La solidaridad es una de esas palabras que todos empleamos a diestro y siniestro, pero sin saber realmente a qué nos estamos refiriendo, o más bien, sabiendo que la estamos empleando para meter todo aquello que no tiene cabida en otra parte. Sin embargo, la solidaridad bien entendida es algo claro y conciso que conviene definir convenientemente, para que nadie se lleve a engaño, ni tampoco se deje acusar de lo que no es o no hace.
La solidaridad salta de nuevo a la palestra con relación a la acogida de los inmigrantes que llegarán el próximo domingo al puerto de Valencia, tras haber sido rechazado el atraque del Aquarius en aguas italianas.
Aparentemente, todo el mundo habla de la solidaridad como un valor indiscutible, a pesar de que las actitudes digan lo contrario. Todavía hay algún partido político, que sin oponerse a la decisión del nuevo gobierno con relación a la llegada de los inmigrantes, desliza sentimientos contrarios como lo del "efecto llamada" o que no "todo es trigo limpio", como en su día se atrevió a declarar el Cardenal Arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, cuando Europa estaba gestionando la llegada de refugiados sirios.
La solidaridad no se puede confundir con la generosidad. Y es que la solidaridad supone un lazo inicial que no existe en la generosidad. Dicho de otra forma, se es solidario hacia aquéllos con los que se comparte, en un principio, ciertos intereses o derechos.
La solidaridad no se puede confundir con la caridad, ya que esta se ejercita hacia aquéllos con los que no se tiene ningún tipo de relación en particular, ni derechos, ni intereses. Así pues, a un Estado, a la ciudadanía le "interesa" ser solidaria. Y muchos dirán entonces que la solidaridad se sitúa por debajo de la generosidad o de la caridad, desde un punto de vista moral, precisamente porque no dejan de ser imprevisibles y fluctuantes, y un Estado no puede funcionar a golpe de impulsos del corazón. Mirando el interés colectivo, la solidaridad garantiza su constancia y perennidad.
Alguno podría preguntarse sobre el "interés" de acoger solidariamente a los inmigrantes que llegan en situación irregular. Y la respuesta es tan simple como la misma pregunta: ayudar a personas desprovistas de derechos que un Estado ostenta. No se trata pues de defender un "interés" colectivo, sino crear un derecho que todavía no existe.
Por lo tanto, no es nombre ni de la compasión, ni de la misericordia, ni de la generosidad, ni de la caridad, ni de los impulsos del corazón que se actúa acogiendo a los inmigrantes, sino en nombre de los lazos que están fundamentados en la justicia. Esta es la auténtica solidaridad.
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