A las puertas de las vacaciones de Semana Santa, hay quienes ajenos a las grandes procesiones y desfiles, llevan su propia cruz entre los contenedores de basura de la ciudad de Valencia. El hecho no es propio de la capital del Turia, sino que se repite día tras día en las distintas ciudades de España.
El caso es que todos los días y a la misma hora, al salir de mi casa para ir al trabajo me encuentro con gente rebuscando entre la basura, algunos llevan carros de supermercado cargados de cartones, plásticos, tubos de cobre, aluminio, hierro, otros cestas de bicicletas rebosantes, o portaequipajes de motocicletas.
Siempre encuentro a las mismas personas como si tuviesen un horario concreto y un recorrido marcado. De entre las tres almas errantes con las que me cruzo cada mañana, hay un rostro taciturno, apagado, una mirada melancólica, todo ello acentuado por un color de piel moreno que se confunde entre la suciedad y el tono tostado de aquel que está todo el día expuesto al sol, una piel que muestra la dureza de un tiempo ingrato y la crueldad de la adolescencia y juventud perdida.
La niña no debe tener más de 16 años, y por la hora que es, dudo que asista al instituto, tampoco considero que sea su prioridad saber ecuaciones, el valor decimal de una fracción, o si las columnas son de estilo dórico, jónico o corintio. Cada día, nos encontramos en la misma acera y en el mismo punto, nuestras miradas a veces se cruzan una fracción de segundo y otras en cambio, ni nos percatamos el uno del otro.
Pero hoy, veo un cuerpo sumergido dentro del contenedor, oigo como rasga bolsas de plástico en busca de algún tesoro; de repente, se reincorpora y “zas” su mirada se cruza con la mía, no puedo evitar sentirme culpable por haberla observado, tampoco necesitaba corroborar que era ella, siempre lleva pantalón pijama colorido y con dibujos infantiles. Siento cierta vergüenza al ser cazado, pero ella de forma humilde y cálida me dedica una sonrisa., cierra la tapa del contenedor y pone rumbo directo hacia el otro que hay al final de la calle.
Algunas personas son ajenas a las fallas, a los días festivos, a las procesiones de Semana Santa, pero no necesitan desfilar descalzos en señal de penitencia o agradecimiento, porque su día a día ya supone una pesada cruz sobre sus hombros, la cruz de la resignación, la humildad impuesta y la humillación de verse ignorados de una sociedad que camina sobre el egoísmo individual.
La comunicación ha pasado de ser mediante conversaciones a ser a través de mensajes, de blogs, de redes sociales, de postureo... No es infrecuente encontrar todo un tren lleno de personas consultando o escribiendo en su móvil, como tampoco es infrecuente encontrar a parejas de enamorados cenando, o grupos de amigos en una terraza, o unos cuantos jóvenes, todos ellos, consultando o escribiendo en su teléfono móvil.
Hoy queremos invitarlos a reflexionar sobre un asunto que ya pasó de moda hace rato, a saber, la verdad. No siempre existió este modelo actual de relativizar absolutamente todo al punto de que cualquier afirmación es digna de ser considerada verdadera o certera porque, en el afán de un falso pluralismo intelectual, se quiere aceptar cualquier postulado, venga de quien venga.
Ha pasado un mes del fatídico día en que un tsunami de agua y barro sembró una parte del País Valencià de muerte y destrucción, y las calles de algunos de los pueblos que vivieron horas de pánico por la mala actuación de las autoridades de la Generalitat Valenciana con Mazón a la cabeza, aún tienen sus calles llenas de barro, las escuelas sin poder acoger a los alumnos, los garajes inundados, el transporte público sin servicio, y el luto por la muerte de más de doscientos vecinos.