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Juicio en el juicio

​Manuel Marchena es el Presidente del Tribunal
José Luis Heras Celemín
martes, 26 de marzo de 2019, 15:06 h (CET)

En el juicio con minúscula, que se está desarrollando en el Tribunal Supremo para enjuiciar a unos catalanes, hay un Juicio con mayúscula que merece algo más que expectación: una reflexión sobre lo que es la administración de justicia en España. El juicio, con minúscula, merece la atención propia de lo noticioso. En él se está juzgando si los hechos que se analizan suponen una violación de leyes y un atentado contra el Estado; también si los encausados deben resarcir a la sociedad y pagar las penas que en justicia correspondan.

Es el juicio, con minúscula, el hecho noticioso en el que se aplican los medios de comunicación para dar a conocer qué originó el proceso, los hechos y comportamiento de los encausados, el aporte de testigos, las intervenciones de fiscales, acusaciones y defensas; y hasta cómo el juez lleva la vista y hace que se desarrolle el proceso.

A la vez, no mezclado, hay un Juicio, con mayúscula, en el que aparece, magnífica, la ‘Facultad del alma, por la que el hombre puede distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso’, en un ‘estado de sana razón opuesta a locura o delirio’.

Manuel Marchena es el Presidente del Tribunal. Sobre él hay opiniones varias: La letal ternura de Marchena (Diario El Mundo). Así son las lecciones de Manuel Marchena, el juez que responde de forma suave pero implacable a los que tratan de regatear la ley (Antena 3).Marchena: un juez de hierro con guante de seda (La Vanguardia). Como resumen, hay un texto que expresa lo que parece opinión común: Tras más de veinte sesiones de juicio, acusadores y defensas ya conocen cómo es el juez Marchena. Saben que no tolera que los letrados se enzarcen con los testigos ni consiente discusiones con las partes.

Lo anterior no oculta lo que está ocurriendo en el Juicio, con mayúscula: Un estado de cosas, sensaciones y sentimientos que convierte el proceso y lo que hay alrededor en algo que conviene conocer. Habituados a la administración de justicia que vemos en películas y series de televisión, nos hemos acostumbrado a unas formas y a unos comportamientos de jueces, fiscales y demás gentes con toga que poco o nada tienen que ver con lo que tenemos en España. Estamos en un Estado de Derecho y, como el juez Marchena deja ver, hay un poder del Estado, el Poder Judicial, encargado de dos misiones: Servir al Estado y administrar justicia según las normas de convivencia que tenemos.

Allá películas y sin prejuicios, con este Juicio estamos conociendo que en España un proceso no es sólo, ni principalmente, una representación dirigida por un director (juez) en la que actúan varios actores: Los que atacan a los enjuiciados (Fiscales y acusaciones particulares), los que los defienden (defensas), y los que dan luz sobre hechos o circunstancias (testigos). Por el contrario, estamos aprendiendo que en este proceso, como en todos, en la fase de Juicio Oral, los actores, con el mismo reparto y actividades distintas a las que creíamos, no tienen otra misión que poner ante el Tribunal los hechos y ayudar a que, una vez conocidos con la mayor extensión y detalle posibles, esté en la mejor situación para aplicar las leyes. De esta forma: El fiscal abandona la posición acusica para convertirse en el representante del Estado que procura la acción de la justicia según el ordenamiento jurídico. La acusación particular cambia su rol acusador para convertirse en el alumbrador de hechos que ayuden al Tribunal en beneficio de la sociedad. Las Defensas se convierten en colaboradores del Tribunal en favor de los encausados. Y los testigos mantienen la misión de aportar testimonio advertidos de que no pueden mentir.

Visto así, el Proceso y la actividad judicial deja de ser el enfrentamiento entre bandos (Fiscalía-acusación y Defensas) ante un arbitro para convertirse en una actividad regulada por el Estado en beneficio de la sociedad. Se trata de aportar pruebas y argumentos que ayuden a quien ha de impartir justicia. Es lo que hace ante la cámara de televisión enseña a diario el juez Marchena: No tienen sentido los actos que no ayuden al juez, distraigan la atención de lo importante o falseen hechos y comportamientos.

Políticos presos, traición al Estado, rebelión, sedición, desobediencia, malversación, prisión, inhabilitaciones y penas. Son conceptos que importan y son noticia en el juicio del que se ocupan los medios de comunicación. Pero en el Juicio importa la facultad del alma, por la que el hombre distingue el bien del mal y lo verdadero de lo falso en un estado de razón opuesta a locura o delirio. Usando esa facultad en relación con las parejas bien-mal, verdadero-falso, aparece la certeza de que los hechos atribuidos a los enjuiciados y lo que hay alrededor, por muy grave que sea y parezca, puede quedar en el juicio, con minúscula. Hay otro Juicio, en el juicio, en el que cuenta lo que entendemos por bien y mal, verdadero o falso.

El juicio, con minúscula, va a producir una sentencia. En el Juicio, con mayúscula no hace falta sentencia. Al acabar el proceso, sin locuras ni delirios, todos vamos a saber, si no lo sabemos ya, donde están el bien y el mal; también qué es verdadero, qué es falso, y quién falsea. 

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Para mí es de interés público contar con contenidos legibles que sean una contribución a la cultura, la información, el debate y el entretenimiento entre todos los españoles. No creo que la respuesta en este siglo digital sea el canal de televisión cerrado, es decir, el de pago. Es bien cierto que prácticamente todos los hogares cuentan con al menos un televisor, pero ese no es el único instrumento para ver contenidos de toda índole.

 
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