Cualquiera diría que el Gobierno desconoce lo que es la transparencia, aunque tal vez sí lo sepa y de ahí su temor a practicarla. Recuerdo que la reclamaba estando en la oposición, pero ahora la esconde siempre que puede. En Unidas Podemos alardeaban de que ellos no actuarían sin luz ni taquígrafos, aunque debieron a matar a todos cuando accedieron al poder. Desde Moncloa esconden todas ‘orgías’ con el Falcon, viajes a fiestas familiares, bodas de cuñados, conciertos... Lo que Sánchez llamaba abusos en tiempos de Rajoy y Sáenz de Santamaría, ahora son secretos de Estado. ¡Guerra y muerte a la transparencia!
Recordemos que el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno es un organismo público y tiene un carácter independiente. Eso no parece querer admitirlo un narcisista desequilibrado y acomplejado. El control no va con él: es el ombligo del mundo. Se cree el dios de lo terrenal, cuando sólo es la desfachatez encarnada en presidente y el principal culpable de miles y miles de muertos que no pueden apuntarle con el dedo desde el lugar donde estén, entre el cielo y el infierno.
El citado Consejo lleva tiempo instando al Gobierno a que responda de su gestión de la pandemia y de decenas de abusos del presidente, para los que emplea recursos públicos en provecho propio. El ‘Narciso’ de Moncloa no soporta que el Consejo de Transparencia le sople el cogote y le haga sentir culpable. Al igual que la expresidenta madrileña, Cristina Cifuentes, el actual presidente del Gobierno deberá responder en los tribunales por su tesis plagiada y el montaje del tribunal de amiguetes para juzgarla, además de decenas de cuestiones que le han embarrado la imagen, desprestigiado de cara a las instituciones y al pueblo, así como encasillado como un fantoche de la política con minúsculas. Con el nombramiento de José Luis Rodríguez Álvarez como presiente del Consejo de Transparencia se inició una vulgar y peligrosa estrategia. Estamos hablando del fin de una cúpula que ha venido velando por el cumplimiento de la Ley 19/2013 de Transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno. Sin duda, no podía tener peor nombre porque el actual Gobierno se muestra contrario a la obligada transparencia que debe alumbrar cualquier acto gubernamental en democracia. También es contrario a la información que no sea interesada, sesgada y que le cree quebraderos de cabeza. Respecto al “buen gobierno”, es evidente que no tiene aplicación para esta multitudinaria tropa.
Las dos facciones del actual Gobiernos, que no dejan de esputarse a la cara, desconocen qué es eso de “buen gobierno”, desde el momento en que empezaron echándose al hombro miles y miles de muertos; demostraron un caos completo con su nula planificación de los test; siguieron con el descontrol de las vacunas y ningunearon a las comunidades autónomas con los despropósitos propios de su mal gobierno y peores servicios. Tras Rodríguez Zapatero pensábamos que era imposible un gobierno peor; ahora comprobamos que sí ha sido posible.
Hasta ahora, y gracias a la independencia del Consejo de Transparencia, ha sido una mosca cojonera para el narcisista y empalagoso, Pedro Sánchez. Se ha visto obligado a tirar de las orejas al Gobierno ‘bichavito’ en varias ocasiones, conocedor de que el Falcon se estaba convirtiendo en un avispero enrarecido de idas y venidas. A partir de ahora va a ser más difícil tener transparencia del Gobierno porque José Luis Rodríguez Álvarez va a poner coto a esa diafanidad que tanto pedía el PSOE al Gobierno Rajoy. Por suerte, los medios no ‘cagaítos’ seguirán sacando a la luz la mucha oscuridad que ya acumula el Gobierno Sánchez-Iglesias.
Nadie con dos dedos de frente entiende el nombramiento de Rodríguez Álvarez, salvo que Sánchez pretenda matar todo tipo de transparencia. Rodríguez ha tenido mucha vinculación con el PSOE de la época del gafe, Rodríguez Zapatero. Hasta ahora ha habido muchas resoluciones contrarias al poder y eso no lo puede asimilar un Gobierno vengativo como el actual. Ya verán cómo el organismo de transparencia se llena de cargos afines, enchufados, vociferantes del “¿qué hay de lo mío?” y chupalevitas que taparán lo indecible a cambio del cargo, el sueldo y las prebendas.
Tenemos dos dictadores al frente del Gobierno. Ninguno de ellos admite que se les controle en nada. No son demócratas, simplemente son izquierdistas; es decir, antagónicos con la transparencia, la democracia y la dignidad política. Lo explicó, en su día, Honorè de Balzac. A estas alturas de la película, casi nadie duda que la pandemia es el propio Gobierno: todos con el bozal de la obediencia y enfrente el Ejecutivo más negligente, inepto y mentiroso de la Historia de España. En cuanto vengan mal dadas –que vendrán, tan pronto como abandonen el poder de forma ordenada— se marcharán a Venezuela, Cuba, Bolivia o a Bruselas como el golpista fugitivo, Puigdemont, para no responder de sus tropelías. ¿Acaso piensa alguien que a esta tropa le interesan los 82.000 fallecidos que ya contabilizan los tribunales?
Los poderes totalitarios nunca son necesarios ni deseables. Ese tipo de poderes precisan de una ciudadanía con bozal, doblegada, amenazada, sumisa, pastueña y borreguil, al estilo de la española. “Cuando un idiota llega al poder, quienes lo eligieron están bien representados”, en palabras de M. Gandhi. Ellos lo llaman “Gobierno progresista”, los demás lo denominamos “despreciable dictadura encubierta”. ¡Qué bien saben en la izquierda por qué ‘fusilan’ la transparencia!
|