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Etiquetas | Guerra | Petróleo | Paraguay

Una guerra que nos ocultaron por ochenta y seis años

Hace ocho décadas estallaba una de las primeras guerras encendidas por la chispa del petróleo, que en las siguientes décadas encendería llamas de avaricia imperialista sin precedentes
Luis Agüero Wagner
sábado, 21 de julio de 2018, 11:04 h (CET)

Spruille Braden es siempre recordado cuando se habla del ascenso al poder de Juan Domingo Perón, como el diplomático a quien el caudillo argentino desafió con el exitoso eslogan “Braden o Perón”, que le permitiò ganar las elecciones de 1946.


Según su colega británico David Nelly, Braden tenía la idea fija de que había sido elegido por la Providencia para frustrar la extraordinaria carrera política de Perón. Además de este notorio paso en falso, este petrolero-diplomático tejano tenía otras historias relacionadas con una guerra que se iniciaba por estas mismas fechas, hace más de ocho décadas.

En 1971 Braden acabó publicando sus memorias, que llevaron el título original de “Diplomats and Demagogues: the Memoirs of Spruille Braden” (New Rochelle, Arlington House). En las páginas del libro los paraguayos pudieron constatar, confesado por el mismo interesado, lo que siempre habían sospechado con respecto a las negociaciones para la paz del Chaco en 1938.


La indefensión diplomática paraguaya había acabado con los nuevos vientos que soplaban desde febrero de 1936, dado que el nuevo presidente, Coronel Rafael Franco, había definido una férrea línea diplomática que rechazaba discutir el territorio ocupado por los paraguayos.


Intempestivamente la posición argentina, favorable al Paraguay durante la guerra variaría sustancialmente al inicio de las negociaciones diplomáticas de Buenos Aires, sobre todo a raíz de acuerdos argentino-bolivianos sobre el petróleo que iría a extraerse precisamente de los territorios inoportunamente ocupados por los paraguayos.


Hace ya muchos siglos, el historiador romano Tácito afirmaba, cuando veía que los galos adoptaban las costumbres y tradiciones de sus conquistadores romanos, que “todo aquello a lo que llamaban “civilizado” no era otra cosa que expresión de su propia servidumbre”. Una observación similar hizo el diplomático norteamericano Cordell Hull cuando se adjudicó la autoría del cambio de posición argentina sobre el Chaco con estas palabras: "El verdadero éxito sólo puede llegar si se induce a nuestros adversarios a convertirse en nuestros aliados, convenciéndolos de que nuestras ideas son sus ideas. De manera ocasional, ello implica reconocer a estadistas de otros países como autores de las ideas que yo mismo profesaba. (...) Yo mismo podía haber presentado a la conferencia la resolución sobre la paz que había preparado, en lugar de ofrecérsela a Saavedra Lamas... Pero si lo hubiese hecho, sin duda la Argentina la hubiera combatido en base a argumentos técnicos, y la unanimidad requerida se habría desvanecido. Me pareció más prudente, dadas las circunstancias, que la presentara el jefe de la delegación argentina".


La defección argentina, el principal aliado de Asunción durante la guerra con Bolivia, dejaría al Paraguay sin su más significativo respaldo en la pugna por el Chaco.


El ambiente a partir de entonces empezaría a caldearse y la animosidad contra Paraguay subiría tanto de tono que el 11 de Junio de 1937, el representante paraguayo J. Isidro Ramírez tuvo que preguntar al canciller argentino Saavedra Lamas si “porqué a los mediadores se les permitía arrojar piedras contra el Paraguay”. La chocante respuesta fue que el Paraguay podría facilitar las cosas mostrándose más conciliatorio.


Las negociaciones quedarían así estancadas por varios meses, para volver sobre los puntos vitales tras un golpe reaccionario en Paraguay, con el cual se desalojó a Franco en agosto de 1937. Depuesto el régimen nacionalista, volverían a la Conferencia de Paz el doctor Jerónimo Zubizarreta y el anciano político Cecilio Báez, este último de poco decorosa actuación por la limitaciones propias de su avanzada edad. El mismo Braden consignó en sus memorias, de manera burlona, que en una oportunidad tuvo que ayudarlo a levantarse de su silla para llevarlo al baño y dejaron entonces una línea de orina en todo el recorrido.


A la senilidad de Báez vino a agregarse el desmedido afán de protagonismo del secretario de la delegación paraguaya Efraím Cardozo, quien informaba al delegado norteamericano de todo cuando acontecía en el seno de la comisión paraguaya, comprometiendo seriamente de esta manera los intereses de su país. En ese contexto, Cardozo fue responsable de que sustituya el arbitraje de derecho por el arbitraje de hecho, en fórmula que llamó “ex aequo et bono”.


Así en los primeros días de julio de 1938, un comité formado por los delegados Braden, Ruiz Moreno y Barreda Laos (de Estados Unidos, Argentina y Perú respectivamente), empezaron a elaborar un tratado secreto que, según ellos, proveería tanto a Paraguay como a Bolivia, mutua satisfacción. En realidad hoy sabemos que el tratado preservaba para Bolivia –pero sobre todo- para la empresa petrolera Standard Oil unos 38 mil kilómetros cuadrados de ubérrimo territorio petrolífero en poder de los paraguayos.


El doctor Zubizarreta, jefe de la delegación paraguaya, se negó a participar de semejante traición a su patria. Viéndose ante tal disyuntiva, el departamento de estado norteamericano solicitó la intervención del embajador paraguayo en Washington, el general José Félix Estigarribia. Éste fue comisionado de urgencia por los norteamericanos a Buenos Aires donde, tras protagonizar una fuerte discusión con Zubizarreta, lo desplazó de la jefatura de la comisión negociadora paraguaya sin respaldo institucional alguno. Había abandonado la embajada paraguaya en Washington sin autorización del gobierno paraguayo, solo por directivas del departamento de estado norteamericano que le había prometido apoyo para convertirse en presidente-dictador del Paraguay.El inefable Braden afirma con ironía en sus memorias sobre este incidente, que tuvo que “despedir” al jefe de la delegación paraguaya que entorpecía sus planes.


En la madrugada porteña del 9 de Julio de 1938, en el más estricto sigilo, se firmaría el tratado favorable a los imperialismos petroleros, que incluía una cláusula de permanecer para siempre en secreto. En él Paraguay renunciaba a todo arbitraje y cedía a Bolivia un extenso territorio entre la frontera actual y el límite natural e histórico del Chaco al noroeste, el río Parapití, muy renombrado en la cultura popular paraguaya.


Se había consumado lo que historiadores paraguayos denominaron “el día de la infamia”, la traición que hoy es la mejor documentada de la historia paraguaya. Braden lo confesaría cuatro décadas más tarde: “Sólo la prensa y el público fueron engañados, pero ello era vital para restablecer la paz. Una vez logrado el acuerdo, ya no era necesaria mi presencia en Buenos Aires”.


Theodore Dreiser, escritor y periodista estadounidense de fama mundial, llamó entonces a reflexionar sobre “esas de decenas de miles de paraguayos y bolivianos que se mataron unos a otros en ese infierno sólo para decidir si Deterding o Rockefeller habrían de quedarse con el petróleo. Nada más que para eso”.

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