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Complot de iluminados para asesinar al Kingfish

Inquietantes datos detrás de asesinatos políticos fundamentan teorías conspirativas que por mucho tiempo se consideraban producto de una paranoia delirante
Luis Agüero Wagner
domingo, 21 de octubre de 2018, 11:29 h (CET)

Se piensa que una sala de cirugía, o cualquier otro espacio de un hospital, es impenetrable a un complot para asesinar a un paciente que se encuentra recibiendo atención médica.


Sin embargo, en fechas tan recientes como abril del año 2014, el ex represor al servicio de Pinochet, Andrés Valenzuela, confirmó la versión de que el ex presidente de Chile, Eduardo Frei Montalva, fue asesinado en enero de 1982 con unas compresas infectadas. Todo ocurrió dentro del hospital donde Frei había sido sometido a una rutinaria intervención quirúrgica.


Se conoce que cuando el forense Earl Rose intentó hacer cumplir las leyes de Texas, tras el asesinato del presidente John Kennedy, se interpuso a los agentes del Servicio Secreto que pretendían llevarse el cadáver presidencial bloqueando la puerta con ayuda de varios policías. La reacción fue colocar al médico y a los policías tejanos contra la pared y sacar a empujones los restos del presidente subidos a una camilla.


La historia oficial cuenta que cuatro presidentes de Estados Unidos fueron asesinados ejerciendo el cargo: Garfield, McKinley, Lincoln y Kennedy. Y que otros cuatro murieron ejerciendo el cargo: William Henry Harrison, Zachary Taylor, Warren Harding y Franklin Roosevelt. Sin embargo, se sospecha que al menos uno del segundo cuarteto, William Harrison, fue envenenado con arsénico por sus propios médicos.


Los médicos agrupados en sociedades secretas y desligadas del juramento hipocrático, recuerdan los suspicaces, jugaron un papel clave en todos los magnicidios citados. Un médico, Samuel Alexander Mudd, fue señalado cómplice de John Wilkes Booth, quien hirió de muerte al presidente Abraham Lincoln el 14 de abril de 1865.


Tanto James Garfield como William McKinley, murieron tras recibir disparos de armas de fuego, muchos días después de ser atacados y precisamente cuando ambos parecían recuperarse. Teddy Roosevelt asumió tras la muerte de McKinley y es conocido por haber impulsado y afianzado el poder de una conocida sociedad secreta de iluminados.

De acuerdo a testimonios documentados y atribuidos a Samuel Todd Churchill, asesinar al Senador Huey Long fue un ritual de esa misma sociedad secreta, y se consignó en él la más numerosa participación de profesionales médicos.

El Dr. Rudolph Matas, alto jefe de los iluminados, fue quien tuteló la formación profesional de Carl Austin Weiss, supuesto asesino del Senador Long. Matas dirigió y manipuló la vida de Weiss al punto que urdió el viaje del joven médico para especializarse en Europa, e incluso su casamiento con Louise Yvonne Pavy.


De acuerdo al testimonio, el doctor Weiss fue coaccionado por la sociedad secreta a la que debía favores y lealtad, para trasladarse el domingo 8 de Septiembre hasta el centro de Baton Rouge con la misión de general una trifulca en el capitolio estatal. Había sido advertido que incluso la vida de su hijo de meses apeligraba en caso de negarse al rol que le habían asignado.


Otro actor clave era un espía de J. Edgar Hoover infiltrado como guardaespaldas del Senador Huey Long, encargado de generar una reacción desmedida tras la aparición en escena del médico, aquella noche de 1935. El custodio en cuestión, Murphy Roden, inició la balacera que increíblemente, superó los sesenta disparos en el reducido espacio de un pasillo cubierto de mármol travertino.


Es muy significativo que las dos balas que causaron la muerte de Long eran calibre 38 y 45, correspondientes a las armas de los guardaespaldas y de la policía estatal, en tanto Carl Weiss había dejado en su automóvil una de calibre 32 que apareció en la escena cuando su dueño ya estaba sin vida en los pasillos de la Legislatura.


En el hospital donde Huey Long fue asistido, la posta del complot fue tomada por los colegas del presunto asesino. El cirujano jefe, que estaba realizando la operación más importante de su vida, optó por abandonar el quirófano en el momento más crítico. Arthur Vidrine, uno de los principales responsables, también pertenecía a la sociedad secreta.


Todos sabían que si Huey Long sobrevivía al atentado, FDR no sería reelecto en 1936. De hecho, ya para entonces Long aglutinaba a más del once por ciento de los electores, y tenía el balance de poder para dar la victoria a los republicanos como preludio de su llegada a la Casa Blanca prevista para 1940.


Todos los participantes del complot fueron beneficiados con la muerte del “Kingfish”. Roosevelt fue reelecto al año siguiente, los amos de las finanzas de Wall Street eliminaron a su más peligroso fiscal, y la Standard Oíl allanó caminos para apoderarse del petróleo sudamericano.


Fue tan grande la euforia, que incluso se sabe que en celebración del triunfo, J. Edgar Hoover organizó en New Orleans una fiesta alegórica a la que los invitados asistieron con máscaras y travestidos, siguiendo la antigua tradición griega de Comus que a mediados del siglo XIX había resucitado en los carnavales de New Orleans.


Luego de un triunfo semejante, quedaría tiempo suficiente para divertirse, veranear y cenar en clubes nocturnos con su alter ego Clyde Tolson por varias décadas sin que Kennedy, Lyndon Johnson ni Richard Nixon puedan moverle el piso.

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