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Derecho a un futuro

“Ojalá recobremos esa fuerza necesaria para renacer y para ser unos con otros el recurso de hospitalidad”
Víctor Corcoba
lunes, 1 de abril de 2019, 17:00 h (CET)

Todos tenemos derecho a encontrar el camino de la vida y a poder reintegrarnos en el sueño de vivir. Esto no es nada fácil, pues cada día levantamos más barreras que nos impiden el encuentro con nuestros análogos, cerrándonos a sus pensamientos y experiencias. Por si fueran pocos los muros y las discordias, el impacto socioeconómico del cambio climático también se está acelerando. Los dos millones de desplazados, los 49.000 millones de dólares en pérdidas, los 1.600 muertos en incendios forestales o el aumento del hambre debido a las sequías son algunas de las consecuencias que nos dejó el calentamiento global en 2018. En consecuencia, no es tiempo de palabras sino de acciones concretas, tampoco de discursos fáciles sino de planes específicos; y, en esto, si que todos tenemos un papel individual que representar, al menos en acoger y poder dar esperanza a tanto excluido injustamente. A mi juicio, lo más esencial es humanizarnos, traspasar esta indiferencia que nos asola, e intentar dignificarnos como seres pensantes. Ojalá recobremos esa fuerza necesaria para renacer y para ser unos con otros el recurso de hospitalidad. Ya está bien de rechazos, de incomprensiones, de escenarios de violencia, de explotación y abusos de todo tipo, nos merecemos otras atmósferas que nos permitan realizarnos integralmente, puesto que toda existencia está llamada a colaborar y a cooperar, ya que hemos de recorrer juntos, como verdaderos compañeros de viaje, el trayecto que nos han donado para crecer y ser poesía sobre todo lo demás.

Ciertamente, el porvenir es nuestro a poco que transitemos por los caminos de lo auténtico, y nos despojemos de tantas falsedades vertidas por doquier. Por consiguiente, no es de recibo permanecer sordos y fríos a la voz de lo armónico, que es lo que nuestro interior necesita, esas cosas humildes que están ahí, esperando la caricia de nuestra mirada, y de este modo iluminarnos y avanzar, sentir el acompañamiento y disfrutar de lo que nos rodea. Este no es solo un horizonte de absurdos, cuya gran paradoja es que cada año se desperdicien 1.300 millones de toneladas de alimentos, mientras casi 20.000 millones de personas padecen hambre o desnutrición, también es un pasaje para la reflexión, pues nadie puede pensar por nosotros, por nuestros propios anhelos, que los tendremos en la medida en que los trabajemos. Nada sucede porque sí. Se requiere empeño y constancia, y hasta el mismo futuro pertenece a cada cual, a quienes creen en la belleza de sus latidos. De todos modos, es importante no permanecer atrapados en el pasado, hay que salir a trascender, a forjar un mañana tranquilizador. Sin duda, es nuestro deber hacerlo posible. Como decía en su tiempo el inolvidable novelista francés, Víctor Hugo (1802-1885), “el futuro tiene muchos nombres; para los débiles es lo inalcanzable; para los temerosos, lo desconocido; para los valientes es la oportunidad”. No perdamos entonces la ocasión, contribuyamos a generar ese ambiente de paz que cualesquiera nos merecemos; ese entorno de inspiración que indivisos llevamos consigo; ese hábitat de amor, en definitiva, que nace del corazón de cada uno.

Por desgracia, somos una generación que hemos destruido los propios vínculos. El construir familia, sentirse linaje o el concebirse como tronco común, ayuda a que todo sea más llevadero. Las heroicidades inútiles, los endiosamientos de la necedad, lo que hace es que retrocedamos y nos deshumanicemos. Desde luego, necesitamos un desarrollo más respetuoso con nuestras potencialidades interiores, como individuos y en el contexto de la estirpe. Los gobiernos, asimismo, han de salvaguardar el propio planeta, en el que se observa científicamente que existen muchas interconexiones entre el clima y la calidad del aire, que se ven agravadas por el cambio climático. Sin duda, estas tendencias provocan una señal de alarma entre los sectores relacionados con la salud pública, ya que se prevé que las temperaturas extremas aumenten aún más en intensidad, frecuencia y duración. Conjuntamente, las sociedades han de tender a humanizarse mucho más. Por otra parte, los adultos tenemos que dejar de marcar el futuro de tantas gentes, como pueden ser los niños con armas, o las personas mayores abandonadas. Nos conviene aliviar los sufrimientos, los ojos tristes de tantas gentes, haciendo cesar los conflictos y las inútiles contiendas. En este sentido, nos satisface y consideramos que es una buena noticia, que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, haya adoptado recientemente una Resolución que puede considerarse como un punto de referencia en la eliminación de la financiación de los grupos terroristas en todo el mundo, al mismo tiempo confían en redoblar sus esfuerzos para contrarrestar la financiación de las armas de destrucción masiva. En todo caso, quizás nos convenga mirar hacia atrás, al menos desde lo vivido podremos florecer mejor, transformando lo que haya que rehacer. La cuestión es no perder la ilusión, persistir en ese porvenir que ha de partir de nosotros mismos. Tampoco nos torturemos. Cualquier día es bueno para recomenzar, para dar sentido a ese amanecer que soñamos, que se hace presente en nuestros deseos, junto a los mandos de la mente. 

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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