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Cuando Carlos Canales, narrador, novelista, dramaturgo abre la historia de MAI, que reseñamos en estas líneas, lo hace una la memoria invertida en un largo camino donde mucha de su familia conversaba, y se conversaba a sí misma. Allí, en esa sala que pudo ser, y todavía es, la sala de cualquier hogar puertorriqueño ocurre como en su temática frecuente, la existencia. Los personajes que protagonizan pueden, de por sí, protagonizarnos a cada uno de nosotros.
El varón argentino del presente relato se llama Amancio. Intentaré estructurar un friso (acaso lo será para algunos lectores) crudo y fidedigno. Quien esto escribe, también varón y argentino, se apropiará del transcurrir de una jornada de su amigo del alma. El que lo es desde que cursáramos el colegio secundario en un barrio al que no pertenecíamos: Mataderos. Tenemos la misma edad y parecida conformación física.
Eran las nueve de la mañana, el reflejo de los rayos del sol penetraban dulcemente en la sala de⁸ don Guadalupe, que leía afanosamente el libro Elogio de la locura del autor Erasmo de Rotterdam, y de soslayo volvía a ver su biblioteca echándole la mirada al libro Crimen y Castigo de Fiodor Dostoyevski, fue tanta su inquietud que lo tomó pero volvió a ponerlo en su lugar, y sacó otra obra letrística, La piel de Zapa de Honoré de Balzac.
La máquina del tren, a mis espaldas silbaba como una serpiente enfurecida sibilina, ese día ya eran las nueve de la noche, hora que llegaban los comerciantes, estudiantes de la capital. El intimidante e irritado zumbido del tren, con su amenazador murmullo y vertiginosa velocidad acercándose a la estación ferroviaria, daba la escalofriante sensación de pavor, pero era anodino con un misterio deslumbrante.
El vecino Filiberto esa noche sonó y se despertó gritando, te amo, te amo, y era tan fuerte el grito, que él mismo logró sacarse de su sueño profundo y mágico y una vez despierto pensó: si alguien, escuchó mis gritos de seguro estará pensando está loco ese. Pero, que importa lo que piensen de notable imaginación.
Mis manos estaban manchadas de sangre, su cuerpo a mis pies, y sus ojos inertes me miraban con sorpresa incapaces de creer lo que había hecho. Miré mis manos, ¿cómo había llegado a convertirme en una asesina? No podía creer que ella me hubiera traicionado. Cuando miré sus ojos muertos supe que todo había terminado, la vida puede cambiar radicalmente en un año. Mi mente volvió un año atrás.
Una novela de muy recomendable lectura, pues es como un soplo de aire fresco que elimina la toxicidad de un ambiente cargado en el que la llamada civilización, la técnica y lo artificial han ganado la partida y aplastan con su peso la vida de cualquier ser humano atrapado en la vorágine de una sociedad que ha dado la espalda a la vida natural y sencilla en la que cada persona únicamente se puede reencontrar y reconocer.
La nueva novela de Bernardo Arxaga, flamante Premio Nacional de las Letras Españolas, vuelve a demostrar que sabe hacer literatura con los materiales que conforman su vida y entorno cotidiano, con todo lo que nutre las raíces del hombre plantado en su propio y personal mundo y lo hace con una especial magia que transforma la realidad en literatura, pero en ella sigue discurriendo la vida con toda su pujanza y autenticidad.
Si en primera instancia aspiramos a las actitudes bien estructuradas a través de los argumentos lógicos; casi de inmediato percibimos los desajustes, esas determinaciones que no hay por donde cogerlas dadas sus características polifacéticas.
Hoy se dio a conocer en la capital española que la Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE) otorgó su máximo reconocimiento a treinta y cinco personalidades del mundo de la cultura y el arte, entre ellas al escritor, comunicador y educador poblano Abel Pérez Rojas.
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