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Qué queremos expresar

El empleo de las palabras traduce el fondo de las mentalidades
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 21 de abril de 2023, 10:38 h (CET)

Al paso que vamos con los discursos actuales, corremos el riesgo de hablar sin conocer realmente lo que estamos diciendo. Se tergiversan tanto las palabras y se usan con un desinterés inusitado, que las palabras pronunciadas dan lo mismo, en realidad nos quedamos con los sobreentendidos particulares; es decir, cada sujeto involucrado en dichas expresiones entenderá las cosas como quiera. Está superado hasta aquel diálogo de besugos insustancial. Ahora se practica la ELUCUBRACIÓN independiente sin ningún pudor; no necesita para nada de las aportaciones ajenas; son verdaderos brotes individuales. Los resultados evidencian la escasa importancia de los argumentos donde priva la fuerza expositiva.


Los intentos de intercambio de saberes o de simples opiniones, circulan por una intrincada serie de laberintos sin salidas verosímiles. Las palabras se desvirtúan por su empleo descuidado. De las frases mejor no traerlas a colación. Las tendencias permanecen subyacentes, bien disimuladas por semejante confusión terminológica. Aunque la lógica ya no se tenga en cuenta para nada, la simple observación de las conversaciones o debates en curso demuestra la FRUSTRACIÓN resultante, no hay manera de entenderse con dichas bases para el diálogo. Curiosamente, ese estado de ánimo no parece estimular a nadie para intentar corregirlo, muy al contrario, se procede con una complacencia destructiva.


Estas distorsiones del lenguaje empleado acaban repercutiendo en la personalidad de los hablantes; completando la peligrosidad de un círculo vicioso. Las ideas tienen mucha prestancia de cara a la elección de las palabras y estas influyen en la configuración de las mentalidades, permaneciendo la incógnita de si es primero el huevo o la gallina. Para no quedar engullidos por esta vorágine desintegradora, hemos de mejorar sensiblemente las técnicas de cultivo para este apartado de la comunicación. Los SUCEDÁNEOS emergentes son insatisfactorios por su vaporosa enajenación, sean chips impersonales, mayorías cuestionables por desinformadas, agresiones contumaces o desinformaciones altisonantes.


Al estilo del Golem borgiano, necesitamos con urgencia conocer el valor de los nombres de las cosas, de las personas, de sus expresiones y actuaciones. Ni sabemos ni podemos revertir las confusiones desde todos los entes conocidos, ni del conjunto de las características de los lenguajes empleados. En una modesta paráfrasis del poema citado, apunto hoy a la relación de cuatro conceptos con el resto de conexiones sociales. Es peligroso el desmembramiento previo de las ideas, desvirtúa cualquier conato de conocimiento alcanzado sobre la presencia de los humanos en el mundo. Nos urge la REIVINDICACIÓN de los pensamientos articulados logrados hasta el presente, sin cerrazones dogmáticas, pero con la coherencia necesaria.


En primer término, centro el comentario en una palabra sencilla, esa que tanto empleamos:


Si el nombre es representante de la cosa,

En las letras de NIÑO asienta el niño

Con dos sílabas de acendrado cariño.

Sin caer en otra lectura aviesa.


No se trata de un accidente más, como parecen indicar los descuidos de sus necesidades elementales, de las atenciones educativas e incluso las legislaciones que los desplazan a planes secundarios.


Cuando la desplazamos a esferas de menor relevancia, surge el clamor de su verdadera importancia, veamos:


Cuando el nombre menciona la SENECTUD,

En sus nos muestra la insigne apuesta

De la calidad interior bien dispuesta,

Para transformar la dependencia en virtud.


No parece corresponderse con eso de pertenecer todos a la misma sociedad. El desdén real, el aparcamiento de sus integrantes, los obstáculos a su participación, no parecen encaminados a la transformación de las dependencias en virtudes.


Si tenemos clara la convivencia que anhelamos, convendremos en la carencia reflejada entre el estruendo ambiental:


El fragor de los sonidos nos aturde,

Suena en las letras cargadas de violencia,

Provocadoras de penosa estridencia.

Forjemos la TEMPLANZA que nos ayude


Nos asomamos de manera frenética hacia todo lo contrario. Agitados y convulsos, no sólo añoramos; clamamos desde el interior por ese equilibrio mental que no surge por arte de magia, estamos invitados a su conquista.


Una vez situados ante el desaguisado patente entre los comportamientos actuales, no basta el lamento ni la reclamación, será importante:


El estilo de las ideas es disperso.

Las letras se configuran al derecho,

Si prescindimos del empeño maltrecho.

Se impone PENSAR en el buen discurso.


Y hacerlo por encima de la ligereza acomodaticia. Aunque conocemos las numerosas limitaciones e incluso topamos con fondos misteriosos; también percibimos logros a nuestro alcance.


Si pensamos con templanza sobre los niños y la senectud, sin distraernos con señuelos deslustrados, ninguna de las cuatro palabras nos provoca las mismas sensaciones de los instantes previos. Lejos de entrar en fijaciones intempestivas, nos hallamos ante una LIBERACIÓN fascinante que nos invita a esa búsqueda del verdadero sentido de las cosas. Siempre acabará en unas nociones incompletas, pero configuradas de manera bien perceptible, evitando los engaños y confusiones, que favorecen sin discusión a las intervenciones abusivas por parte de gente desalmada, sin ese ánimo mínimo de unos seres humanos dispuestos a compartir con el resto del mundo sus peculiaridades pertinentes.


Dicho de otra manera, para que el Golem construido no se nos vaya de las manos, se requiere una buena armadura de palabras para que el lenguaje no se resienta. Esa conciencia está cargada de la RESPONSABILIDAD consiguiente de carácter insoslayable, aunque es evidente la escasa atención prestada a los matices inherentes a dichas necesidades.


Como nos repitió hasta la saciedad Lázaro Carreter, ahí están sus escritos, con el lenguaje se pone de relieve como están estructuradas las mentalidades; de donde su repercusión en los COMPORTAMIENTOS es notable. Las líneas directrices de la aventura existencial no las podemos elegir a capricho de nadie, pero la colaboración satisfactoria sí que es plausible.

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