La Segunda Guerra Mundial nos enseñó lo ilusorio de la omnipotencia sostenida por la petulancia y la soberbia implícita en fantasmáticas teorías de superioridad racial. Uno de sus episodios cruciales, fue la batalla de Stalingrado. Hitler consideraba que la humillación inherente a la caída de una ciudad que llevaba el nombre del dictador soviético Joseph Stalin, sería un golpe sicológico equiparable a la disolución de la URSS.
Finalmente, Stalingrado se definió a favor de los soviéticos en febrero de 1943, y por primera vez asomó al mundo la idea de que Alemania podría perder la guerra. Si hubieran triunfado los planes NAZIS, la debacle soviética hubiera sido insuperable.
En la lucha casa por casa los rusos perdieron más de un millón de hombres. Y cuando acabó el infierno fueron capturados más de cien mil alemanes. Solo seis mil regresarían a su patria.
El comandante alemán, Paulus, ignoró la orden de Hitler de suicidarse por atentar contra la disciplina. Acabó radicándose en Alemania Comunista en 1952.
Al triunfador bando ruso, la purga de 1936 y 1937 había privado de sus mejores oficiales debido al terror que el Tujachevski despertaba en Stalin. Luego de ser torturado, el más prestigioso comandante soviético fue fusilado con otros diez mil altos mandos. El resto fue enviado a Siberia. Salvando las distancias, un nuevo Stalingrado se vivió este fin de semana en Paraguay.
Ciudad del Este, la urbe fundada con el nombre de Ciudad Puerto Presidente Stroessner, cayó en poder de la oposición tras más de seis décadas de hegemonía sectaria. La mayoría de los analistas vislumbran, a partir de esta fuerte alegoría, una inevitable seguidilla de fracasos para el partido gobernante en Paraguay.
Varios movimientos recordaron que pusieron a consideración de la ciudadanía candidatos con suficiente predicamento para conducir al Partido Colorado a la Victoria, pero dichas postulaciones fueron descartadas por la soberbia y petulancia de aquellos que pretendían llevarse todo por delante.
Sobraban candidatos representativos con los cuales se identificaban el electorado partidario y la ciudadanía en general, pero aquellos que fueron mal aconsejados por una imaginaria omnipotencia, decidieron desecharlos.
Stalingrado había sido fundada ya en el siglo XVI por el Zar Teodoro I con el nombre de Tsaritsyn, pero durante la revolución rusa se haría acreedora del célebre nombre de Stalingrado, por haber sido conquistada por el futuro dictador Stalin en una victoriosa ofensiva durante el año de 1919.
Su nombre alcanzaría fama al convertirse en escenario de la batalla más sangrienta de la historia, que se extendió de agosto de 1942 a febrero de 1943. Fue el principio del fin para la Alemania Nazi, también el punto de partida para una seguidilla de derrotas.
Stalin era consciente que la caída de Stalingrado constituiría una alegoría de la inevitable disolución de la Unión Soviética que lideraba. Y luchó con todas sus fuerzas por evitarla, consciente de sus desastrosas consecuencias.
Cuando en 1957 el Presidente Alfredo Stroessner decidió la fundación de una ciudad homónima, no imaginaba que alguna vez el fantasma de Stalingrado sobrevolaría a sus herederos para hacer estallar su propio mito. LAW
|