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No hay civilización que perdure en el cuerpo a cuerpo, ojalá aprendamos a ser más corazón que hazaña, más existencia que irrealidad, más espíritu fraterno que necedad entre nosotros. Olvidamos que somos puro latido de verso, encaminados a entendernos, si en verdad queremos entrar en el auténtico reino de la poética, como ese viento que siempre permanece para darnos aliento y no fenecer en los propósitos.
Es tiempo de unir voluntades hacia esa cultura del abrazo, de la consideración hacia todo ser humano por minúsculo que nos parezca, de reflexionar conjuntamente sobre nuestras andanzas globales, de priorizar a la persona sobre la sociedad, la familia sobre otras instituciones, la ética sobre la política; máxime cuando algunas gobernanzas, fomentan descaradamente la discriminación y la xenofobia. Nos merecemos otros horizontes más justos, más respetuosos con la vida de todos; y, en este sentido, es primordial contar con una actividad laboral decente en todo el planeta.
Lo digo y lo repito, era mucha la felicidad de la que hemos gozado ciertos años, para que, poco a poco y por unos intereses espurios e inconfesables, no se fuese minando y socavando ese estado de paz social que, con esfuerzo, abnegación, renuncia y buena voluntad consiguieron los que cambiaron la dictadura por le democracia.
Es tan natural la forma como nos compenetramos con la ciudad en la cual vivimos, que no nos percatamos de su proceso de humanización o deshumanización, de tal manera que sólo con el paso del tiempo nos damos cuenta del deterioro de las condiciones que hacen posible la vida en ella.
Cuidado con las simientes de hostilidad sembradas, que nos ciegan y nos dejan sin poesía, o sea, sin ánimo en definitiva. Por supuesto, un ser humano sin latidos es un ser vacío, muerto, incapaz de amar a nadie, ni tampoco de amarse a sí mismo.
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