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Responsables del sistema de las Naciones Unidas expresaron horror y consternación por las recientes ejecuciones cumplidas o previstas en Estados Unidos, Irak e Irán, en declaraciones divulgadas por el Consejo de Derechos Humanos de la organización.
Innumerables casos ponen al descubierto la cruda injusticia de la pena de muerte en Estados Unidos. El caso de Richard Glossip es, sin dudas, uno de ellos. Glossip integra la lista de los condenados a muerte del estado de Oklahoma desde 1998 y ha tenido que enfrentar nueve programaciones de su pena de muerte.
El Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (Onusida) ha emplazado a todos los países del mundo a despenalizar la homosexualidad, como una medida destinada a salvar vidas. Christine Stegling, directora ejecutiva adjunta de Políticas, Promoción y Conocimiento de Onusida, afirma que “la despenalización salvará vidas y es un paso crucial hacia la igualdad, la dignidad y la salud para todos”.
La abolición de la pena de muerte preceptiva (obligatoria) en Malasia, que podría salvar la vida de 1300 condenados, fue saludada esta semana por expertos en derechos humanos de las Naciones Unidas en ciudad suiza de Ginebra. La decisión “refuerza la tendencia mundial hacia la abolición universal. La pena de muerte es incompatible con los principios fundamentales de los derechos humanos y la dignidad”, indicó el grupo de nueve expertos en una declaración.
En España no existe la pena de muerte, maldita la falta que hace, sin embargo sí tenemos la prisión perpetua revisable de la que son merecedores muchas personas que llevan a cabo acciones malvadas y execrables. He encontrado un texto del siglo XIII, exactamente de 1242, en el que en el fuero de Brihuega se expresa la pena que han de padecer los violadores.
Que nadie se sorprenda, que nadie me tome por loco, pero voy a explicar cómo en nuestra querida España -indirectamente- existe la pena de muerte. Vaya por delante, que, a mí, la pena capital me repugna por dos razones fundamentales. La primera por considerar una verdadera aberración quitar la vida a una persona, sabiendo, como católico, que la vida nos la dio Dios y es Él quien nos la debe quitar.
A trece días de la muerte de Abimael Guzmán, condenado a cadena perpetua por terrorismo, la fiscalía peruana dispuso cremar y dispersar su cuerpo en un lugar anónimo. Un castigo así no lo ha recibido antes ninguna persona fallecida en una prisión peruana (y posiblemente en cualquier otra democracia multipartidaria del mundo).
Está previsto que el Senado de Colorado vote hoy una ley que podría derogar la pena de muerte.
Apenas una semana después, el presidente Donald Trump aprovechó los asesinatos en masa en El Paso, Texas y Dayton, Ohio, para exigir no una prohibición de las armas de asalto, sino más ejecuciones: “Hoy también voy a ordenarle al Departamento de Justicia que proponga legislación que asegure que aquellos que cometan crímenes de odio y asesinatos en masa enfrenten la pena de muerte, y que este castigo sea aplicado de forma rápida, decisiva y sin años de retraso innecesario”.
El principio de proporcionalidad puede resumirse con la siguiente premisa: “una acción es proporcional si equivale a otra anterior.” Este principio no se puede aplicar ante una persona que ha causado la muerte de 150 individuos, por ejemplo. El motivo es claro: se está aplicando una fórmula de 150 por una persona.
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