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Políticos y titulaciones académicas
Áurea Sánchez Puente
miércoles, 26 de septiembre de 2018, 08:25 h (CET)

Alcanzar una titulación universitaria no estaba al alcance de muchos en la época de nuestros padres y abuelos. El acceso a los estudios superiores se generalizó en las últimas décadas y se ampliaron las aulas, las facultades y el número de profesores.


A algunos políticos se les criticó por ser profesionales de la política cuando llegaron muy jóvenes a desempeñar puestos de responsabilidad y no tuvieron la oportunidad de desarrollar un oficio o una profesión a la que volver cuando esa etapa llega a su fin.


Para evitar lo anterior, los partidos se nutrieron de gente con títulos académicos, aspiraban a contar especialmente con aquellos que, además de la titulación, ya tenían cierto prestigio en alguno de los campos del saber.


Llenar un currículum vitae de significado parece que se confundió con una serie de virtudes académicas. Pero también las universidades con esto de la globalización, la competencia y la financiación, buscaron dinero fácil a veces de forma torticera. En casos concretos como en la Universidad Rey Juan Carlos, quisieron dar cierto valor a sus títulos invitando a gente de la clase política a lucirlos.


A la ex ministra de Sanidad, Carmen Montón, no le hacía ninguna falta ese máster. La fatalidad se cruzó en su camino el día que la invitaron a obtenerlo sin asistir a clase. A ella le bastaría solicitar la programación académica, leérsela y agradecerles que ofrezcan esa formación a los potenciales alumnos, pero ella debería estar a lo suyo. ¿Qué más tiene que tener una diputada que ya es licenciada en Medicina? ¡ Con lo buena ministra que ha sido en su breve mandato!

Pero ¿qué me dicen de la señora Cifuentes y el señor Casado? Las dudas sobre el segundo se remontan a su licenciatura. Insólito creer que se puede aprobar una carrera con influencias externas a las Universidad. Eso sí que daña la credibilidad del sistema universitario por completo.


Pero el fraude de las titulaciones académicas daña a la izquierda más que a la derecha porque a los niños y niñas bonitas ya se les presupone dotados. Tienen, además de belleza, inteligencia y sobresalientes por doquier. Los demás tienen que ganarlo honradamente, y pobre del que tenga el más mínimo fallo, se monta un escándalo, como así ha ocurrido.


Y, siendo así, la izquierda tiene que renovar sus ideas y sus propósitos. La cultura del esfuerzo, el compromiso y la voluntad de mejorar las cosas, basado todo ello en la justicia social, tiene que verse no solo en los programas electorales, debe ser el nuevo catecismo de la izquierda. No tanto para exigirlo a los demás como para que sea un decálogo de comportamiento interno.


Si Casado se relame en las palabras de Carmen Montón diciendo "No todos somos iguales" tendremos que saber qué persiguen unos y otros, porque la falsedad a algunos políticos le pasará factura, a otros no se la van a pasar. Y tan seguros están los populares, que le aplauden cuando la Fiscalía del Tribunal Supremo argumenta que no ha lugar al procesamiento. Celebran que no haya juicio, no tienen intención de enmendar el daño causado a la sociedad. El fraude para los de Casado en una anécdota típica de la política, donde reina la picaresca.


Quienes tienen que reflexionar a fondo son los de la izquierda, porque se sumaron sin más a prácticas que ya rechazaban nuestros padres y abuelos por considerarlas inmorales. Busquemos la diferencia, porque, efectivamente, no todos somos iguales.

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