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La explicación del comportamiento erróneo del Gobierno español, en apoyo de Puigdemont y en contra de que sea extraditado (pidió la suspensión de la euroorden a pesar que sólo el juez Llarena puede hacerlo y no lo hizo, en ningún momento), es muy sencilla: el señor Sánchez lo único que pretende es salvar los PGE para el año próximo, algo que no tiene posibilidades de conseguir sin el apoyo de los escaños catalanes.
Han pasado varios años desde que el ‘valiente’ Puigdemont abandonó España metido en un maletero, cual polizonte programado y por temor a que la Justicia le hiciera pagar los platos rotos. Los otros, los presos golpistas hasta hace unos días encarcelados, que de forma ignorante e interesada se autodenominaban como “presos políticos”, no tuvieron las mismas posibilidades y esperaron a ser enchironados por su atentado al Estado y contra la Constitución.
Siguiendo el hilo conductor de la novela, Adolf Hitler en un acto irrefrenable de locura ordenó en Agosto de 1944 la destrucción de París. Toda una secuencia de acontecimientos alrededor de los principales protagonistas durante los días previos de la liberación, terminan con la decisión racional y arriesgada del gobernador alemán de la capital francesa el general Dietrich Von Choltittz que, desobedeciendo la orden, salva a la capital de las luces, escribiendo con ello una de las páginas más relevantes de la Segunda Guerra Mundial.
Las dos facciones del actual Gobiernos, que no dejan de esputarse a la cara, desconocen qué es eso de “buen gobierno”, desde el momento en que empezaron echándose al hombro miles y miles de muertos; demostraron un caos completo con su nula planificación de los test.
En estos tiempos recios que nos ha tocado vivir, las crisis están siempre presentes. La última la anunció en sede parlamentaria el ministro de Justicia, ¡la crisis constituyente! Por lo visto la Constitución de 1978 ha dejado de servir a los políticos que nos gobiernan.
El Tribunal de Cuentas nos pide una fianza de 4,1 millones de euros a los que hicimos posible el Referéndum del 1-O. Tenemos 15 días para evitar que nos embarguen nuestros bienes. Si votaste el 1 de Octubre, te necesitamos”. Sí, con toda su caradura y su atrevimiento escribe Puigdemont en su cuenta de Twitter cuanto acaban de leer.
“Puigdemont y sus voceros, al igual que Hitler en París, ya ha dado la orden de incendiar Cataluña si el poder del Estado les impide consumar el referéndum el 1 de Octubre como paso previo a la desconexión de España.
Bien, señores, puede que estemos ante el último round de este nuevo intento de poner a los catalanes contra el resto de españoles; pugilato independentista que tuvo su primer episodio con el exabrupto del señor Artur Mas, fruto de la necesidad de revalorizarse y reivindicarse ante unos votantes que no respondieron a sus expectativas electorales, en aquellas elecciones municipales del 2012 en las que su partido perdió 12 escaños cuando tenía previsto dar un gran salto cuantitativo que lo pusiera al frente de la política catalana.
Esta España nuestra es cada vez más sorprendente. Hace poco leía en un medio de comunicación que ni la Fiscalía ni los jueces responden a las expectativas de la ciudadanía ni van en la línea del sentido común; de ello no parece haber duda porque, incluso, dentro de esos mismos Cuerpos hay serias discrepancias y la misma ley no se interpreta igual por todas las partes ni para todas las partes. Va a ser verdad que quien hizo la ley, hizo la trampa, como va a ser verdad que “todos somos iguales ante la ley, pero unos más iguales que otros”. Todo esto viene a cuento por la situación del poco o nada honorable, Carlos Puigdemont, expresidente de la Generalidad catalana.
Es evidente que estamos rodeados de prensa adversa. Incluso en aquellos medios en los que confiábamos que se mantenían ciertas políticas sensatas, han decido cambiar de orientación para adaptarse a los tiempos, lo que quiere decir que si, para ello, han tenido que prescindir de unos determinados principios y ponerse una camisa política de otro color, no han hecho ascos y lo han hecho.
Pero Puigdemont sabe que ya no puede seguir haciendo el ridículo porque bastante ha hecho en Europa y, sobre todo, tras la negación de su intervención en el Parlamento europeo, donde –dicho sea de paso—el nacionalismo catalán se está llevando una tremenda somanta de palos dialécticos, tanto por parte de eurodiputados españoles como por parte de otros parlamentarios no españoles.
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