Este ingenioso pensamiento me ha venido a la mente presenciando los partidos del mundial de futbol de este año. Para los españoles –y siguiendo la moda de los políticos de resaltar los dos géneros- ha acontecido el mundial y la mundial. Prácticamente hemos caído en una de las más profundas depresiones de nuestra historia debido a la debacle acontecida con nuestra selección.
Ya nos maliciábamos algo por el estilo cuando, prácticamente, le dimos más importancia a la defenestración del entrenador que a la caída del gobierno. Los periódicos se han hinchado de hablarnos de futbol y mientras, nos están dejando de nuevo una España que no la va a conocer ni la madre que la parió. Y que conste que nos lo teníamos bien merecido. No se puede gobernar peor ni ejercitar la oposición con menos garantía. Que pase lo que Dios quiera.
Volviéndome a referir al dios futbol, le vengo a considerar como un “remake” del viejo truco de los romanos: “panem et circenses”. Los países africanos y americanos -del centro o del sur-, han empeñado todos sus escasos recursos en montar y acompañar selecciones nacionales que les hicieran parecer importantes en la escala internacional. Los europeos de siempre y el Brasil de Pelé los han puesto en su sitio… y a nosotros, también. Con referencia a España había sonado la flauta por casualidad. Los equipos españoles son brillantes porque basan sus plantillas en el dinero y las figuras de todos los países. Cuando nos dejan solos… somos lo que somos.
Guardaremos las banderas y las camisetas para otra ocasión. Volveremos a tararear, cuando no chiflar, el himno nacional mientras no nos pongamos de acuerdo para decir cantando que nos gusta España. El patriotismo en España es como el cristianismo: para fechas determinadas. Guardaremos las camisetas como guardamos los capirotes y los trajes de comunión de un año para otro.
Los países más pobres y menos prepotentes han seguido encomendándose a Dios –especialmente los americanos- o a Alá los pertenecientes al Islam. Después lo que ha mandado ha sido el balón y los goles. Curiosamente los espectadores han sido un ejemplo de convivencia, de cordura y ¡hasta de limpieza! Algunos han dejado los estadios inmaculados. No se si por miedo al GULAG o por educación cívica.
Pero que conste que no estoy triste por el ridículo del mundial. Estoy triste por los cientos de inmigrantes que se hacinan en los polideportivos. ¡Eso sí que es un problema!
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