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Miradas a las estrellas

¿Por qué el hombre vuelve a la mentalidad de la edad media?
Octavi Pereña
martes, 29 de enero de 2019, 08:19 h (CET)

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, y en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1: 27,28).


Según el relato de la creación que describe Génesis todo lo que existe fue formado por Dios. Dios habló y cada día van apareciendo cosas, no de la nada porque de la nada no puede salir nada. Antes de la nada ya existía Dios. De Él procede todo lo creado. Una característica del relato de Génesis es que la creación de la Tierra no fue el resultado de un fortuito Big Bang sino de una cuidadosa y planificada formación que duró seis días. Cuando el hábitat estuvo listo para acoger a los seres vivos, en el día sexto “dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así. He hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno” (vv. 24,25).


Entre la creación de los seres vivientes y del hombre creado a imagen de Dios se encuentra un ínfimo espacio de tiempo, que especifica que la creación del hombre fue independiente de la de los animales: “Y creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó” (v.27). En 3: 19 sabemos que Adán fue creado del polvo de la tierra porque debido al pecado y con la aparición de la muerte “con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado, pues polvo eres, y al polvo volverás”.


También sabemos que la creación de Adán y Eva no fue simultánea. El texto sagrado cuida de precisar la procedencia de Eva: “Y dijo el Señor Dios: No es bueno que el hombre esté solo, le haré ayuda idónea para él…Entonces el Señor Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carme en su lugar. Y de la costilla que el Señor tomó, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora huso de mis huesos y carne de mi carne, esta será llamada mujer porque del hombre fue tomada” (2:21-23).


La descripción detallada de la creación de Adán y Eva pone de manifestó que el ser humano es muy precioso a los ojos de Dios. No lo deja ocioso, le hace responsable de cuidar con esmero el hábitat que previamente había preparado para ellos. ¿Tenía Dios en mente que el hombre se interesase por los viajes interestelares? Pienso que no. Creo que el texto sagrado deja muy claro que lo que debe explorar el hombre es la Tierra. Pienso que habría sido así de no haberse producido un acontecimiento que trastornó la relación del hombre con su Creador.


Adán y Eva vivían felices en el jardín que cultivaban sin que les cayese de la frente ni una sola gota de sudor, además, gozando del privilegio de conversar con su Creador paseando juntos al fresco del día (3:8). En el escenario aparece la serpiente. Algunos restos arqueológicos la presentan como un animal que andaba derecho. El hecho de que fuese condenada por Dios a arrastrarse sobre su pecho y a comer polvo todos los días de su vida (3: 14), confirma lo que dicen los restos arqueológicos hallados. Bien seguro que Adán y Eva ya la habían visto previamente y que su bella figura era atrayente. La belleza del animal no cambió al ser poseído por el diablo, el padre de la mentira. Desconociendo Eva lo que interiormente había sucedido al animal, presta atención a lo que le dice. No resistió al diablo y éste no desapareció de su presencia. Le atrapó el mensaje de la duda. Desconfió de Dios y quiso ser como Dios tal como la serpiente le había prometido si comiese el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Adán y Eva comieron el futo prohibido. Perdieron la virginidad espiritual. A partir de este instante la descendencia de Adán también desea ser como Dios. 


Haciéndose grandes empequeñecen a Dios. En Babel quieren hacerse un nombre (Génesis 11:4). Al hombre siempre le han cautivado las estrellas. Le atraen como el imán al hierro. ¿Qué mejor manera de hacerse un nombre que tocarlas? Utilizando la tecnología de la época construyen “una torre que llegue al cielo”. La tentativa fracasa por dos motivos: Dios se lo impidió confundiendo la lengua y porque la tecnología de la época no era la adecuada. Los siglos transcurren y la tecnología avanza imparable. En el siglo XX el hombre pone los pies en la luna, así comienza la competición entre las grandes potencias por hacerse un nombre. Millones i millones de dólares se gastan en construir artefactos adecuados para adentrarse en las profundidades siderales. Aquí se produce la gran contradicción. En lugar de cultivar y guardar el jardín en donde Dios ha puesto al hombre busca hacerse un nombre adentrándose en el infinito mar estelar. No se precisa ser de la extrema derecha para tener una media de edad mental de la edad media, como dice El Roto en una de sus viñetas. Hemos progresado mucho en tecnología y ello nos enorgullece, pero muy poco en civilización. Se envían semillas a la luna para que germinen y así se puedan abastecer de alimentos los futuros exploradores astrales. 


Entretanto aquí en la tierra millones de personas pasan hambre. Hay millones de dólares para explorar el espacio con el único propósito del hombre de hacerse un nombre y no los hay para atender las necesidades básicas de la humanidad. Por este sendero no se hace un nombre. ¿Qué sucede? Queriendo el hombre hacerse un nombre pierde su humanidad viviendo sin Dios. Si la Biblia tuviese que escribirse hoy volvería a redactarse este texto: “Y miró Dios la tierra, y he aquí estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra” (Génesis 6: 12). El resultado fue que la tierra, el jardín que Dios había preparado con amor paternal para ser el habitad del hombre, fue sepultada bajo las aguas del Diluvio Universal. Por la misericordia de Dios de toda la humanidad sólo ocho personas justas, Noé y su familia, se salvaron de perecer ahogadas.

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