Hay dos motivos fundamentales por los que no suelo hablar de deportes: el primero, porque mis conocimientos sobre la materia son más bien escasos, rudimentarios y podríamos decir que, en algunos casos, inexistentes y, en segundo lugar, porque me suelen importar poco aquellas prácticas que, aparte de resultar buenas o beneficiosas para la salud o el bolsillo de aquellos que las suelen realizar, no dejan de tener un punto de ridiculez si uno las analiza desde un punto de vista desapasionado. Sin embargo, hay ocasiones que podríamos definir como extraordinarias, en las que uno se ve sorprendido por un hecho ocurrente, que no deja de llamar la atención aunque se refiera precisamente a un deporte en el que todo vale, toda combinación es posible, donde se ha llegado al absurdo de que los mejores son los equipos cuyos dirigentes se han gastado más dinero en conseguir futbolistas de todas las partes del mundo, sin importarles sus nacionalidades, el color de su piel o su inteligencia siempre, eso sí, que sean hábiles en pegarle patadas a un balón, de modo que, cuando están en compañía de diez más, en un estadio abarrotado de gente vociferante y contra otros once sujetos que intentarán, por todos los medios a su alcance, impedir que la pelota traspase los tres palos de su portería las menos veces posible y, a cambio, procurarán con ahínco y todas sus fuerzas, introducir en la portería contraria, cuantos más balones sea posible.
Y digo que voy a hablar, no como técnico ¡Dios me libre!, ni como enterado, que no lo soy, sino como simple ciudadano de a pie que se extraña, y mucho, que después de la racha de desastrosas actuaciones del Real Madrid del señor Florentino Pérez, los aficionados que siguen sus andanzas, los sufridos supporters que lloran cada vez que pierde su equipo y sus resignados familiares tienen que soportar el mal genio, la decepción y los ramalazos de furia de aquellos, cuando decepcionados y rabiosos, regresan a sus hogares despotricando contra el árbitro, sus adversarios y la madre que los parió a todos; sigan, a pesar de todo, sin dirigir sus saetas críticas contra la persona que, con toda seguridad, es la verdadera culpable de la situación de su equipo. En realidad, don Florentino Pérez ya lleva demasiados años al frente del Real Madrid; tantos, que se ha vuelto avaro, no sólo de ideas sino también en el aspecto crematístico. O ¿es que hay algún aficionado que, no como un servidor, sino que medianamente enterado de este deporte de multitudes, no se pudiera esperar que, un Madrid sin Cristiano Ronaldo, sin refuerzo alguno que pudiera sustituirlo dignamente, con una plantilla mediocre y con una parte de aquellos que fueron muy buenos pero que ya no lo son tanto, podría seguir consiguiendo títulos europeos, ligas o copas del Rey? Evidentemente no.
Su eterno rival, el Barsa, un equipo hecho a imagen y semejanza del separatismo catalán y, cuyo presidente, sin ningún rubor se ha declarado, junto con todo el equipo, partidario del soberanismo catalán; sin embargo, han sabido vaciar su faltriquera, traerse, a buen precio eso sí, a nuevos jugadores de refuerzo sin prescindir de sus estrellas, que siguen brillando al contrario de lo que le pasa con las del Madrid que, como sucede con las supernovas, cuando colapsan se hacen añicos. Y es que, en este mundo que nos hemos fabricado, cuando no hay millones de euros de por medio, los buenos resultados escasean, los títulos no llegan y los disgustos, como los que está pasando estos días la afición madridista, no contribuyen a que la directiva del Club no esté alarmada temiendo las iras de los enfurecidos hinchas, que ya levantan los ojos, no para fijarlos en las estrellas sino para fulminar con los rayos de la rabia y la censura contra el técnico, sus ayudantes, los jugadores, los masajistas y todos aquellos que tengan algo que ver con el equipo, incluido la Dirección del mismo. Pero ¿qué es lo que pasa con el inamovible don Florentino? Él es quien tiene la llave de los millones, la confianza de los bancos que prestan siempre el dinero al que lo tiene y, por tanto el máximo responsable del equipo. ¿Por qué el inteligentísimo Florentino Pérez ha decidido que, el Madrid, tenga un año sabático, sin títulos, sin un entrenador de primera categoría ( ¿se han preguntado por qué dejo marchar al señor Zidane, cuando había demostrado ser un buen activo para el equipo?) y, sin más jugadores que los que quedaron cuando se marchó Ronaldo, y se dejó escapar a un magnífico jugador de su cantera, Álvaro Morata, hoy jugador de su eterno rival madrileño, el Atlético de Madrid; dejando a lo que no se podía considerar como un equipo en cuadro que, para jugar en segunda división seguramente valdría, pero que, para competir con equipos como el Barcelona, el Atlético (Convenientemente reforzado con Morata) o los potentes equipos europeos, es evidente que no puede. ¿Por qué se ha llegado a esta situación? Chi lo sá? En todo caso es injusto que aquí, ante la dramática situación del equipo, paguen todos menos el verdadero responsable del equipo: el señor Florentino Pérez que, será muy experto en los negocios que maneja, pero que ya parece que su puesto de mando en el Madrid, empieza tambalearse.
Y pasemos a otro capítulo de este culebrón que nos está deparando este feminismo, trufado del comunismo de Podemos, que parece que no piensa acabar de moverse hasta que haya conseguido, ante la más completa estulticia del sector masculino, que (como ya van consiguiendo los separatistas catalanes) se instale entre la ciudadanía la idea de que la abeja reina es la que ha de mandar y el resto, en lugar de abejas obreras deberán ser abejas obreros, subordinados a sus deseos. Lo que pretendemos denunciar en este comentario es que, por si faltara algo en este folletín, que lleva trazas de perpetuarse, ya no basta con que la señora Montero convoque a todas las lesbianas, podemitas, progres, faranduleras, fulanas y demás mujeres presuntas víctimas de la “opresión” masculina; sino que ahora – nos gustaría saber que dicen, sobre un tema que tanto les va a afectar, los obispos de la Conferencia Episcopal Española- para estupefacción de propios y extraños, grupos de religiosas católicas (no sabemos si también las hay de otras confesiones religiosas), bajo el eslogan de “También las monjas nos sumamos a la huelga feminista del 8-M. La calle es nuestra otra vez”, unas frases que se podría comparar con cualquiera de las que suelen usar las comunistas de Podemos, por su evidente sentido revolucionario y de desafío a la autoridad y las leyes vigentes. No sabemos a lo que están decididas estas religiosas ( ni si serán muchas o pocas las que se rebelan contra los varones), pero lo que sí pensamos es que, o están mal informadas y mean fuera del tiesto o estamos entrando en un nuevo cisma de los que, de tanto en tanto, se producen dentro del catolicismo o, lo que todavía sería peor, que las infiltraciones que todos dicen que intenta hacer el señor Putín para reproducir lo que, en su día, fueron los Frentes populares que se establecieron en varias naciones europeas durante los años 30 del siglo pasado, ahora también se intente a través de infiltradas en los conventos de religiosas. En todo caso, cuando se habla de la opresión de los hombres sobre las mujeres nos preguntamos ¿qué tipo de opresión reciben, en los conventos, las monjas por parte del sexo contrario? ¿Acaso no tienen voto de obediencia a sus mentores, los sacerdotes? ¿Están discutiendo los mandatos del vaticano y de sus propias reglas de conducta dentro de sus respectivas órdenes religiosas? O ¿es que van más allá y denuncian aquellos casos en los que, en los mismos conventos, ha habido casos en los que religiosas han sido víctimas de acoso sexual de tipo lesbiano o por parte de los sacerdotes de los que dependen? Si fuera así, el mismo Vaticano ya ha dicho que todos estos casos se han de denunciar, sin que valga que se mantengan ocultos para evitar los correspondientes escándalos.
No olvidemos que, hay muchos casos (estos no se denuncian) dentro y fuera de las iglesias, en los que se denuncian acosos que, sin embargo, han sido consentidos o incluso buscados y, por despecho, las mujeres los denuncian sólo con el objeto de perjudicar a aquellas personas que, por lo que fuera, las abandonaron. Resulta muy indicativo y las feministas pretenden denunciarlo como un invento de los juzgados, en que las estadísticas de las denuncias por abusos machistas de los últimos años, sólo un 15% de ellas fueron aceptadas y tramitadas por los juzgados y el resto fueron rechazadas. ¿Cómo se entiende que pueda existir una desproporción tan abismal, incluso suponiendo que en algunas ocasiones, las denuncias no aceptadas hubieran podido ser ciertas como, en el caso contrario, algunas que fueron admitidas quizá fueron injustas para los varones denunciados? Es fácil que, cuando les conviene, las feministas no se preocupen demasiado de si, las acusaciones que hacen, se ajusten demasiado a la verdad.
Una de ellas, Mercedes Navarro, decidida a luchar para “terminar con el patriarcado, porque quiero un mundo más igualatorio, en el que se respeten los derechos de las mujeres, y no se abuse de ninguna, ni dentro ni fuera de la Iglesia” ¿Qué culpa tendrá el patriarcado de que se abuse, dentro y fuera de la Iglesia de mujeres? ¿Habrá tenido, esta monja, alguna experiencia que no haya denunciado? Si fuera sí, que la denuncie ante la autoridad judicial o, si no, que se calle.
Y en términos similares se expresa Macu Escarda o Teo Arranz y Pura López, que denuncia “toda clase de vejaciones”. Tenemos la impresión de que, en todo ello, muchas de estas monjas no tanto se refieren a lo que ellas consideran opresión o abusos, sino que puede tener relación con el voto de obediencia que se les exige a las monjas que, en algunas ocasiones, puede que consideren que se las obliga a aceptar algo que ellas consideran que es injusto o que tienen razón y no se la dan. En estas ocasiones nadie las obliga a permanecer en la orden en la que decidieron entrar y pueden abandonarla tranquilamente, sin que nadie se lo pueda impedir, si se consideran que se sienten maltratadas. En ningún caso se puede aceptar que unas religiosas, por mucho que se sientan afectadas por lo que sucede en el mundo civil, se sumen a manifestaciones de tipo evidentemente político que, por supuesto, excede de sus facultades de poder intervenir activamente y que está reservado, en un estado aconfesional como es el nuestro, a las autoridades civiles. Lo contrario podría llevar a problemas graves a las autoridades religiosas católicas que, precisamente por ser una confesión religiosa, tienen privilegios en impuestos, conservación de edificios y otras materias de las que no gozan el resto de ciudadanos. Ya nos hemos quejado de que, el mismo Papa Francisco, haya estado bordeando con harta frecuencia el límite de esta distinción, aceptada por el mismo Jesucristo, que establece la diferencia entre lo humano y lo divino y a quienes compete bregar con cada caso.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no dejamos de sorprendemos de todo lo que está sucediendo, como si estuviéramos en una de estas pesadillas que, en ocasiones, convierten nuestro descanso nocturno en un tormento del que parece que nunca vamos a salir. Lo malo de todo esto es que no se trata de un mal sueño y, por desgracia, son cosas que suceden que, mucho nos tememos que, si no somos capaces de conseguir que se recobre en este país el sentido común, el porvenir que nos espera puede ser la peor de las pesadillas imaginables.
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