Algunos lectores ni sabrán que Gibraltar se perdió por el Tratado de Utrecht (abril 1713 / julio 1715). Inglaterra heredó entonces Gibraltar y Menorca, aunque esta última la recuperamos merced a la Guerra por la Independencia de los Estados Unidos de América. ¿Y del Peñón? Llevamos un cuarto de siglo XXI, y sin noticias...
Nuestros parlamentarios, esos políticos que no representan a todos, son los que “patean” las bancadas y profieren desaforadas carcajadas cuando desaprueban una ponencia, o no escuchan lo que desean oír del orador de turno. Con ello quiero decir que dan rienda suelta a su infantilismo, a ese niño que todos llevamos dentro, y liberan energía negativa acumulada...
No es mi intención emular al insigne don Francisco de Quevedo con sus versos satíricos, uno de los padres del conceptismo barroco, y erigirme en esta columna de opinión en un mordaz o desafiante inquisidor de esos malos políticos.
Y es que quiero pintar con letras una gris acuarela de nuestra España actual, una España gobernada por un nefasto individuo, y resulta muchas veces incongruente e improcedente que el guía de este país sea un tal Pedro apellidado Sánchez, pero como dice la famosa cita: “la única cosa que nos debe sorprender es que hay algunas cosas que nos pueden sorprender”, o eso de: “España es diferente y aquí todo es posible”.
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