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Regreso 2015; Caracas

Al pueblito en que nací
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
viernes, 11 de noviembre de 2016, 01:19 h (CET)
Si no fue enfermedad aquella extraña experiencia, tampoco un invento mío ¿por qué me ha pasado a mí?, porque tuve que saber que éramos muchas almas diminutas que formaban un yo y ahora. Ahora sé... que el cuerpo no vale nada y las almas son tan pequeñas que cuando muera no podré acordarme de todos aquellos que he querido ni quien he sido, puede ser. Esa es mi esperanza y también mi perdición como ser que vivió en una época: (1967- ), por ejemplo.

Por eso regresaré a un país que conozco bien. Poco valgo ya sabiendo que pedazos de carne y nada más, nada más… somos materialmente… sólo valdría en nosotros lo invisible, pero a mí me gusta ver, y si es gente guapa, mejor. Difícil será para mí vivir de ahora en adelante.

Venezolanos, desvinculados seres humanos, de arriba abajo, este a oeste, diferentes entre sí, creyentes y malos cristianos, involucrados, ardientes, valientes, inocentes, ricos y pobres, altos y bajos, serios y simpáticos, en ocasiones subdesarrollados, en otras iguales a los seres de los países más avanzados, pero siempre riendo o amenazando, positivos y con proyectos.

Ponen velas a los santos, rezan, lloran, creen, adecos y copeyanos, chavistas y antichavistas, que mueven el país al ritmo que les parece, en zigzag, de derecha a izquierda, sobre las rocas, atravesando las dunas del más hermoso desierto, con muerte, votos, fundamento, unión, batalla, peticiones, grupos, análisis, mirando al cielo, conservando sus instintos, sus creencias.

Unos trabajan y otros flojean, los hay que estudian y que se especializan, que pueden llegar a ser buenos profesionales entregados al mundo, pero que van con miedo en sus coches y para entrar a sus casas atraviesan siete puertas blindadas.

Venezuela, donde vivir cada día es un acto de enraizada fe, los hay que roban, matan, violan los derechos humanos, que no valoran la existencia ajena ni la propia, aquellos con los que hay que tener mucho cuidado, pero no todos utilizan la ira y la violencia, también los hay buenos y civilizados.

Que usan gafas de sol, las mujeres van con tacones altos y los labios pintados, con las manos llenas de pulseras e innovadores peinados llenos de trenzas, en moño o con coletas de colores, que estudian protocolo, maquillaje, teatro, porque hay mucho teatro en las calles caraqueñas, en las paradas del bus, en los centros de estudio, en los trabajos. Lucha, progreso, cambio, fracaso no.

Él, que discute con su mujer, que compran juguetes a sus hijos, que se separan o viven eternamente junto a su pareja porque valoran el amor y la religión dentro de lo que cabe. Ellos, algunos con las caras llenas de cicatrices, que comen chocolate, arepa, caraotas negras y harina de maíz. También arroz blanco y los deliciosos aliados blancos. Algunos buenos, otros delincuentes consagrados, sin ritmo de vida, no se conoce, sin conocimientos ni cultura ni estudios, que van disfrazados de civiles siendo algunos de ellos muy villanos.

Venezuela llama, Venezuela mía, tierra de santos y de gente que vive en ranchos, come mal, padece gastroenteritis, se acuesta después de ver la telenovela de las nueve, duerme en colchonetas, pero con calor, siempre calientes, bailando el corazón, cantando la canción de moda, cuidando de los chamos, buscando, pidiendo, robando, rogando, pero muchos de ellos, pocas veces con el pico y la pala, no somos de esos, somos vagos, lo queremos todo hecho, el clima nos ampara, la luz del sol también, el trabajo es un invento diabólico, una perturbación del alma, unas cadenas a la “libertad”.

Allá vamos de nuevo, al pasado, intenso y profundo que me ha hecho ser quien soy, la vida es una rueda y toca pasar de nuevo por aquel sitio primaveral. Año 2013.

Vuelve la enfermedad a visitarme y no sé si será cáncer o una simple inflamación que se irá sin pastillas, sin pena ni gloria, vuelve el dolor a posarse en mi interior y yo, sólo deseo alejarme de los que ya no pintarán nada ya en los días que me quedan por vivir, poco me queda para morir y no deseo a mi lado a los que me hicieron tanto mal, a los que me pisaron y utilizaron a su antojo, mi defunción será una fiesta, quiero morir con una sonrisa aunque padezca dolor para que aún muriendo el color de mi tez sea el azul claro.

Chanty está mal y le hinchan las patitas, no fue una quemadura, no sabemos bien que fue, el veterinario piensa en la alergia, pero ¿a qué?, ahora duerme tapado con una manta tricolor, tiene la carita alegre porque le miman, le cuidan, le cantan todas las chachas, hermanas, todas nosotras, Mamie, Marie Charmeny y yo.

Todos somos iguales en el fondo universal de las cosas, comprendo que queramos a los que nos ofrezcan facilidades para vivir, buena vida, es una buena conquista la de “prometer”, pero Chanty nos quiere desde el fondo real de las cosas, por eso es doble su fortuna y por eso es un gato que sonríe, lo tiene todo igual que sentimos tener nosotras por estar a su lado, hay almas que se encuentran y se llegan a sentir plenas, que pueden realizar sus sueños de “felicidad”.

Minnie Gregoria tiene once años y en mayo cumple los doce, le falla el hígado y un riñón no le funciona bien, pero la virgen de Fátima y el doctor José Gregorio Hernández Cisneros le darán una mano o un brazo o lo que le haga falta, se salvará, vaciará su riñón y celebraremos un año más el cumpleaños con ella entre nosotras. No es la primera vez que le ayudan a seguir viviendo. Eso está hecho y no hay más que hablar.

Minnie reza a los santos con su mirada azul cielo, sus sentimientos sinceros, su saber decir "os quiero", con sus estampitas y su maravillosa fe, vivirá. Minnie, Minnie, vivirá. Caminará por la casa, orinará un buen rato y mejorará, se comerá sus croquetas gastrointestinales y de pescado y su hígado recuperará todos sus valores normales. Los milagros, existen a pesar de que las épocas sean difíciles y la crisis quiera apoderarse de nosotros de una manera despiadada.

Pido también algo para mí: curar mis males y seguir adelante con los venezolanos de a pie, valor, coraje, osadía, buena memoria que no me falte, gafas de sol graduadas, retención, bandera de mi partido político, pistola aunque sea de juguete y no llegue a usarla, guardaespaldas si me diera el sueldo, un llavero grande y fuerte, amigos de confianza y alma... botines rojos de tacones altos, volver a andar sin miedo por las calles de aquella Caracas que dejé con 16 años… aunque la muerte esté a la orden de mis días, ir en metro, aquel que hicieron los señores franceses en su día y que ha dado tanto que hablar en muchos países. Iré a San Jacinto y a Cotiza y regresar para contarlo será mi meta. Pasearé por Ño Pastorill a Misericordias, La Hoyada, por La Candelaria, Quinta Crespo, El Cafetal, El Cementerio del Este, Las Mercedes, El Junquito, San Antonio de los Altos, aquel San Antonio donde proyectábamos comprar una vivienda.

No me importa caminar entre negros, hablar ni pensar como ellos. Yo soy eso.

Si muero que me entierren, si vivo será leyenda, si gano que sea "Vida Eterna", si pierdo que no sea el "ser franca", si creen que yo soy "nadie", no me importa, jamás me conocerán del todo para cambiar sus opiniones.

Yo soy de varios países y por ello "mujer universal", soy de Egipto, Venezuela, México y más, que no contaré.

Soy una mujer alegre, acorde a sus tiempos, que conoce los defectos de los países en que ha vivido madurado y sentido, que se mueve al son del tambor y de la guitarra, que aprendió a tocar el cuatro y la gaita, a cantar en corales, a nadar y andar en bicicleta.

No soy importante, pero sobretodo soy yo, aquello que alcancé a ser, mucho o poco, y por eso tiene su valor incalculable para mí.

Sea yo o no inteligente, sea culta o no, valiente o cobarde, indecente o santa, es mi problema y sólo a mí atañe, a nadie más le importa mi vida, mi pasado o mi futuro, sea en Caracas o en Lourdes, sea feliz o no.

Mi vida es mía y me pertenece, no es de nadie más, sólo Dios puede disponer de ella, no un fantasma, un desgraciado que vaya deseando mi funesto desenlace... Yo soy del ojo por ojo, yo soy del diente por diente y siempre me verás sonriente, me llamarás hipócrita, pero es mi táctica, mi norma y mi representación terrenal. Creo en la justicia divina, pues está claro que no puedo creer en la de los hombres. Ni en la tuya ni en la de nadie.

Caracas, donde se mata al turista y se le manda a su país, por eso pocos conocen aquella ciudad, por eso nadie puede hablar bien ni a sus anchas de lo que ha visto, sentido u oído.

A Caracas voy, con mi Minnie y con Chanty, las manos atadas, no puedo hacer nada para cambiar aquel espectáculo que se ofrece solo. Lo conozco, sé como es la vida allí, como moverme, con quienes codearme y a quienes dar disimuladamente la espalda. Debo llevar la mentira, las clases de teatro aprendidas, pero también debo ser sincera con aquellos que me tiendan su mano mulata y amiga, sabiendo yo, que no me mienten. Entre compatriotas eso se comunica, se aprecia, se huele. Es así, no lo he inventado yo, allí me parece saber de que forma actuarán todos, las reacciones. Por eso podré regresar en el año 2013, no antes, no está previsto.

El trece no es de mala suerte, me gusta, es un número de gente inteligente, de san Antonio, que hace pensar, que te hace sentir indecisa, en las nubes, pensar en gatos negros, pasar por debajo de las escaleras, en los tres achís: salud, dinero y amor.

Sí o no, para siempre amor eterno, el que aprendí a comprender y a querer, Caracas mía por siempre, allá sin más, sin más allá.

C´est tout, bonne nuit et au revoir mes enfants.

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