Los grandes filósofos de la Antigüedad eran polímatas, ya que poseían conocimientos de varias disciplinas y mostraban su creatividad en diferentes campos del saber.
El desarrollo al máximo de las capacidades y talentos de cada uno es el planteamiento, por ejemplo, de los humanistas del Renacimiento de los siglos XIV al XVII aproximadamente.
El modelo que siempre se cita es el genio renacentista Leonardo da Vinci. Pero también destaca en el siglo XVII y comienzo del XVIII otro pensador universal que fue Leibniz.
A mi juicio, un ser humano viene al mundo no sólo para ser feliz, ya que también es pensable que lo puede ser si lleva a cabo sus deseos creativos y desarrolla plenamente sus habilidades y lo que le gusta. Y en este sentido no hay límites a lo que una persona con inquietudes artísticas puede lograr con su creatividad.
Todo depende, sobre todo, de la perseverancia y la energía que se emplee en crear numerosos escritos, creaciones, en definitiva. El talento y la calidad de lo que se crea se abre paso a lo largo del tiempo, si se crean muchos o muchísimos contenidos. Esta es la clave, sin duda. Y esto sucede tanto en las artes plásticas, como en la música, el cine, también en el arte de escribir y en otros ámbitos artísticos.
Y la pasión que se pone en crear contribuye a hacer mejor la realidad. Mucha gente pasa por la vida sin crear y está en su derecho. Pero estoy convencido de que es infinitamente más bello crear, investigar, descubrir y no pasar por la existencia de un modo puramente contemplativo y hedonista, sin más.
No estoy diciendo que no haya que disfrutar de la vida, pero considero que el hombre universal busca y encuentra un equilibrio entre su goce vital y el placer de crear. No son actitudes opuestas o contradictorias, todo lo contrario.
Una cuestión importante en la existencia es no vivir de forma anárquica y desordenada, ya que se malgasta el tiempo que es un recurso que una vez ha pasado es irrecuperable. Ahora bien, también es respetable que muchas personas prefieran una vida caótica a otra organizada hasta cierto punto.
Estoy convencido que una persona que no crea no desarrolla plenamente su existencia, o, al menos, así lo entiendo yo. Y llamo crear a escribir, pintar, componer, tocar instrumentos y un largo etcétera. Por supuesto, se puede pensar que sin crear se vive una vida más tranquila y apacible. Pero el goce que se tiene con la pasión creativa, con el gusto por hacer cosas nuevas que surgen de la nada es grandioso y extraordinario.
En tiempos de Leonardo da Vinci era más difícil dar rienda suelta a la inventiva y la creatividad, pero en la era digital en la que estamos han cambiado las cosas. Y cada sujeto en la medida de sus posibilidades tiene derecho a crear y difundir sus ideas, conocimientos, planteamientos y opiniones de diversas maneras con plena libertad. Y estas posibilidades son inmensas, en realidad, porque todo depende de la constancia, la tenacidad y la perseverancia en la actividad creadora desarrollada por cada ser humano.
Somos animales racionales como decía Aristóteles y lo más propio de nosotros es el cultivo del intelecto. Que se puede entender de muchas formas. La inteligencia se cultiva viajando, observando, analizando, recordando, leyendo, escribiendo, pensando, etcétera.
En la posmodernidad líquida en la que vivimos la alta cultura parece que está siendo relegada como a un ámbito propio de los museos. Todo se relativiza hasta extremos increíbles. En realidad, lo que predomina es la televisión de pura diversión y lo cultural es menospreciado o dejado a un lado. Esta es la tendencia y es absolutamente irracional.
Y no sirve como justificación decir que, como la vida es relativamente corta, lo mejor es vivir en el consumismo más intenso que lo abarca todo y no dejar ningún espacio para la creatividad y la cultura. De esta manera, parece que los que se dedican con pasión, gusto y satisfacción a escribir o a otras actividades creativas o artísticas son como una especie de sujetos raros y no es cierto. Siguen el ejemplo, en cierta forma, del hombre universal renacentista.
Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.
Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.
Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.