Cuando me encuentro con alguna persona mayor que piensa que su vida activa se ha acabado me “pongo de los nervios”. Los integrantes del “segmento de plata”, esa generación que da titulo a esta columna, son personas tan útiles y eficaces como lo eran antes de pasar la barrera “terrorífica” de la jubilación. De hecho hay muchos, como yo mismo, que siguen haciendo lo mismo –pero sin cobrar- que hacían antes. Otros se han reenganchado en la vida laboral e investigadora “mientras el cuerpo aguante”.
Hemos recibido con esperanza y alborozo la concesión del premio Nobel de medicina a dos investigadores que pertenecen a este grupo de edad. Se trata de los Doctores James P. Allison de EEUU y Tasuku Honjo, japonés. Se lo han concedido por su trabajo en equipo sobre la liberación de células inmunes que atacan a los tumores. Un paso gigantesco en la lucha contra el cáncer.
Lo notable, en este caso, es que tienen 70 y 76 años respectivamente. Si al pasar la edad de jubilación se hubieran dedicado a echar de comer a las palomas o en vigilar las obras municipales, este descubrimiento se habría quedado en el deseo.
Se que no somos aspirantes a ningún premio Nobel, pero somos útiles y capaces de realizar un montón de actividades que mejoren la vida de los que nos rodean y la nuestra propia. Tenemos tiempo para realizar nuestros hobbies y terminar aquello que dejamos inacabado por falta de tiempo. Pero, finalmente, lo que nos sobra son horas para dedicarlos a los demás. En cristiano, a realizar las obras de misericordia. Sí, aquellas corporales y espirituales que estudiamos en el Ripalda.
Démosle un repasillo al catecismo de nuestra vida y obremos en consecuencia.
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