Ha oscurecido antes de lo previsto. La tarde se ha cerrado en torno a la tormenta, que nos ha pillado de improviso, obligándonos a refugiarnos en este lugar en el que nos miramos en silencio.
Hay en tus ojos esa mirada. Ya sabes, esa mirada que tuviste en aquellos días primeros, cuando éramos unos absolutos desconocidos, cuando teníamos ese terreno por descubrir que ya hemos transitado tantas veces. No había vuelto a ver esa forma de mirar tuya desde la primera tormenta interior que descubriste en mí. Porque desde entonces ya no volviste a mirar igual. Quizá viste a otro diferente al que creías que era, o quizás a mi verdadero yo, y eso te decepcionó de tal modo que tu forma de mirarme, de ver a través de mis actos, cambió irremediablemente.
Y ahora estamos aquí, empapados por la tormenta y sin saber qué decirnos. Igual que aquella primera vez, aquella mañana de génesis que nuestras vidas se cruzaron y nos miramos en silencio diciéndonos todo lo que necesitábamos saber. Es un nuevo comienzo que llega, como la lluvia en la tormenta, sin avisar, como una descarga de vitalidad renaciendo por doquier.
Parece que aminora la lluvia. Podemos continuar el paseo. Seguimos caminando con las últimas gotas de la tormenta mojándonos. En silencio, sin intercambiar palabra y mirándonos. Mirándonos como por primera vez, descubriendo un nuevo comienzo. Con la mirada nueva de aquel primer día.
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