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Ética o vida

La ética cristiana tiene buenos propósitos pero no proporciona fuerza para cumplirlos
Octavi Pereña
martes, 14 de agosto de 2018, 07:30 h (CET)
Juan Cruz entrevista a Iñaki Gabilondo, uno de los periodistas más prestigiosos en nuestro país: “el hombre que ha hecho de la entrevista su mayor contribución al periodismo sigue peguntando por el futuro a personas que han sido decisivas para crear lo que hoy llamamos presente”.

El periodista le pregunta a Gabilondo: ¿Por qué aún busca gente con la que hablar? Respuesta: “Porque la magnitud de mi ignorancia es inmensa. Y para aprender, para tratar de entender y entenderme”. Con su respuesta el periodista deja claro que no tiene claro el futuro.

Como no puede ser de otra manera, en una entrevista a un periodista tan prestigioso no puede faltar la pregunta sobre el progreso. ¿Con qué preguntas viene de estas conversaciones? Respuesta: “Sobre todo con una de las novedades que están surgiendo, de todas las extraordinarias novedades que se anuncian y que se pueden concretar en un tiempo relativamente breve, ¿se beneficiarán unos pocos o toda la sociedad? ¿Será un buen negocio para unos o una bendición para todos? La pregunta se la hacen todos aquellos que entrevisto” ¿Y la respuesta?, le pregunta el entrevistador. La contestación es elocuente: “La respuesta es no. La única convicción que tienen es que en los próximos años vamos a tener que revisar nuestra arquitectura jurídica y ética. No tenemos respuestas éticas para algunas de las cuestiones que se van a ir planeando ni arquitectura jurídica para afrontarlas”. Yo añadiría: No existen respuestas éticas ni arquitectura jurídica para afrontar los problemas actuales a los que no se encuentra solución. Y no es que no se puedan resolver, es que se busca solucionarlos por caminos equivocados.

Las filosofías políticas sobre el papel diseñan la solución a todos los problemas que afectan al hombre, en la práctica, pero, falla el hombre que tiene que solucionarlos. En el día a día descubrimos que falla el binomio que es clave para la solución de conflictos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” (Marcos 12: 30,31). La primera parte de la solución es Dios. No en un Dios filosófico creado por el racionalismo humano, sino en el Dios eterno, el Invisible, cuyo rostro jamás lo han visto ojos humanos y que su Hijo en la persona de Jesús da a conocer su naturaleza moral. Este Dios único es celoso de su gloria que no comparte con nadie, exige que se le ame con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda la mente y con todas nuestras fuerzas. Con este Dios único no queremos tratos porque consideramos que su exigencia es un atentado a nuestra libertad personal, lo marginamos. Ello no lo hace desaparecer: “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos, contra el Señor y su Ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas. El que mora en los cielos se reirá, el Señor se burlará de ellos. Luego hablará a ellos en su furor, y los turbará su ira” (Salmo 2: 1-5). Pero Dios que junto con la justicia es amor, suaviza su tono para con los rebeldes: “Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes, admitid amonestación jueces de la tierra. Servid al Señor con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje y perezcáis en el camino, pues se inflama de pronto su ira” (vv.10-12). A lo largo de los tres años del ministerio público, Jesús fue el blanco el odio de la casta sacerdotal judía que no se mitigó ni cuando colgaba de la cruz. A pesar de ello, dirigiéndose al Padre, Jesús pronunció aquellas palabras que destilan el perfume del infinito amor que sentía por los hombres, pagando con su vida el precio del pecado: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

La segunda parte del binomio que aporta felicidad al hombre: “Amarás al prójimo como a ti mismo”, no es un principio ético de cumplimiento imposible, sino la vida de Jesús morando en el corazón humano por su Espíritu que afecta todos los aspectos de la existencia humana.

La política, la economía, las relaciones humanas, todo lo que atañe al hombre, todo está infectado de pecado. La corrupción brota allí en donde se encuentra el hombre. El imperio de la ley no lo extermina. Todo lo contrario, cuanto más estricta es la ley más prolífera la corrupción. Parece una contradicción: cuanto más estricta sea la ley, cuando todo gira al entorno del imperio de la ley, el legalismo actúa como abono que da lozanía a la corrupción.

Una noche Jesús recibe la visita de Nicodemo, un principal entre los judíos. “De cierto, de cierto te digo”, le dice Jesús, “que el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.3). Asombrado, el fariseo le pregunta al Maestro: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (v.4). Jesús esclarece el misterio del nuevo nacimiento cuando le dice al fariseo inquieto por la religión: “Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (v.6). El contexto inmediato hace referencia a la crucifixión de Jesús (vv.13-15).

La solución de los problemas políticos, económicos, sociales que nos afectan de pleno no se encuentra en un Jesús folclórico aclamado por multitudes enfervorizadas como si fuese un ídolo del deporte o del espectáculo, sino Jesús muerto y resucitado que derrama su Espíritu en quienes creen en Él, dándoles poder de empezar a amar al prójimo con el amor que les ha dado.

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