Por pura casualidad llegué a tiempo de disfrutar la muestra de la artista inglesa Bobby Baker, una cuasi-heptagenaria activista, performer, pintora, dibujante… que ha sabido hacer del desencanto y la frustración puro jolgorio.
A diferencia del artista Tetsuya Ishida (de quien tratábamos hace poco), con quien nuestra artista parece compartir la capacidad de hacer brotar geniales guiños artísticos tomando la inmundicia y/o el tedio como materias primas en bruto, Baker es capaz de suscitar sorprendentes e hilarantes obras, matéricas, digitales o procesuales, dando la vuelta a la burla que nos hace el destino en aras de enfrentarlo consigo mismo. Y de tal choque saltan sugestivas chispas de deliciosa parodia. A diferencia de Ishida, el humorismo de Baker es reparador, reconstituyente, estimulante. Como Ishida, enuncia y denuncia pero al hacerlo usa la pértiga de un temperamento en última instancia redentor y risueño.
El poder purgante del arte quizá sea lo que hace que Baker se siga restituyendo, ya en edad provecta, a sí, el ímpetu transgresor, genialmente gamberro. Pronto supo que los cauces habituales de la creación plástica no eran para ella. La pintura y la escultura no se le antojaban sus vías hacia la plasmación de la creatividad y sí, verbigracia, las tartas: “Mis solicitudes de ingreso al Royal College of Art fueron rechazadas reiteradamente; las tartas y las performances no eran aceptables como forma artística. Así que seguí trabajando en mis obras como mejor pude, intentando llegar a una audiencia lo más amplia posible”, apuntaba nuestra creadora.
Con sus dibujos realizados a contrarreloj, la artista lejos de lamentarse busca una poética distinta a través de la muestra de la imposibilidad de perpetrar una obra minuciosa cuando la plástica afición se ha de armonizar con tantas otras obligaciones cotidianas. Lo anticlimático, por rudimentario o ramplón, es asido por Baker, quien le otorga muy otra categoría. Lejos de lamentarse ante los muros que el estado cotidiano de las cosas sitúa ante nosotros, ella dibuja en este un irónico grafiti que se recrea en mostrar impensados flancos de plasticidad residenciados en los más inimaginados, por “a priori” insustanciales, recovecos del anodino vivir. La aparente ausencia de épica de la vida diaria otorga inusitados mimbres creativos a Bobby Baker.
La clave parece estar en su capacidad de sorpresa ante lo aparentemente nimio, o la búsqueda del envés burlesco de lo trágico.
Baker se erige en redescubridora-creacionista y al hacerlo nos reporta un ostensible deleite.
*** (*) La exposición “Bobby Baker. Tarros de chutney”, comisariada por Clara Zarza García-Arenal, ha tenido lugar en la Sala A de La Casa Encendida (Madrid) del 22 de febrero al 21 de abril de 2019.
|