Cuando un evento se presenta con ínfulas de representar a una industria boyante, cuando la realidad no puede ser más decepcionante y los españoles que acuden a las salas donde se proyectan películas en España, sobre todo si son españolas, cada día, cada mes y cada año presentan un espectáculo más decepcionante, tanto por el número de salas de cine que se vienen cerrando en España, como por la cantidad de ciudadanos que acuden a ellas o por el tipo, la calidad, los temas y, especialmente, por la insistencia de los directores empeñados en utilizar temas de crítica política, siempre en la misma dirección, con el mismo propósito y haciendo uso de los mismos trucos, para explicar la historia de una parte importante de los últimos años de la historia de nuestra nación, bajo el prisma distorsionado de unas generaciones a las que se las ha venido engañando durante décadas, presentándoles una visión de lo que fueron los tiempos de la Guerra Civil, sus antecedentes y sus consecuencias que, para muchos que tuvimos ocasión de vivir aquella época, no hacen más que producirnos la sensación de que la verdad, ha estado secuestrada y ausente durante los años en los que, las izquierdas, han querido presentar su particular visión de lo que sucedió en aquellos años de enfrentamiento civil. Lamentable, pero cierto.
Veamos unos datos que nos harán ver en lo que consiste sostener una industria española, la cinematográfica, a costa de los impuestos de los españoles. Por ejemplo, en el pasado año los datos indican que el cine español, las películas realizadas por promotores, directores y artistas españoles, han conseguido la increíble cifra de ¡103 millones de euros! Lo curioso es que, en los presupuestos generales del Estado para este 2019, se tiene prevista una partida de 100 millones de euros para ayuda al cine español ¿Es entendible que se financie un negocio tan ruinoso, teniendo en cuenta que los que escriben sobre cine están muy satisfechos con la recaudación del pasado 2018 haya pasado de sólo 103 millones de euros?, porque en años anteriores no se llegaron a alcanzar estas cifras. No sabemos si, en estos 100 millones de los PGE, están incluidas las aportaciones que la cadena TV1 dedica al apoyo de películas españolas, algo que no alcanzamos a entender porque, la cadena pública tampoco anda muy boyante en cuanto a sus finanzas y no digamos desde que esta señora manipuladora y sectaria que designaron los socialista como administradora interina y, como ya ha ocurrido con las promesas de elecciones hechas por P.Sánchez, la interinidad de Rosa Mateo parece ir para largo, mientras los socialistas han conseguido que, en un año, sus telediarios hayan experimentado una baja de audiencia de 400.000 espectadores. ¡Deberían hacérselo mirar!
Pero es que, el hecho de que las salas de cine están de capa caída, no es una afirmación hecha al tun, tun; porque vean lo que un estudio estadístico sobre la asistencia al cine de los españoles, durante el 2018, ha dado como resultado: un 52`9% nunca o casi nunca va al cine; sólo un 1´2% va una o más veces a la semana; un 5% va de 2 a tres veces al año; un 10´6% una vez al mes; un 12`6% de 5 a 6 veces al año y un 17`7% menos de 5 veces al año. Puede que la fanfarria que montan el gremio de los actores, directores y demás miembros de la familia cinematográfica, no sea más que un Bluf para darse los unos a los otros el autobombo que precisan para convencerse a sí mismos de que son unos grandes profesionales, talentosos y que, como no, pueden codearse con aquellos que, en los EE.UU, para envidia de todos, pusieron en marcha, hace años, aquella magna ceremonia de los Oscars, con la que, ni en sueños, tienen la más mínimas posibilidad de equipararse ni, tan siquiera, de aspirar a que nadie que ha visto lo uno y lo otro, pueda encontrar el más mínimo parecido, como no sea el mirar el intento español desde el punto de vista de un maestro que contempla a su alumno intentando imitar su obra, con poca fortuna.
Empezando por la famosa alfombra roja, sobre la que se intenta dar una sensación de voluptuosidad, brillantez, elegancia y savoir faire de los distintos personajes “importantes” que la transitan y que, por tanto, se supone que han de cautivar a los mirones y a las numerosas cámaras de las TV y flashes de los periodistas que cubren el evento. Sólo unas contadas ( bastan los dedos de la mano) personas dieron la talla y consiguieron dar una sensación de saber vestir, entender de elegancia y dominar el arte de presentarse ante el público con don de gentes porque, en cuanto al resto, a pesar de que la mayoría se han gastado fortunas en trajes espectaculares, mejor sería correr un tupido velo misericordioso que pudiera ocultar tanta ordinariez, tosquedad, lenguaje vulgar, gestos inapropiados y, en general, dando la decepcionante sensación de que, aquella gala les venía grande y que mejor se hubieran podido encontrar en una taberna bebiéndose uno vinos, entre risotadas y despropósitos. Lo mismo se podría decir respecto a algunas de las peroratas de algunos ganadores de los premios, capaces de aburrir al más pintado y de convertir el espectáculo en un gesto continuo de mirar al reloj para ver cuando se acababa aquel Purgatorio.
Comentario aparte merecen los presentadores de la Gala. El matrimonio de Buenafuente-Abril seguramente pensaron que, con unos cuantos gestos de complicidad, con intentos de despertar al público de su pasividad y con una falta decepcionante de vis cómica que les estuvo acompañando durante toda la velada, ya cumplieron con su cometido, bueno… pues que se lo sigan creyendo pero, en realidad, su intervención fue aburrida, desangelada, impropia (lo de desnudarse ante los asistentes, quedándose en ropa interior, pudiera tener explicación en un vodevil o un cabaret, pero resulta impropia de un reparto de premios, aunque se celebrara en una fiesta de actores, entre los cuales no parece que existan reglas de conducta demasiado estrictas) y, evidentemente, no contribuyó en nada a darle un aire festivo al acontecimiento, en motivar al público o en metérselo en el bolsillo con algunos chiste ingeniosos que, por cierto, en todo el tiempo que duró la velada, brillaron por su ausencia.
Por lo demás no abundaron, como en otras ocasiones, las consabidas críticas al Gobierno de turno, algo fácilmente explicable ya que, los que nos gobiernan en la actualidad y los que contribuyen con su apoyo a que puedan seguir haciéndolo, estaban ampliamente representados entre la audiencia de espectadores y actores, galardonados o no, que intervinieron en la representación de aquel espectáculo. Algunas puyas, especialmente hacia las derechas de Casado (no entendemos su presencia en un acto que siempre se ha caracterizado por sus ataques a la derecha) o a los señores de Ciudadanos y, por una desafortunada manifestación de un sujeto, no sé por qué motivo fue premiado, pero lo cierto es que se despachó a gusto contra Israel y a favor de los palestinos, puño cerrado en alto. Estas muestras de cerrilidad debieran de evitarse porque, seguramente, algunos despistados ciudadanos de países extranjeros, pudieron visualizar la gala y, la impresión que les debió causar semejante salida de tono, no debió de ser muy favorable para los españoles.
Resultaba curioso el énfasis con el que los premiados, en sus palabras de agradecimiento, se referían a “la Academia”, dándole una categoría que a algunos, entre los que nos encontramos, nos gustaría poner en cuestión dadas sus decisiones en las que no se puede menos de advertir la influencia de las ideas políticas de sus miembros que, al parecer no pueden desprenderse de ciertos tics que los llevan a dar preferencias a la truculencia de algunos temas, en los que gustan refocilarse, seguramente con la aprobación de muchos que están de acuerdo con sacar a colación el tema de la corrupción desde el punto de vista del capitalismo o bien todo lo relacionado con el franquismo y sus efectos sociales, según su punto de vista. Seguramente, si hubieran mirado hacia otro lado, hubieran encontrado buen material al que premiar pero que, seguramente, no hubiera satisfecho a un público, especialmente sensible a las críticas que se hace a las izquierdas, pero entregado cuando se trata de menospreciar o poner el punto de mira sobre lo que, para la mayoría de ellos, no son más que opresores y ricachones, sin los cuales, por cierto, muchos de las empresas que les están dando trabajo también son sociedades con ánimo de lucro y que intentan ganar todo el dinero que puedan. Como, por cierto, lo hacen estas dos chiquillas amateurs, de raza gitana, que se ofrecieron a hacer un papel de lesbianas y, a una de ellas, se la ha premiado y a la otra no. Cosas de la vida, pero me gustaría saber si esto de contratar a gente inexperta, con poca preparación y con evidente desconocimiento del medio en el que se han metido, se debió a que se prestaron a cobrar poco o a la moda de que cuanto más reales, maleables, inéditos o incultos sean los actores, más auténticos son (y baratos les salen a los productores). Se debería hacer un seguimiento de lo que va a suceder con estos actores, entre los que también se encuentran el equipo de la película “Campeones”, a los que se les ha abierto una gran esperanza de futuro y, mucho no tememos que, por mucho que se hayan hecho ilusiones, esta fama de la que han venido gozando, merecida por supuesto, no tenga la continuidad que, seguramente, todos ellos esperan que tenga. Sería muy injusto y una maldad que, después de haberles hecho conocer la mieles del triunfo, se encuentren que todo ha sido un sueño y que deberán regresar a la rutina de su vida anónima del pasado. Sería una gran injusticia.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, saliéndome de mi línea habitual de hablar sobre política, en esta ocasión me he referido a esta Gala de los Goyas, que considero tan artificial y endogámica; donde todos los actores y actrices se desmelenan intentando aparecer simpáticos e inteligentes, donde se cruzan mensajes de alabanza y donde los directores son asediados por todos aquellos que quieren ofrecerles sus servicios, aunque sólo se trate por hacer un escena de unos pocos segundos, como le ocurrió a un actor secundario que recibió un Goya por una escena en un balcón, que creo que pertenecía a la película siete veces premiada “El Reino”. Como, en el caso de los taxis, tengo la impresión de que una industria como la cinematográfica en España, está condenada a buscar una renovación integral, donde se salga de los tópicos que lleva explotando desde la caída del régimen del general Franco, para concentrarse en producciones como las que se están produciendo en otros países y que son capaces de atraer la asistencia de millones de espectadores. Como diría don Hilarión “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad” y, así como el gremio de los taxis deberá aceptar, en poco tiempo, que van a llegar nuevos sistemas de trasporte contra los que no van a poder luchar, creemos que, el cine español, también debe deshacerse de tanta mediocridad, formar buenos actores y cambiar los chips de aquellos que se dejan llevar por la política y desprecian el sentido común. No olviden que el dinero de las subvenciones sale de los bolsillos de todos nosotros y, por eso mismo, tenemos derecho a emitir nuestro juicio sobre el tema.
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