La televisión en blanco y negro de finales de los sesenta terminaba sus programas con una reflexión bajo el título de “El alma se serena”.
Era una llamada al “pararse y pensar” antes de acogerse al sueño reparador. Esa costumbre la sigo practicando pese a la desaparición de aquel espacio. Hoy la tele nos despide -antes de enviciarnos con bingos, ruletas y similares- con crónicas de asesinatos, violaciones y peleas varias entre políticos y tertulianos de todo tipo.
Debido a los problemas de mi fastidiada espalda, mi caminata matinal a lo largo de la playa se ve reducida a la mitad de su recorrido; como compensación, he duplicado mi tiempo de admirar el paisaje siempre cambiante de la mar mediterránea.
Esta abstracción del mundo que me rodea permite que me olvide de los problemas, grandes o pequeños, que la vida diaria me trae. Por un largo cuarto de hora miro hacia mis adentros y agradezco los maravillosos regalos que he recibido de mi gente y del mundo que me rodea.
Por un rato aparto de mi mente un mundo que va en declive y con muchas posibilidades de auto-defenestración. Me alejo de los problemas de las familias rotas, las persecuciones religiosas, la crisis económica, los marginados y tantas situaciones que nosotros, pobres criaturas, somos incapaces de resolver.
Después me meto en la mar y el agua fría me vuelve a la realidad. A mi metro cuadrado que yo, solamente yo, tengo que cuidar. Y a la inquietud por servir a cuantos me rodean en la medida de mis posibilidades. Con la ayuda de Dios se puede más de lo que pensamos.
Este es mi “rollo” de hoy, queridos amiguitos. Pararos, pensad y soñad mirando al mar por un buen rato. Podréis observar que “el alma se serena”. ¿Lo de después? Se hará lo que se pueda. Dios mediante.
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