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Francis Fukuyama, interrogantes y postulados sobre la identidad

El proceso de construcción de un Estado, es un acto político que no contrae necesariamente la identificación con los ciudadanos que lo conforman
Pedro Luis Ibáñez Lérida
martes, 26 de marzo de 2019, 15:15 h (CET)


Identidad, es un replanteamiento político ante la amenazadora expansión del nacionalismo. El autor estadounidense analiza con aguda clarividencia los diversos envites de las democracias liberales ante el sentimiento identitario.

El arbitrio ante otro
El proceso de construcción de un Estado, es un acto político que no contrae necesariamente la identificación con los ciudadanos que lo conforman, que asisten a la liturgia de su creación sin protagonismo e, incluso, sin papel secundario. Simplemente como convidados de piedra ante los preceptos de la élite ejecutiva. En cierta manera es un proceso artificial, que trata de conciliar aspectos no siempre comunes, pero sensibles a que sean voluntaria o forzosamente aceptados. A veces, incluso, bajo el empleo de formas violentas. Esta organización social y jerarquizada, pende del desarrollo histórico y adaptación a los tiempos venideros. En su evolución la transformación de la conciencia ciudadana, se condensa en valores y símbolos, inherentes a su función de interiorización de las manifestaciones de los rasgos físicos y psicológicos que convergen en la unicidad comunitaria. Se trata de dotar a la sociedad de un destino no siempre definido, pero conforme a la salvaguarda de aquellos intereses identitarios.

Identidad –Ediciones Deusto. 2019
Traducción de Antonio García Maldonado- es un sesudo pero didáctico asomo a la actualidad contemporánea. La confusión, decadencia y ombliguismo de los partidos políticos convencionales, ha traído consigo el auge del nacionalpopulismo. Como señala la sapiencia popular por medio del refranero, A río revuelto, ganancia de pescadores. El ejercicio de funambulismo de la izquierda en su afán de seducir grupos específicos de votantes, ceñidos al compromiso con los derechos humanos en su conjunto, determina que el asunto de la identidad –elemento troncal según el autor- quede en manos de la derecha y lo esgrima con un discurso reaccionario. La protección ante la globalización y la preservación de la cultura nacional son enseñas enarboladas y jaleadas por un segmento de la población hastiada, cuya animosidad bien pudiera definirse con el subtítulo de este ensayo, La demanda de la dignidad y las políticas de resentimiento. La razón, el deseo y la identidad son elementos vertebradores en la psicología del ser humano. Esta última es la aspiración a la dignidad interna que no es reconocida. Esta afección sobrevuela el bienestar material y económico. El yo interior se inviste del valor moral en su más alta consideración. Entonces la creencia sobre la necesidad que ese yo interior sea valorado por la sociedad, agita su ser hasta posicionarse como eje fundamental de su acción. Esta visión no es un efecto del postmodernismo y la falsa apariencia o impostura ante el advenimiento de ese yoísmo extremo por encima de las normas y estructurales sociales. La cultura occidental, primero desde el ámbito religioso con la figura de Lutero y, más tarde desde el filosófico con pensadores como Kant y Rousseau, ha incentivado y fundamentado el concepto de esta identidad.

Francis Fukuyama. Incierta panorámica democrática
La obra está dividida en 14 capítulos. Curiosamente el último de ellos titulado ¿Qué hacer?, coincide, no sin cierta paradoja e intencionalidad, con el título de la obra de Vladimir Ilich Uliánov, alias Lenin, escrita entre el otoño de 1901 e invierno de 1902. Contiene los principios ideológicos del partido marxista, “La conciencia política de clase no se le puede llevar al obrero más que desde el exterior, esto es, desde fuera de la lucha económica, desde fuera de la esfera de las relaciones entre obreros y patrones”. En cierta manera el que bulle efervescente en el proletariado y que antes lo fue con la Revolución francesa en 1789. El rastreo de ciertos arraigos peligrosos, donde la búsqueda de la identidad se convierte en amenaza –nacionalismos étnicos o religiosos como el islamismo- y la pretensión de ciertos grupos que intentan imponer su modelo a la sociedad. La complejidad de ello obliga a la reflexión crítica sobre la dejación de responsabilidades por el propio estado democrático liberal ante el auge del nacionalpopulismo y su alineamiento con la identidad nacional. En el prefacio de esta lúcida reflexión que escribe el propio autor, confiesa que el estímulo para su elaboración no fue otro que la elección como presidente de Estados Unidos de Donald J. Trump, en noviembre de 2016. Sorprendido y preocupado por las consecuencias de este hecho, no fue el único. Anteriormente, en el mes de junio, el resultado del referéndum convocado por Reino Unido, que determina el abandono de la Unión Europea, abrió la caja de Pandora del escepticismo político y le llevo a profundizar en el refreno democrático de la segunda década del siglo XXI. Desde los años setenta del siglo anterior hasta el 2000 el aumento de los gobiernos democráticos fue significativo, de treinta y cinco a más de ciento diez. La crisis financiera y recesión económica en Estados Unidos y Europa provocó que con el liderazgo de China y Rusia, las democracias liberales tornaran hacia rictus autoritarios como Hungría, Turquía, Tailandia y Polonia. El esperanzador efecto inicial de la Primavera Árabe en 2011, desembocó en gobiernos tiránicos en Oriente Próximo. Estallaron las guerras civiles de Libia, Yemen, Irak y Siria. Las invasiones de Afganistán e Irak, no redujeron el terrorismo desembocando en los atentados del 11 de septiembre y, más tarde los de Londres y Madrid, con el resultado de la creación del Estado Islámico. Perspectiva inquietante que la actualidad hace resonar tras el ultimátum de la Unión Europea a la primera ministra británica, Theresa May y ese interminable juego del escondite ante la crisis del Brexit. Asimismo el inusual silencio tuitero de Trump en víspera de las conclusiones del fiscal especial Robert Mueller, en su investigación sobre la presunta conspiración con Rusia para ganar las elecciones.

Y que si bien ha determinado que no existió –enorme varapalo para la credibilidad de los medios de comunicación que apuntaban con sus informaciones en este sentido-, no lo exonera de la obstrucción a la justicia. En su quehacer internacional, acrecienta la tensión al firmar en presencia del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, el decreto que reconoce la soberanía sobre los Altos del Golán. Y la coincidencia, junto a estos acontecimientos, de la desintegración del Califato del Estado Islámico proclamado en 2014 en Siria e Irak, son noticias que no reducen el nivel de inquietud. Con este balance, la política del resentimiento –como así lo denomina el autor- “(…) aunque es muy importante el interés personal material para el ser humano, también nos motivan por otras cosas, que explican mejor los sucesos dispares del presente. En una amplia variedad de casos, un líder político ha movilizado a sus seguidores en torno a la percepción de la dignidad del grupo que ha sido ofendida, desprestigiada o ignorada. Este resentimiento engendra demandas de reconocimiento público de la dignidad del grupo en cuestión. Un grupo humillado que busca la restitución de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que solo buscan una ventaja económica”.

Francis Fukuyama, la revisita de la contemporaneidad
Las demandas de identidad han cercado a la democracia liberal –representativa e inserta en un Estado de derecho y regulada por una constitución que protege derechos y libertades- debilitando la evolución que permitió el afianzamiento de esta, “El surgimiento de la democracia moderna es la historia del desplazamiento de la megalotimia por la isotimia: sociedades que solo reconocían a una élite reducida fueron reemplazadas por otras que reconocían a todos como inherentemente iguales. En Europa, las sociedades estratificadas por clase comenzaron a reconocer los derechos de la gente común, y los países que habían estado sumergidos en grandes imperios buscaron un Estado separado e igualitario”. El escritor y politólogo norteamericano realiza un concienzudo trabajo y sienta las bases para una discusión sobre el reto del siglo XXI: la libertad democrática. La ciudadanía ha sido arrinconada “por la búsqueda de igual reconocimiento por parte de grupos que han sido marginados por sus sociedades. Pero ese deseo de igual reconocimiento puede deslizarse fácilmente hacia una demanda de reconocimiento de la superioridad del grupo. Esta es gran parte de la historia del nacionalismo y la identidad nacional, así como de ciertas formas de política religiosa extremista en nuestros días”. La amplia bibliografía que maneja, le permite hacer un repaso sobre los conceptos filosóficos desde los clásicos hasta nuestros días. Sócrates, Platón, San Agustín, Martín Lutero, Thomas Jobbe, John Locke, Adan Smith, Marx, Hegel, Gottfried von Herder, Fritz Stern, Paul Lagarde, Freud, Nietzche, Gellner, Luther King, junto a los ya citados Kant y Rousseau, constituyen el pensamiento desde el que acomete su análisis. La intrincada vicisitud donde dos de las democracias más antiguas y sólidas –Reino Unido y Estados Unidos han sucumbido al populismo y abre una falla en el orden internacional. Agudizada por la aparición de nuevos líderes populistas con legitimidad democrática como Putin, Erdogan, Orbán, Kaczinsky, Bolsonaro. Paises como Indía Japón y China mantienen una significativa identificación con causas nacionalistas. Mientras que partidos con este arraigo ideológico, esperan su oportunidad en Francia, Países Bajos, Escandinavia y, más recientemente, en España, con el objetivo de “recuperar nuestro país”. En su afán de esclarecimiento recorre aspectos notoriamente comunes que subyacen en la sinergia mundial: la globalización, el Estado Islámico y su arraigo y radicalización en los jóvenes musulmanes de segunda generación, los partidos antiinmigración y eurófobos, la Primavera Árabe, el islam político, nacionalismo y religión, etnonacionalismo, la lengua, la igualdad, el multiculturalismo, la identidad nacional, la diversidad, los derechos humanos. El autor de Orden y decadencia de la política –Ediciones Deusto. 2016- establece un hilo de interconexión crítico y meditado entre estos frentes. Mostrando el frágil equilibrio que sustenta el armazón mundial y la exigencia en preservarlo, aceptando el desafío de la identidad como elemento aglutinador de la democracia. Un texto valiente que aboga por la noble tarea política y defiende su acción comprometida y generosa ante este reto. Un ensayo constructivamente polémico en sus aseveraciones, pero decididamente esperanzador en la medida que considera la problemática planteada, como necesario mecanismo generador de cambios con los que la integración amplíe su círculo de ascendencia. Una obra que combate la indiferencia y comparte con el lector el valor de su implicación intelectualmente brillante con los asuntos que plantea con suma y agradecida claridad.

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