Anteayer me despedí de mi amiga Trini. La conocí un verano de hace 6 años, mediados sus 76, cuando acudí a presentarle un dossier con la obra de Dilena Díaz, en vistas a una exposición futura que acabaría plasmándose en febrero de 2013. En su galería de la calle Palau, en la Valencia que más se parece a Roma, acabé viviendo muchos de esos momentos que vuelves a sujetar a menudo con un cariño parecido al de la infancia. Con el tiempo descubrí que la galería que se fundó en 1980, comenzó llamándose Lucas, y que en su momento no se limitaba a su primer piso de la finca, sino que había conseguido hacer de toda ella un torrente sanguíneo de arte. Con el tiempo (y no fue mucho) conocí a buena parte de la pléyade de artistas que Trini fue aglutinando, mimando y exponiendo al mundo, en esa estancia compuesta de otras 3, que ella conocía tan al dedillo, y a la que le sacaba un partido infinito. A menudo hablaba de la tristeza que le suponía ver sus paredes vacías de obras, en los escasos días entre exposiciones, cuando no conciertos. O performances. Y hubo tantos y tantas, incluso en estos últimos años, que terminé por perder la cuenta. Con el tiempo descubrí asimismo lo más importante: el entusiasmo esperando tras dos tramos de escalones, la sensación de que siempre saldría de aquel lugar mejor que cuando entraba.
La ausencia deja siempre una necesidad de expresarla, pues el vacío parece menos profundo e inexplicable si podemos rellenarlo con palabras, que hilen recuerdos que recuperen un tiempo que ya no existe. Así puedo decir que Trini era independiente, lúcida, deliciosamente despistada, todo cariñosa, y de un elegante que parecía deslizarse un palmo sobre el suelo en lugar de caminarlo. Trinidad Hernández era en definitiva muchas más cosas de las que caben en este artículo.
Hoy recuerdo la última exposición colectiva que echó el telón de cierre sobre la galería, porque la galería también dijo “basta”, tal era el grado de simbiosis que había logrado con su dueña. También recuerdo la última vez que nos vimos, una noche muy agradable, casi cerrando julio, y su sencillo "Así es” de despedida, del mismo modo que no puedo olvidar las palabras maravillosas que le dedicó el domingo uno de sus nietos, Ovidio, perfecto resumen de una vida servido con obsequio de nudo en la garganta para todos los presentes. Posteriormente sus artistas y amigos cumplieron su voluntad de repartir bombones (que le encantaban), posiblemente la eucaristía más dulce de todos los tiempos. Anteayer, tras salir del Patriarca, cada uno nos fuimos por donde habíamos venido, un poco más huérfanos y un mucho más afortunados de haber coincidido en la vida de alguien como Trini, todos intentando aprender algo tan nuevo y difícil como seguir viviendo sin ella.
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