país de motos. Según datos que maneja Amv.es, empresa de comercialización de seguros de motos, más de 3,3 millones de españoles tienen una, lo que significa que prácticamente el 10 % de la población mayor de 16 años conduce sobre dos ruedas.
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