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​Los políticos no pintaban nada en la manifestación Arco Iris

Cuando uno es representante público tiene unas responsabilidades hacia sus votantes y ocupa un cargo que exige una conducta intachable
Miguel Massanet
martes, 9 de julio de 2019, 11:39 h (CET)

Ni que, a Marlasca, se lo pidiera el cuerpo o a Arrimadas el afán de hacerse la simpática, para conseguir votos de los gays y lesbianas; justificaron su asistencia a un acto donde no se los había llamado.

Cada día que pasa nos demuestra, a los españoles, que hemos entrado en una etapa de cambio que parece empujarnos ineludiblemente hacia la pedestrificación de la política, si es que se me acepta el palabro, en el sentido de que, cada vez más, las personas que acceden a los puestos de mando, en los municipios, en los gobiernos de las comunidades e, incluso, en el ejecutivo del gobierno de la nación; a fuerza de lo que se pudiera considerar como “vulgarización”, falta de autoexigencia, eliminación de líneas rojas, allanamiento de las condiciones exigidas para alcanzar un cargo público o procedimiento de nombramiento a dedo, utilizado por quienes tienen potestad y mando para hacerlo, sin tener en cuenta nada más que la amistad, la recompensa por un servicio o el pago por una colaboración política, que suplan los requisitos esenciales para que cualquier persona, aparte de su honradez, capacidad, méritos y preparación académica, tenga las características personales para que se le considere apto para el cargo para el que se le propone.

Nos parece una patochada, una falta de autoestima, un gesto imprudente y un acto de descrédito hacia la figura de un ministro de interior el que, el juez Marlasca, si no por el mero respeto a su condición de Juez, al menos por atención al resto de su compañeros de gobierno y por no desacreditar el importante puesto que ocupa en el Ejecutivo, como ministro de Justicia; se dejara arrastrar por sus inclinaciones sexuales, se olvidara de que estaba en un acto en su condición de homosexual y, en ningún caso, como ministro de Justicia del Estado español, y se permitiera, entre danza y danza, criticar a una formación política cuya representación había acudido a participar en la fiesta anual Arco Iris, que gays y lesbianas celebran, según sus costumbres y a su modo, por las calles de las principales capitales del reino. Muy mal, señor Marlasca, poco apropiado para una persona de su rango y peor para su prestigio, legítimamente ganado en sus actuaciones contra la banda asesina de ETA. La fama cuesta ganarla, pero con poco basta para que todo lo conseguido, como un castillo de naipes, se abata por los suelos sin dejar rastro de su magnificencia anterior.

Dicho lo cual, cuando uno es un político, tiene unas responsabilidades hacia sus votantes y ocupa un cargo que exige una conducta intachable, hacerse respetar por la seriedad con la que se comporta en todos los aspectos de su vida y debe anteponer, a sus cuestiones de tipo personal, los deberes que le impone el cargo que desempeña, es evidente que esta frivolidad de ir, como un gay más, a la celebración de esta horterada consistente en provocar, ofender, denigrar, mofarse o vilipendiar a la Iglesia, las derechas, a los que no piensan como ellos o a aquellos que, legítimamente, no comparten sus ideas o modo de vida aunque, en la actualidad, una ley dictada por las izquierdas, les permita hacer gala de su condición sexual; no puede admitirse desde el punto de vista ético ni deontológico, para la persona de todo un ministro del Gobierno español. En cualquier país civilizado, democrático y responsable de nuestro entorno, un hecho semejante ya habría obligado, a quien lo hubiera cometido, a presentar su renuncia ante la persona de su superior en el Gobierno de la nación. No parece que, como sucede en todos estos políticos de la nueva ola de la izquierda española, que Marlasca tenga la menor intención de renunciar a su cargo y tampoco parece que, sus compañeros del ejecutivo, tengan la más mínima intención de pedírselo.


Pero, en este caso, pese a ser los que salieron peor parados, tampoco se puede alabar que Ciudadanos, por medio de la señora Inés Arrimadas, quisieran buscar votos para su partido, ahora en horas bajas, debido a la complicada situación en la que le ha colocado su presidente, el señor Rivera, al querer jugar a dos barajas pensando que, con ello, va a conseguir, en un futuro lejano, poder ocupar el lugar del PP como jefe de la oposición al Gobierno. Se quiso pasar de listo, de gran estratega, de redentor de un país, España, donde todos los partidos, según su punto de vista, son corruptos menos el suyo, Ciudadanos, presumiendo de algo que, hasta el momento, no ha tenido oportunidad de demostrar, debido a que no ha podido gobernar en solitario ninguna autonomía española y, en consecuencia, ninguno de los suyos, aunque quisiera hacerlo, ha tenido la oportunidad de enriquecerse sin que estuviera vigilado por el resto de componentes con los que ha tenido que compartir el gobierno de alguna comunidad autónoma o municipio.

La señora Arrimadas con la banderita Arco Iris en sus manos, haciéndose de defensora del colectivo de gays y lesbianas, aparte de resultar ridículo debido a su condición de heterosexual era evidente que, lo que intentaba descaradamente, era, aunque le importara un pito lo que les pasara a los que se manifestaban, hacerse “la simpática”, barrer para casa y alinearse, en este caso, con el resto de las izquierdas que, en realidad, y el mismo Marlasca lo dejó claro, era contra quienes, todos los que se manifestaban, estaban apuntando como causante de los años en los que estuvieron proscritos de la sociedad española. “No podemos dar combustible a la extrema derecha”, fueron exactamente las palabras del ministro, en lo que constituyó el mayor error que un alto cargo político pueda cometer, debido a que la manifestación que se celebraba, no era en favor de derechas ni de izquierdas. Ahora, por el contrario, ya ha quedado bien especificado que la fiesta del Arco Iris u Orgullo Gay, es otra de las muchas manifestaciones a cargo de personas de la izquierda y, como tal, resulta peligroso (Arrimadas lo pudo comprobar personalmente) el que otras personas, incluso inocentes transeúntes, se acerquen a ellos exponiéndose a salir trasquilados por sus malos modos.


En realidad uno de los problemas que, en estos momentos, están afectando a los españoles es el hecho de que la autoridad ha dejado de ser la dueña de las calles y que existen muchos colectivos que han decidido, por su cuenta, que lo que verdaderamente desea el “pueblo” es lo que grupos de incontrolados, terroristas callejeros, colectivos de manteros, okupas, separatistas del lazo amarillo, comunistas o antisistema, decidan llevar al “tribunal” de las calles para que, desde ellas, surjan las leyes no escritas que luego ponen en práctica sin que, por mucho que las personas decentes intenten denunciarlo, las autoridades, inmersas en una empanada mental respecto a sus deberes para con los ciudadanos, tomen las medidas adecuadas para que todos estos grupos fuera de control, dejaran de ser los amos de las calles. Y, señores, por mucho que pueda dolernos, por mucho que nos resulte inimaginable que se pueda haber repetido, aquí tenemos, de nuevo, de alcaldesa de Barcelona a esta experta en reventar desahucios, a esta enemiga pública del orden cívico, detractora de toda ley que no le agradara, a las que se comprometió a desobedecer; instalada en la poltrona municipal, después de haber representado con toda convicción el drama de la dolorosa, con las lágrimas de cocodrilo que vertió cuando pensaba que nunca más podría seguir ordeñando las ubres de la vaca municipal de la ciudad de Barcelona. Estos son los resultados de la política de pactos pos electorales que está patrocinando Pedro Sánchez, apoyado en Barcelona por este topo marrullero, Miguel Iceta, que se sabe mover con gran soltura cuando se trata de trabajar hundido hasta la cadera en las ciénagas de la política municipal, prometiendo, maquinando, ofreciendo y vendiendo a España, como si se tratara un nuevo Vellido Dolfos al servicio de su señor, el candidato al gobierno de España, Pedro Sánchez.


Es evidente que nos esperan tragos amargos, que los enfrentamientos entre los partido en los que habíamos depositado nuestras esperanzas, traducidas en votos, no nos dan la más mínima esperanza de que sean capaces de reconciliarse y, para cuando lo hagan, si es que en alguna ocasión lo consiguen, ya es posible que España esté hecha unos zorros y que las posibilidades de recobrar aquellos años de bonanza que nos arrebató el señor Rodríguez Zapatero, cada vez se hacen menos creíbles si, como parece bastante evidente, se han dejado escapar las oportunidades, gracias a la desidia de algunos dirigentes, entre ellos del señor Mariano Rajoy que, teniendo en sus manos la posibilidad de darle un golpe mortal al separatismos vasco y catalán y ponerle coto al expansionismo de Podemos, se limitó a intentar capear el temporal transigiendo, dando dinero para apaciguar a catalanes y vascos y acabando atrapado por sus propios errores, que le obligaron a entregar el gobierno a causa de una moción de censura exitosa.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie vemos, con pesimismo, como se empiezan a quemar las naves que sostenían nuestras esperanzas sin que exista un Hernán Cortés que sea capaz de infundirnos esperanza de que las conquistas que nos esperan en el futuro, lleguen antes de que nuestro veterano cuerpo decida que ya ha tenido bastante con los años que ha vivido.

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