El cultivo de los conocimientos nos trae de cabeza, quizá porque delimita a la vez los auténticos caracteres impulsores de las actuaciones humanas. Las evidencias constituyen una pequeña porción del conjunto, en esos desarrollos las cautelas compiten con las intenciones, dándole una especial relevancia a los movimientos subyacentes. Aúpan simultáneamente al halo de misterio y la acumulación de presunciones sobre los escenarios cotidianos.
Aunque intervienen todos los gustos, no son equivalentes en cuanto a sus características, ni por sus orígenes, ni por sus objetivos, ni tampoco por sus procedimientos. En los asuntos culturales alienta un trípode crucial; inquietudes lanzadas a la investigación, obtención de logros y aplicaciones individuales o colectivas. El ámbito de la cultura es polifacético por definición, abierto a los horizontes existenciales y a las maneras de interpretar la vida. Incluye el carácter ambiguo de las utilidades derivadas de ese inmenso campo de posibilidades, encauzado especialmente hacia los impulsos naturales de los humanos, sin cortapisas artificiosas. Representan un punto de partida vital.
Las polémicas continúan encendidas sin apuntes de ningún apagón. La relación de la cultura con las mejores intenciones. La manipulación cultural. La influencia cultural sobre el concepto del bien y del mal. Culminan con ese pérfido comportamiento de utilizarla como instrumento de dominación, con carácter impositivo e insolidario; es la principal falsificación del brote cultural por antonomasia, renaciente en cada persona. Se constituyen en factores degradantes, transformadores del progreso en una constante coactiva, pronto aprovechada por los detentadores de las posiciones de fuerza, convirtiendo los recursos en armas arrojadizas. Ahogan los grandes conceptos de la inteligencia.
En las trayectorias personales, el reflejo de estas presiones es multifactorial dadas las variadas circunstancias influyentes; siempre con esa mezcla de elementos liberadores peor o mejor disfrutados, con los factores coactivos. Es un desequilibrio natural, más o menos equilibrado por cada sujeto. Chejov nos lo muestra en la narración de la vida y muerte de Iván Illich. Un jurista educado desde la niñez, envuelto en sus ambientes, cercado por la enfermedad, sufrimientos, afectos y frialdades. Como tantos profesionales de hoy, vienen a representar una adaptación aceptable en medio de las corrientes convivenciales. Las imposiciones quedan disimuladas por las compensaciones conseguidas, pero no están desaparecidas. Son frecuentes los casos en los cuales los propios sujetos afectados acentúan los desequilibrios hasta extremos incontrolados incluso por ellos mismos. Un determinado mensaje cultural les impulsa en una sola dirección con rasgos desmedidos; esa polarización les ocupa todas sus cualidades, que de esa manera quedan inservibles para las demás actividades. Son actividades obsesivas, desconectadas de los matices diferentes, son deformantes por su misma actitud ensimismada. La polarización puede ir dirigida a una labor encomiable, artística, altruista o de otra índole gratificante; pero sus olvidos les hunden también en graves abismos (Abusos, drogas, violencias).
A nivel colectivo se intensifican las coacciones con ropajes culturales. En la prestigiosa Revista de Occidente, nº de Febrero, repasan una movida artística en el ámbito de la arquitectura, que reúne algunas de las características del mangoneo establecido al margen del ciudadano, por mucho que se vista de lo contrario. Surgen mentes arrolladoras portadoras de un orgullo sapiencial capaz de asimilarse con las ideas totalitarias para potenciar las estructuras arquitectónicas, como mamotretos promovidos con la intención de modelar un determinado estilo de vida. Contagian las construcciones metropolitanas a base de gigantismos impersonales gestados desde intereses ocultos.
En otro orden, como podríamos denominar sino de bolchevismos, totalitarismos, intromisiones, abusos o quizá muchos otros adjetivos peyorativos; a los planteamientos dirigidos desde muchas entidades públicas hacia la educación. Los ejemplos proliferan como peligrosa marabunta. Aunque con perplejidad detectemos a esos amplios grupos de población repartidos entre quienes defienden esos comportamientos y quienes los contemplan indiferentes. Aquello de los valores educativos encaminados al desarrollo de las mejores cualidades permanece en sospechosos planos secundarios. Los empoderados manipulan las mentes ajenas sin ninguna consideración.
Otra perversidad movida por hilos similares a los empleados con la educación, introduce sus tentáculos en las maneras de expresarse y en concreto con las lenguas utilizadas. La maravilla de las lenguas maternas y sus cuidados, la elección espontánea por una persona libre, el aprovechamiento de las cualidades expresivas personales; los vemos expropiados en forma de dogmatismos lingüísticos, estipulados por intolerancias de cuño retrógrado, pero muy practicados en núcleos autonómicos bien visibles. La esencia comunicadora de la lengua es convertida en un estilete separador aplicado a la configuración social. El reforzamiento con nuevas fronteras resulta anacrónico en un panorama repleto de conexiones.
Puestos en estas tesituras controladoras, los recursos tienden a ponerse al servicio de las poltronas, con la consiguiente perversión de los supuestos métodos democráticos. Desde los eres y procedimientos de la Junta de Andalucía al resto de autonomías o los diferentes órganos de gobierno nacional e incluso de las macroempresas; surge una viva representación del clientelismo servil, para que se cierre el círculo desde el poder a quienes lo mantienen. Repercute en las actitudes profesionales, actividades de ocio y en general en las diversas esferas de la sociedad; con el forzamiento de conductas impropias afines al mandamás de turno.
Por las tergiversaciones culturales citadas, cada agrupación propicia el ensimismamiento de sus integrantes, en evitación de las diferencias consideradas como contaminaciones. La existencia de innumerables redes tecnológicas, los esbozos de la física cuántica y la inevitable diversidad acentúan la disyuntiva real a la cual nos enfrentamos. La sumisión bajo pocas condiciones al sistema del régimen localista instaurado o la dispersión total de las percepciones. En ambas direcciones nos involucramos en el riesgo de los sectarismos progresivos de talante dogmático.
La cultura en sí es indidiosa en ese sentido de encauzar los impulsos generales, de ser reacia a las modificaciones, de su mala tolerancia hacia los elementos discrepantes. Desde ahí, cobra especial relieve el mimo conveniente para el trato de las iniciativas creadoras como factor importante de progreso. El disimulo o las actitudes oscurantistas ensombrecen la claridad de ideas y desde ese confusionismo cuelan sus deformaciones, los dogmatismos bolcheviques, capitalistas o de simples iluminados modernos. El reto subsiste actualizado y potente.
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