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La paideia era la educación o formación que en la Grecia antigua se impartía desde la niñez para que se desarrollaran personas libres y responsables. En el libro de Werner Jaeger titulado Cristianismo primitivo y paidea griega aparecen tratados numerosos aspectos y cuestiones que explican, de una manera clara, cómo fue el surgimiento de la religión cristiana apoyada en la cultura helenista.
“Los tiempos adelantan que es una barbaridad”, la famosa frase de don Hilarión, el personaje de la zarzuela “La verbena de la paloma”, aparte de ser de una realidad incuestionable, nos sitúa en la tesitura de ver en retrospectiva esta parte de nuestra vida que parece que ha transcurrido a mayor velocidad que aquella otra parcela de nuestra existencia que la precedió, visto en perspectiva.
La desolación en la tierra es grande. Cada día son más las personas que necesitan asistencia y protección humanitaria. Sin embargo, sólo hay que adentrarse por cualquier rincón del planeta y observar, que se acrecienta el desamparo entre análogos, unas veces porque la capacidad de las autoridades locales no es suficiente para hacer frente a la situación, y en otras ocasiones por dejadez de las propias instituciones de ámbito social o nefasta gobernanza.
Hay que diseñar otros modos y maneras de vivir, a través de un sistema participativo, inclusivo y moral. Los pueblos hay que repoblarlos de verde y los caminos, por los que se mueve el ser humano, hay que volverlos biodiversos, como el entramado natural de la vida misma. A las ciudades hay que darles también otro corazón más claro y hondo.
El hombre siempre ha buscado “algo” o “alguien” que justifique la realidad humana, el universo en continua evolución y el “final” con sentido de esperanza. La idea de un "Dios" universal, encuadrado, con efigie humana, en unos "evangelios llenos de fe”, hace más de dos mil años, ha recorrido la historia con el pragmatismo como guía.
Trabajar a favor de condiciones más justas, por situaciones de educación permanente, por sociedades centradas en el saber, en la convivencia humana y el intercambio intergeneracional son sólo algunas de las premisas que pueden orientarnos a una mejor sociedad local, y por supuesto, internacional.
Los evolucionistas se vuelven locos intentando descifrar el enigma del origen del hombre. Los evolucionistas no creen en la creación. Es por esto que les es un enigma su aparición en la tierra. Cada vez que se descubren nuevos fragmentos craneanos difunden a bombo y platillos el encuentro de un antepasado nuestro.
La evolución del ser humano, en todas sus facetas sociales, va llevándonos hacía escenas bíblicas terribles que nunca soñamos ver tan cerca. El deterioro de las culturas tradicionales de una Europa, hoy común, dentro de poco no sabemos, va tomando tintes escatológicos. La globalización sin moral, ni historia cultural, nos trae lo aquí expuesto de forma mediocre, pero real.
El veloz transcurrir del tiempo parece acrecentarse en pleno siglo XXI. Vivimos en una era líquida y digital en la que infinidad de estímulos y sensaciones nos envuelven y rodean. Todo se supedita a la vivencia intensa de un presente que no tiene término, pero que conduce al futuro y solidifica el pasado de una manera superficial.
Nosotros, los humanos, tenemos que aprender a complementar nuestras diferencias en un “nosotros” cada vez más cohesionado. Quitemos, luego, los muros que nos separan. Trabajemos el corazón. Pongamos espíritu conciliador en todas las tareas diarias. Reencontrémonos humanamente. Sintamos ese vínculo de caminantes al unísono. Apoyémonos recíprocamente.
Cuando todo parece derrumbarse por el odio y la crueldad, nos queda ese último anhelo, el del acuerdo conciliatorio, en miras al acercamiento entre análogos; todo ello, mediante un nuevo proceder más responsable y menos indiferente. Urge entonces entenderse, reavivar otras actitudes y expresiones más afectivas.
Nunca es tarde para renacerse y reconfortarse con la vida. Cada uno de nosotros tiene su propio martirio, pero lo importante es no quedarse paralizado o encerarse en el sufrimiento, para poder cambiar esta triste realidad que nos amortaja por dentro. Nadie puede permanecer en el desconsuelo. La humanidad, trabajando hermanada, es la que nutre entusiasmo para que florezca la esperanza.
Indudablemente, antes tenemos que desterrar ese afán destructor de nuestras andanzas. La mejor reconstrucción será, por tanto, el permanecer unidos para propiciar una mutación que la hacemos entre todos, sin tener miedo a soñar en grande, a buscar como quijotes los ideales de justicia y a rebuscar en nuestros interiores esa capacidad de amar, que es lo que nos hace comprometernos a servir y a donarnos mutuamente.
Todos tenemos un horizonte que abrazar, un camino que recorrer y un andar que no puede desembocar en la arrogancia; pues, por si mismos nada podemos hacer. Hemos de conjugar edades con voluntades porque, cada etapa vivencial, tiene su abecedario a compartir. De siempre las personas mayores han desempeñado un papel importante en la sociedad como orientadores.
Solitariamente solos nos hundimos. La propia naturaleza nos llama a la reconstrucción de la familia, a la restauración de los vínculos, y a la reparación de nuestros propios andares. Junto a este fondo tormentoso, permanecen huellas imborrables, historias verdaderamente ejemplares, que son una manera de contribuir a que ese sueño vuelva a ser posible y a no resignarnos a batallar en los campos del pensamiento humano.
Frente a multitud de desconsuelos y fuerzas divisorias, nos queda participar el buen talante a través de la amistad, cultivando lazos y fortaleciendo la confianza entre todos. Nunca es tarde para tejer una red de apoyos sociales que nos protejan y lograr, de este modo, un mundo más habitabl.
La humanidad entera se está enfrentando al problema del dolor que se hace presente en nuestras vidas y del que no sabemos el porqué. Cómo es posible que un pequeño virus nos haya descolocado de nuestras apacibles vidas. Quizás cuando proyectábamos nuestras vacaciones, nuestro negocio, nuestro futuro no nos pasó por la mente que todo podía irse al traste.
Somos un mundo de contrastes. Hay una incongruencia entre los moradores, sobre todo entre su decir y su hacer. Luego está la desproporción de los caudales entre países pobres y ricos. Nos falta compromiso y nos sobra endiosamiento. Fallamos en todo o en casi todo. De ahí, lo importante que es reconocer nuestra inconfundible debilidad para poder enmendar ciertas relaciones, ya sean entre nosotros y nuestros análogos y también con el hábitat natural.
Esta calificación no es de ayer ni de hoy. En un año bisiesto se inventó la guillotina, fallecieron Shakespeare y Cervantes, se hundió el Titanic y otras muchas desgracias hasta llegar a este año 2020 que hasta ahora nada más que nos ha dado disgustos. Muchas coincidencias.
Ellos, si tienen su suerte, podrán llegar a la edad senil y se verán acuciados por la deficiencias propias de la senectud y, si otra pandemia ataca a la Humanidad y, como consecuencia, a los más débiles, la padecerán en primer lugar, y entonces, como dicen ahora, serán los culpables y responsables de su expansión y se verán arrinconados y desatendidos como se está llevando a cabo con los ancianos.Por el contrario existen personas que aman, cuidan y se preocupan por los ancianos a los que les reconocen su valía y dignidad y los colocan en el lugar que les corresponde por el respeto y la estima que se merecen.
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