Sería una hipocresía no reconocer que, desde hace unos años, los problemas de la Iglesia católica les están dando a sus jerarquías importantes problemas, no sólo desde el punto de vista doctrinales sino desde lo que está sucediendo dentro de su propia estructura organizativa y personal en las que se están detectando dificultades que hace que se pongan en duda alguna de las actuaciones de los eclesiásticos, no sólo en lo que se pudieran considerar sus bases dentro del organigrama de dicha religión ( diáconos, presbíteros etc.) como en los que se pudieran considerar órganos directivos, de mando y posibles aspirantes a ocupar la máxima autoridad que existe en lo alto de la pirámide de la jerarquía eclesiástica hasta alcanzar al papado ( obispos, arzobispos, cardenales y el propio pontífice). Durante muchos años el prestigio de la Iglesia católica se ha mantenido por encima de toda duda, es cierto que han existido herejías que han cuestionado sus doctrinas, sus dogmas, su apostolado y su misma estructura jerárquica, pero había sabido superar todos los tropiezos y continuar manteniéndose firme a lo largo de los más de veinte siglos que lleva ostentando su condición de Iglesia de Cristo.
Bastaba la palabra autorizada de sus “pastores” para que los fieles la aceptaran sin cuestionar la veracidad, la obligatoriedad o la sensatez que aquellas materias espirituales y morales que marcaban la vida de los fieles. Nadie ponía en duda la condición de pastores de la Iglesia de los sacerdotes y demás autoridades y se daba por descontado que todos ellos mantenían una conducta intachable en el ejercicio de su maestrazgo espiritual y en su propia vida personal.
Sin embargo, llevamos unos años que, para la Iglesia católica podrían ser definidos como “annus horríbilis” según expresión atribuida a la reina de la GB, Isabel II, en los que parece ser que las furias del Infierno se han desatado contra ella. Y no es que los problemas surgidos en el seno de la organización eclesiástica no se puedan considerar propios de la propia debilidad humana, que lo son, sino que, por encima de todas las cuestiones que, de alguna manera, no convenía que se difundieran, que se conocieran por los fieles creyentes o que pudieran dar pábulo a las críticas de otras confesiones religiosas, de las comunidades políticas o que pudieran dar pábulo la pérdida de la confianza de los fieles católicos en sus directores espirituales, dando la razón a aquellos teólogos que se han manifestado, en muchas ocasiones, en contra de la curia vaticana, de su aislamiento y su falta de sensibilidad con respeto situaciones especiales de algunos sectores de la sociedad o de su falta de flexibilidad para afrontar problemas sociales provocados por el cambio de los tiempos y de las mentalidades de la sociedad moderna.
Lo cierto es que hay cuestiones que se vienen manteniendo latentes dentro ´de la curia romana y que siguen enquistadas sin que nadie se atreva a afrontarlas con valentía. Una de ellas es el celibato sacerdotal y la necesidad urgente de reconsiderar la conveniencia de seguir manteniéndolo o de estudiar alguna forma de permitir a los miembros del clero el poder acceder a otros sacramentos, como pudiera ser el del matrimonio, una cuestión que muchas iglesias cristianas han abordado desde hace tiempo y que, seguramente, pudiera ser la solución para muchos de los casos de graves desviaciones pecaminosas en el ámbito de la sexualidad y, por ende, delictivas que se vienen dando, y no precisamente en escasas ocasiones, entre muchos sacerdotes y diáconos sin que se dejen de reproducir entre los más altos cargos de la jerarquía eclesiástica que, para más INRI, se ha pretendido ocultar por los mismos obispos y cardenales que, conociendo su existencia, han preferido mirar hacia otro lado para evitar el escándalo de que tales sucesos obscenos fueran conocidos por el resto de la sociedad. Esta cerrazón cómplice de quienes continuaran permitiendo que se cometieran actos de pederastia, acoso a religiosas, violaciones o chantajes cometidos en el seno de las comunidades religiosas de la Iglesia, ha dado lugar a que muchos religiosos se convirtieran en verdaderos depredadores sexuales dentro del mismo seno de la comunidad religiosa. Escuelas, conventos, noviciados, casas de acogimiento y en los mismos centros de deporte o actividades físicas, han sido lugares en los que se han ido cometiendo, impunemente, actos contra la libertad de menores, verdaderos sometimientos a la lujuria por parte de quienes llevaban hábitos y debieran dar ejemplo de vida cristiana sana, sin tener derecho a ello o a aquellos profesores, maestros o confesores , con sus palabras, su autoridad, su valimiento de superioridad física o intelectual sobre la presunta víctima, han sido capaces de someterla a su voluntad pecaminosa hasta lograr su deleznable propósito. Se habla de cien mil casos a lo largo de los últimos años, muchos de ellos conocidos y ocultados para evitar el escándalo. Se tienen datos desde el pontificado de Juan Pablo II en los que se empezó a tomar en serio el tema de la pederastia entre los miembros del sacerdocio y ataques sexuales por parte de los mismos a monjas a las que, sus mismas madres superioras, les pedían que, en bien de la iglesia, no lo denunciaran.
Fue el papa Benedicto XVI quien empezó a desentrañar esta trama de delitos sexuales cometidos dentro de la misma iglesia, en la que pronto se dieron cuenta de que no se trataba de casos aislados que hubieran sido fácilmente erradicados enviando a los culpables a lugares en los que no hubieran podido seguir con sus actividades delictivas, sino que los casos de denuncias por parte de muchas personas que, pasados los años, perdieron la vergüenza y denunciaron aquellos tocamientos y acosos por parte de religiosos que se aprovechaban de la inocencia o juventud de sus víctimas para hacerlos objeto de sus depravaciones sexuales. Hemos llegado a pensar si, la repentina renuncia al papado de Benedicto XVI no estuviera motivada, en parte, por la sensación de que se veía incapaz por si solo de poder enfrentarse a un problema de tanta magnitud y de tan difícil solución.
Francisco ha tenido que apechugar con la evidencia, denunciada por miles de personas, de que la Iglesia estaba plagada de semejantes delincuentes y todavía está por ver si va a ser capaz de adoptar las medidas lo suficientemente enérgicas, efectivas, rápidas y tajantes, para detener esta plaga que se ha extendido por toda la congregación eclesiástica como la catástrofe de la langosta. Hay quien ya dice que esta reunión extraordinaria que se está celebrando en el Vaticano, con la presencia del propio papa, no parece que de momento contemple medidas draconianas que garanticen que esta plaga pueda ser exterminada antes de que se produzcan más víctimas y que, el desprestigio de la Iglesia católica se convierta en motivo de que muchos católicos decidan apartarse de ella.
No queremos acabar ese comentario sin aludir a este folletín en el que los socialistas del señor P.Sánchez han convertido la pretendida exhumación de los restos del general Franco de su sepultura en la basílica del Valle de los Caídos. Si ya el sacar a relucir un propósito semejante constituye una felonía y una falta del respeto que siempre se debe tener por los despojos de una persona, sea cual fuera su trayectoria vital, el hecho de que aquellos que, hace 80 años, fueron derrotados de forma incuestionable por las tropas que él dirigía, aparte de ser una cobardía sólo entendible por la ruindad de los que intentan semejante “hazaña”, sino que demuestran su calidad humana cuando, después de pasado un lapso tan grande de tiempo en lo único que piensan es en vengarse en los restos de aquella persona, un militar, al que, en vida suya, fueron incapaces de vencer.
Han fracaso en todo lo que vienen intentando. Primero anunciaron a bombo y platillo que la exhumación sería inminente; cuando pasaron los meses sin que nadie hubiera entrado en la basílica para intentar sacar los restos del general Franco de ella, se volvió a hablar de que habían surgido una dificultades que retrasaban “por unos días la exhumación”, pero que pronto iban a tener lugar las necesarias diligencias. Han seguido pasando los meses y ahora los socialistas de P.Sánchez, que se negaron a cumplir con la voluntad de la familia del general que ofrecía trasladar los restos a la basílica de la Almudena en Madrid, sin que su oferta fuera aceptada por el Gobierno cuando se dio cuenta de que, si cedían a la voluntad de la familia, la peregrinación para visitar el nuevo lugar en el que reposarían los restos del vencedor de la Guerra Civil, podría convertirse en un calvario para aquellos que habían pretendido deshacerse del recuerdo de Franco para siempre, como lo han intentado hacer en el resto de la ciudades de España.
Después de haber intentado colar que el Vaticano “era partidario de la exhumación de Franco para enterrarlo fuera del Valle de los Caídos” por parte de la ministra de Cultura y portavoz del gobierno socialistas, han salido los obispos para, por boca delsecretario general de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, aclarar que: "Es distinto decir que la Iglesia no se opone a decir que apoya la exhumación" de Franco”. Hoy mismo, la señora Celaá, ha tenido que salir a la palestra para decir que, aquello que anunciaba como inminente, posiblemente no diera tiempo a poderlo hacer dentro de esta legislatura que se está terminando. Un error detrás de otro y otra más de las incontables rectificaciones que ha tenido que hacer este gobierno socialista, presidido por el señor P.Sánchez, una persona que si tuviera algo de vergüenza mantendría la boca callada, para evitar continuar metiendo la pata, algo de lo que parece que sigue sin arrepentirse, incluso cuando lo que escribe se lo hace otra persona y, encima, está lleno de citas erróneas y de perogrulladas impropias de una autoridad que ostenta el honorífico cargo de Presidente del gobierno de España. Verdaderamente, ya ha llegado el momento de que, semejante insulto para la nación española, sea remediado.Las elecciones dirán si hay que hacerlo o no.
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