Hace ya más de ocho meses que no escribo; los médicos y los hospitales tienen la culpa, o seré yo que no me cuido; en estos tiempos cabe todo para explicar nada. El caso es que tampoco me lo ha puesto fácil el mundo en general y España en particular. Es tal el ritmo en el que se suceden los acontecimientos que a gente como yo, no especialmente rápida, se nos hace necesario un tiempo (cada vez más largo) para entender medianamente lo que sucede e intentar analizarlo. En principio, por encima de lo que sucede, que es tela marinera, tenemos que observar la actitud que el público en general adopta ante los acontecimientos que hacen que el mundo se mueva. En primer lugar, todo el mundo (es un decir) reclama toda la transparencia del mundo a sus representantes. Correcto, la transparencia es basa y fundamento de cualquier régimen democrático. ¿Pero qué hace todo el mundo (es un decir) a la hora de practicar la transparencia? Pues nada, ocultarse en el anonimato de los foros para poner a caldo al primero que se le pone por medio o crearse un autorretrato virtual que ya quisiera para el Dorian Gray.
En segundo lugar, ni se quiere aprender de la Historia, ni de la historia reciente. Los cambios que se han producido en el mundo, y en España en particular, de unos cuatro años para acá, en lo político, social y en derechos humanos es impresionante. Pues nada, los hay que dicen que estamos peor que nunca, marcando el kilómetro cero de la desmemoria histórica.
Se ha avanzado mucho a la hora de poner de manifiesto los abusos y delitos de las élites. Queda muchísimo más por hacer, pero no perdamos la cabeza. El orden (o desorden) financiero mundial sigue sin tener un pase, las desigualdades son obscenas. Pero, si queremos solucionarlo, tenemos que tener siempre presente los logros alcanzados, no desfallecer y crecer. Alimentémonos con nuestras pequeñas victorias que tanto nos han costado y con la utopía, pródigo horizonte cargado de futuro.
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