La metodología tradicional de Estados Unidos para deshacerse de antagonistas en Latinoamérica, basada en una estudiada dinámica imperial que algunos suponían invencible e inmutable, sufrió un grave revés la semana pasada, cuando el presidente Donald Trump hizo saber a través de su red social favorita que decidía deshacerse de su influyente asesor en temas de Seguridad Nacional, John Bolton.
Según las estadísticas que miden las redes sociales, Bolton dedicó el setenta y cinco por ciento de sus Tweets a denostar contra el presidente venezolano Nicolas Maduro. Según Trump, Bolton lo había informado mal diciéndole que derrocar al jefe de estado venezolano era algo así como soplar para hacer botellas.
A través de la misma red social en la cual Bolton evidenció su obsesión por Venezuela, el inquilino de la Casa Blanca le hizo saber que sus servicios ya no eran necesarios en la actual administración con base en Washington.
Trascendió que el ángel caído fue acusado en privado por Trump de haber querido involucrar a Estados Unidos en cuatro guerras en las cuales las eventuales ganancias serían superadas ampliamente por las pérdidas. El belicismo desmedido de Bolton involucraba a Corea del Norte, Irán, Afganistán y a la Venezuela apoyada por Rusia y China. Demasiados enemigos, aún para el imperio más poderoso de la historia.
Que Bolton haya dedicado en los últimos tiempos tres de cada cuatro de sus tweets a Venezuela, sin resultado alguno, confirmaron el fracaso del asesor renunciado. Obviamente, Washington no optará por alguien con la misma opinión de Bolton ni tampoco alguien que sea más duro con respecto a Venezuela para reemplazar al botado.
Algunos podrán llamarlo pragmatismo, pero otros prefieren darle el nombre de populismo y demagogia. Curiosamente, ante la coyuntura del presente los conceptos parecen coincidir.
Para un lector latinoamericano puede resultar extraño que en Estados Unidos, para buscar un referente de populismo, los analistas políticos deban remontarse a la década de 1930. Más raro todavía puede resultar que el referente de populismo, hasta quien retroceden en el tiempo para buscar similitudes con el fenómeno republicano de Donald Trump, es un político de izquierdas que enfrentó al mismo Rockefeller, llegando a defender la causa del Paraguay en la guerra del Chaco.
Los latinoamericanos, que no necesitamos retroceder ocho décadas para encontrar en nuestra propia historia paradigmas de populismo, solo podemos sorprendernos al ver a los estadounidenses incurrir con tanta ligereza en un discurso que siempre señalaron , a través de sus poderosas embajadas, como una terrible y perjudicial palabrería.
También cabe preguntarse qué sucederá por estas latitudes con aquellos que hablan de erradicar el populismo, ahora que según los mismos analistas, se ha contaminado la misma Meca a la que rinden pleitesía.
En Paraguay muchos siguen esperando que las autoridades sigan el ejemplo de su modelo del norte. Y resulta contradictorio que hablar a ministros incompetentes, sigue siendo tema tabú para gobiernos que se auto postulan con entusiasmo como seguidores y subordinados del modelo estadounidense.
En realidad, con su acción directa e inequívoca, hoy se han ocupado de dejar fuera de juego a su propio juego y aquello por lo cual se juegan.
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