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Plácido

Soy un enamorado del cine de Berlanga. Siempre dice algo importante
Manuel Montes Cleries
domingo, 30 de diciembre de 2018, 11:17 h (CET)

En la pasada semana tuve la oportunidad de volver a ver, por enésima vez, esta película que recoge todo el estilo y la filosofía del genial cineasta valenciano.


“Plácido” (1961), es un ejemplo del neorrealismo hispano de los sesenta. Recoge todos los aspectos de una sociedad, recién sacada de una guerra civil, que lucha por la supervivencia. A muchos les parecerá una exageración. Pero cada uno de los detalles de una pobreza llevada con dignidad, nos llevan a retrotraernos a una parte de nuestra vida en la que firmábamos letras (siempre recordaré que mi primera máquina de escribir la pagué con letras de ochenta pesetas mensuales -menos de cuarenta céntimos de euro-. Si no pagabas… al notario, te embargaban el bien… y listo.



A Plácido (Cassen) le pueden quitar su motocarro. Lucha hasta la extenuación por pagar la letra. El petimetre (José Luís López Vázquez), que intenta agradar a la familia de la novia, no para de exhibir su parentesco para que se la abran algunas puertas, “soy el hijo de fulano”. Las beatas, de abrigo de pieles y velo, haciendo “caridad”. Hasta el hermano, un poco disminuido y pillín, aporta sus ahorrillos y la cesta de Navidad que acaba de afanar.


Aparecen aquellos viejos servicios llenos de miseria y sexo barato. Aquellas exhibiciones de pobres famélicos que comían jamón cuando ellos -o el jamón- estaban malos. Aquellos motocarros que pululaban por Málaga en sustitución de los triciclos y los carrillos de mano.


El traslado del pobre, casado a la fuerza y fallecido inmediatamente, en un motocarro con la estrella de Navidad, es el colmo de una situación, hoy en día insólita, que muchos hemos vivido de cercaen nuestrosbarrios “del puente pallá”.

La última escena recoge todo el sentido de la trama. La frase del comerciante que recupera su “cesta robada” da luz y norte a la situación: “que sois unos muertos de hambre”.


Mi buena noticia de hoy se basa en que podemos vivir aquellos momentos con nostalgia, sentimiento e incluso vergüenza. Pero no podemos perder de vista que hemos superado una época con mucho esfuerzo. Un ejemplo para unas nuevas generaciones que lo han tenido todo mucho más fácil y que no valoran la tenacidad ni la superación de las adversidades. Una generación que basa su información en las redes y en el teléfono móvil.


Mi buena noticia de hoy es que los que fuimos testigos de aquella forma de vivir, intentamos frenar un movimiento pendular hacia el consumismo (mucho peor que el comunismo) y procuramos transmitir los valores fundamentales del respeto, la familia y la amistad. Pero seguimos sin ser valorados.

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Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un asunto que, si bien es evidente, se discute y analiza precariamente desde los medios masivos de comunicación: la pérdida de representatividad popular de la izquierda en occidente. Esta disociación con la realidad del pueblo pone de manifiesto el cambio profundo en las prioridades y estrategias de un espectro político que, históricamente, había sido el portavoz de las clases trabajadoras.

Que la luz nos guíe por los valles por donde a veces Dios Padre Todopoderoso nos permite pasar para asfixiar nuestros egos y vanidades, para que un día merezcamos permanecer en las cumbres celestiales. Así sea, un día seremos la luz que soñamos. ¿Todos saben lo que han vivido entre desafíos y superaciones? Entre ser escuchado o ser ignorado por familiares y amigos, por una sociedad enferma que no puede verse enferma.

Atención a la siguiente frase: “Hay hombres para los que nada está escrito, a no ser que lo escriban ellos”. La frase, que bien podría aplicarse a los que escribimos diariamente columnas de opinión, es una de las que se escribieron para el guion de “Lawrence de Arabia”, esa inmensa, compleja y deslumbrante obra maestra del cine.

 
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