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La humanidad entera se está enfrentando al problema del dolor que se hace presente en nuestras vidas y del que no sabemos el porqué. Cómo es posible que un pequeño virus nos haya descolocado de nuestras apacibles vidas. Quizás cuando proyectábamos nuestras vacaciones, nuestro negocio, nuestro futuro no nos pasó por la mente que todo podía irse al traste.
Somos un mundo de contrastes. Hay una incongruencia entre los moradores, sobre todo entre su decir y su hacer. Luego está la desproporción de los caudales entre países pobres y ricos. Nos falta compromiso y nos sobra endiosamiento. Fallamos en todo o en casi todo. De ahí, lo importante que es reconocer nuestra inconfundible debilidad para poder enmendar ciertas relaciones, ya sean entre nosotros y nuestros análogos y también con el hábitat natural.
Esta calificación no es de ayer ni de hoy. En un año bisiesto se inventó la guillotina, fallecieron Shakespeare y Cervantes, se hundió el Titanic y otras muchas desgracias hasta llegar a este año 2020 que hasta ahora nada más que nos ha dado disgustos. Muchas coincidencias.
Ellos, si tienen su suerte, podrán llegar a la edad senil y se verán acuciados por la deficiencias propias de la senectud y, si otra pandemia ataca a la Humanidad y, como consecuencia, a los más débiles, la padecerán en primer lugar, y entonces, como dicen ahora, serán los culpables y responsables de su expansión y se verán arrinconados y desatendidos como se está llevando a cabo con los ancianos.Por el contrario existen personas que aman, cuidan y se preocupan por los ancianos a los que les reconocen su valía y dignidad y los colocan en el lugar que les corresponde por el respeto y la estima que se merecen.
No todo el pasado es histórico, aunque sí todo lo vivido forma parte de la trayectoria de las personas, esto que parece un juego de palabras es algo digno de tener presente durante los días del Covid-19, porque los hechos se revisten de historicidad en tiempos inflexión por su aportación o repercusión social.
Tal vez tengamos que poner una mirada más integradora en las finanzas, haciendo valer un espíritu más solidario y el poder de un propósito común, que no es otro que trabajar unidos para reducir la incertidumbre reinante y, de este modo, reforzar los cimientos de la economía mundial, que nos requiere de un sano espíritu abierto y de un buen corazón, al menos para que la excesiva desigualdad decrezca.
Me indignan las continuas historias de injusticia y crueldad que nos desbordan, el atropello de tantas vidas humanas que son explotadas a diario, los incesantes guiones despreciativos de la gente, la prepotencia de algunos líderes que se sirven de los más desvalidos, la de esos moradores convertidos en auténticos depredadores de las riquezas naturales, los asentamientos israelíes en territorio palestino que son una violación flagrante y que a pesar de haber sido condenados repetidamente por la comunidad internacional continúan activados, o esos países ricos como España, donde muchas gentes viven en la pobreza generalizada...
El mejor viaje es hacia uno mismo, que es donde verdaderamente se pueden romper barreras, superar fronteras, intimar cambios, compartir y despertar sentimientos, construir horizontes de esperanza. Nunca es tarde para ponernos en marcha con nuevas ilusiones. Nos hace falta propiciar la gran revolución de la ternura, al menos para sentirnos, tras el reposo de la pasión, vinculados a la gran familia humana. Pensábamos que el dinero abría todas las puertas, estimándolo más de lo que realmente vale, porque aniquila más espíritus que, el propio hierro, cuerpos. Demasiadas servidumbres para multitud de catástrofes. Olvidamos que somos vida que da vida, lo máximo, lo importante ahora es no destruirse.
Somos muchos, a pesar de estar más solos que nunca, víctimas de estilos de vida profundamente egoístas, pues aunque sabemos que nada se puede hacer en soledad, se constata amargamente como el ser humano ha dejado de donarse y de quererse.
No hay civilización que perdure en el cuerpo a cuerpo, ojalá aprendamos a ser más corazón que hazaña, más existencia que irrealidad, más espíritu fraterno que necedad entre nosotros. Olvidamos que somos puro latido de verso, encaminados a entendernos, si en verdad queremos entrar en el auténtico reino de la poética, como ese viento que siempre permanece para darnos aliento y no fenecer en los propósitos.
Es tiempo de unir voluntades hacia esa cultura del abrazo, de la consideración hacia todo ser humano por minúsculo que nos parezca, de reflexionar conjuntamente sobre nuestras andanzas globales, de priorizar a la persona sobre la sociedad, la familia sobre otras instituciones, la ética sobre la política; máxime cuando algunas gobernanzas, fomentan descaradamente la discriminación y la xenofobia. Nos merecemos otros horizontes más justos, más respetuosos con la vida de todos; y, en este sentido, es primordial contar con una actividad laboral decente en todo el planeta.
Lo digo y lo repito, era mucha la felicidad de la que hemos gozado ciertos años, para que, poco a poco y por unos intereses espurios e inconfesables, no se fuese minando y socavando ese estado de paz social que, con esfuerzo, abnegación, renuncia y buena voluntad consiguieron los que cambiaron la dictadura por le democracia.
Es tan natural la forma como nos compenetramos con la ciudad en la cual vivimos, que no nos percatamos de su proceso de humanización o deshumanización, de tal manera que sólo con el paso del tiempo nos damos cuenta del deterioro de las condiciones que hacen posible la vida en ella.
Cuidado con las simientes de hostilidad sembradas, que nos ciegan y nos dejan sin poesía, o sea, sin ánimo en definitiva. Por supuesto, un ser humano sin latidos es un ser vacío, muerto, incapaz de amar a nadie, ni tampoco de amarse a sí mismo.
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