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Las ciudades se deterioran socialmente sin darnos cuenta

“Nos vamos haciendo uno con la ciudad, avanzamos o retrocedemos, y así, se humaniza o deshumaniza”
Abel Pérez Rojas
lunes, 15 de abril de 2019, 16:22 h (CET)

Es tan natural la forma como nos compenetramos con la ciudad en la cual vivimos, que no nos percatamos de su proceso de humanización o deshumanización, de tal manera que sólo con el paso del tiempo nos damos cuenta del deterioro de las condiciones que hacen posible la vida en ella.

De cierta manera es invisible dicho proceso, por ello tiene que pasar cierto tiempo y tienen que presentarse algunos sucesos para que sepamos cómo va el andar de nuestra ciudad.

Tomo como ejemplo Puebla, la ciudad en la cual vivo.

Puebla es una de las ciudades más grandes e importantes de México –como resultado de la combinación de varios rubros se le ubica en el cuarto lugar nacional-, hasta hace algún tiempo era una de las ciudades más pacíficas y seguras para habitar.


El alto número de instituciones de educación superior, hicieron de Puebla una ciudad cotizada para aquellas personas de nuestro país y del extranjero que deseaban cursar estudios universitarios.

Sin embargo, sin saber con exactitud el momento preciso, se convirtió en una de las ciudades más violentas de México, tanto así que hace unos días la capital poblana fue incluida en el listado de ciudades con alerta de género, específicamente por el alto número de feminicidios.

Ni qué decir de las exorbitantes cifras de asaltos a transporte público, los robos violentos y las ejecuciones a plena luz del día.

Los poblanos estábamos tan campantes gozando de los atractivos turísticos que nos rodean, que no supimos el punto de inflexión de la violencia en nuestra bella metrópoli.

De repente nos explotó en las manos lo que ya se advertía en algunas columnas de análisis político de ciertos periódicos locales.

¿Cómo fue posible que no viéramos que nuestra ciudad estaba cayendo en un precipicio del cual no sabemos cuándo saldrá?

Son múltiples los factores, algunos de ellos es que hay un interés de quienes ostentan el poder en turno para ocultar la realidad, para “maquillar” cifras a modo, para comprar consciencias y plumas, para mantenernos con una venda en los ojos.

Y por otra parte, el proceso de descomposición nos es invisible, porque no hemos logrado establecer mecanismos y sinergias verdaderamente ciudadanas para conocer el pulso real de nuestra ciudad.

El pueblo se encuentra desarticulado, incomunicado, en consecuencia dividido.

Por eso son muy pocos los que se dieron cuenta que la ciudad se nos estaba yendo de las manos.

Estoy convencido que poniendo el dedo en la llaga es posible hacer visible esto que seguramente está pasando en muchas otras ciudades del mundo.

Ahí está el valor de este tipo de ejercicios.

Pensé todo esto mientras escribía mi poema Sin resistencia, el cual te lo comparto a continuación:

Con cada paso y cada mirada

nos vamos quedando en las fachadas,

en los baches

en los faroles y las jardineras,

en la risa de los niños,

en las pláticas de las comadres,

en los vendedores ambulantes,

en el pitido impaciente,

en la desavenencia vecinal,

en las cúpulas doradas,

en los ríos y el granizo,

en el frío viento del norte

y la presencia colosal de las montañas.

Poco a poco nos adherimos a la ciudad

y nuestra bella se ancla a nosotros.

Nos vamos haciendo uno,

avanzamos o retrocedemos

y así se humaniza o deshumaniza

nuestra localidad:

sin darnos cuenta

y sin oponer resistencia.

Es preciso que abramos nuestra mente a nuevas formas de interrelacionarnos a fin de hallar caminos para el rescate de nuestras ciudades.

¿O no?

Vale la pena darse cuenta, vale la pena intentarlo.

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