Será porque pertenezco a aquella lejana generación de los niños de la Guerra Civil o, acaso, porque no me encuentro cómodo en este siglo XXI, un siglo de cambios profundos, de doctrinarios, de relativismo y de rechazos a nuestras tradiciones, costumbres, hermanamientos, solidaridad nacional y de regreso al oscurantismo de los que pretenden imponer lo que piensan, impidiendo que, los que sostienen lo contrario, tengan la posibilidad de defender sus posiciones mediante el acaparamiento, la monopolización doctrinaria, la enseñanza sesgada, la propaganda politizada y absolutista y la socialización de la “verdad” como facultad, privilegio, y derecho exclusivo de los que ostentan el poder, que son los que se reservan la facultad de dictaminar sobre qué pensamientos, cosas o ideas son las que convienen al pueblo o, al contrario, aquellos que, a criterio del Estado, no son las que se acomodan a sus necesidades, con independencia de lo que puedan pensar los ciudadanos al respeto. El comunismo y sus variantes, que muchos pensábamos que se habían erradicado de la política mundial, debido a su descrédito y fracaso en aquellas naciones en las que se intentó experimentar con gobiernos de aquellas características; ha vuelo a renacer, ya hace unos años, en algunas repúblicas americanas de América del sur y , a través de lo que se podría considerar como una cierta ósmosis de traspaso de doctrinas, recogidas y asimiladas por nuestra progresía, consiguieron recalar con empuje en ciertos sectores, especialmente receptivos, de nuestra sociedad; personificados en los “hijos del 15N”, actualmente integrantes del partido Podemos.
Por supuesto que estábamos equivocados en nuestra creencia respecto a que el comunismo ya no existía y, no lo niego, es posible que lo estemos también en este momento en el que, sin pretender dogmatizar ni imponerlo (algo que tampoco está en mis manos) a quienes pudieran leer este comentario, seguimos teniendo la particular percepción de que, a pesar de todo, la humanidad no ha cambiado demasiado, si es que nos limitamos a contemplar el relato histórico de los últimos años con una cierta objetividad, prescindiendo de extremismo del que es posible que formen parte quienes, en estos momentos, están empeñados en escribir su propia historia; como es el caso de estos señores de la Memoria Histórica, todos ellos defensores de las ideas de izquierdas de los que, como es evidente, nada se puede esperar si alguien estuviera interesado en conocer la verdad de los sucedido en aquellos tenebrosos años de la Guerra Civil, sus antecedentes y sus consecuencias.
En realidad, tenemos serias dudas respecto a lo que realmente puede aportar de nuevo esta juventud de ahora que ya no pudieran aportar todas las juventudes que, con mayor o menor dedicación, intensidad o entusiasmo, intentaron ya cambiar el resto de generaciones juveniles anteriores. Hubo unos años en los que la juventud española de entonces se dedicó a asesinarse, torturarse, odiarse, guerrear entre ellos y hacer de España un gran cementerio en el que dejaron su vida más de medio millón de combatientes. Tampoco sirvió para nada más que para que, los perdedores, fueran incubando su odio hacia los vencedores durante todo el tiempo en el que, el general Franco, estuvo al frente de la nación española, que se ha prorrogado a los sucesivos gobiernos de la democracia hasta que llegó Pedro Sánchez para permitirles la revancha. Odio que no han tardado en sacar a relucir cuando una democracia imperfecta, mancillada por intentos de desmembración nacional o de regreso a aquellos tiempos de la II República en los que, como empieza a suceder ahora en según qué lugares de nuestra nación, las calles se convirtieron en lugares en los que se ventilaban a tiros o mediante arma blanca las diferencias existentes entre jornaleros y patronos, fascistas y comunistas o laicos resabiados y sacerdotes indefensos, víctimas de los políticos de aquellos años que no supieron, quisieron o pudieron evitar que la autoridad se les fuera de las manos, dejando que España se convirtiera, como empieza a parecer ahora, en un lugar verdaderamente inhóspito para aquellas personas de paz y orden, cualquiera que fueran sus ideas, que no pudieron evitar que el caos primero y la guerra después, condujeran al país al peor tipo de enfrentamiento: el que tiene lugar ente los propios conciudadanos, hermanos contra hermanos y padres e hijos luchando entre sí.
El peligro no está en los jóvenes, habitualmente infundidos de pensamientos nobles, justicieros, idealistas, caritativos y magnánimos; el peligro se centra en que los años de juventud son propicios a la falta de reflexión, a ser objeto de la fácil manipulación, a la falta de experiencia, la ingenuidad y el convencimientos de estar siempre en posesión de la verdad sin matices ni posibilidades de equivocación alguna. Piensan que solucionar los difíciles problemas de la humanidad es, simplemente, poner interés y esfuerzo en ello; se agarran a soluciones excesivamente simplistas, poco realistas y que, seguramente, si se intentara aplicarlas por la vía rápida, por justas, favorables y eficaces que pudieran parecer, puede existir el peligro de que su puesta en práctica tuviera consecuencias, reacciones o efectos sumamente adversos en otros aspectos de la vida, la economía, las finanzas o incluso las relaciones sociales de la comunidad.
Nos preocupan las manipulaciones que se puedan ejercer por grupos de presión, partidos políticos, mafias, sindicatos, carteles de delincuencia organizada o sectas de tipo terrorista o masónico, sobre estos líderes juveniles que parece que vienen proliferando y que se nos presentan como verdaderos Mesías que vienen a predicar cómo se debe dirigir a la humanidad, para que se instaure en el mundo una verdadera justicia universal. Incluso esta proliferación de manifestaciones, estas campañas de protestas que parece que no dejan de producirse, estas algaradas callejeras protestando en contra de los tribunales de Justicia pidiendo un tipo de justicia que puede ir en contra del derecho de cualquier persona a su presunción de inocencia, a una defensa imparcial y justa y a un juicio en que existan todos los medios, tanto en favor como en contra de los acusados, sin que la calle se convierta en un sistema extrajudicial de influir o, al menos, intentarlo presionando a los jueces al mismo Parlamente, como en la cámara de representación popular encargada de dictar las leyes, para que acepten que influyan, en sus resoluciones y sentencias, lo que las masas fuera de los juzgados intente que se conviertan en sentencias basadas en el linchamiento de aquellas personas que, justa o injustamente, han sido sometidas a un juicio. Esta justicia de tipo asamblearia o jacobina no se puede basar en lo que deciden un grupo de vengativos ciudadanos, sin conocer ni estar capacitados para juzgar los hechos, por muy graves y horribles que puedan parecer. El Estado de derecho exige el respeto al trabajo de los tribunales de Justicia sin presión alguna por parte del resto de la ciudadanía, partidos políticos o instituciones.
No negamos que existan algunas personas de gran bondad, que se saben expresar correctamente, que tienen ideas altruistas, con dotes de liderazgo y carácter filantrópico, dispuestas a organizar su vida, desde muy jóvenes, para dedicarla a mejorar la justicia en favor de la humanidad. Pero no podemos dejar de pensar en lo que ha sido de aquellos cabecillas de las protestas parisinas de mayo de 1968 muy relacionadas con la guerra de Francia en Indochina y la situación en Argelia. Daniel Cohn-Benedit (Dani el Rojo) o aquel otro, Alain Krivine, en 1982. ¿Qué habrá sido de ellos? El primero ya falleció y el segundo sigue vegetando como profesor de historia en el instituto Voltaire. Sea lo que fuere de ellos, el mundo sigue su curso sin que nada de lo que intentaron hacer haya servido para evitar que sigamos con idénticos o parecidos problemas. Se perdieron clases, se causaron daños materiales, hubo heridos, presos y Francia pasó por uno de los peores tragos de su historia, pero han pasado los años y los problemas que siguen afectando a los ciudadanos persisten sin que aquellos dramáticos sucesos hayan impedido que se sigan produciendo situaciones injustas en la humanidad.
Ahora una jovencita, Greta Thunberg, a la que apodan como “la niña verde”, de 16 años, se ha convertido en el gran vudú de las protestas estudiantiles que, como en el ayer y el antes de ayer del relato histórico, se siguen produciendo reclamando, no lo olviden, exactamente lo mismo que llevan siglos intentando conseguir los estudiantes sin que, precisamente ellos mismos, cuando se convierten en personas responsables, padres de familia, con un trabajo del que viven y se les recuerdan aquellos tiempos, parece que lo intentan olvidar y si se le preguntase a alguno de ellos, que forma parte del establishment, sobre aquellos años en la universidad, nos sonreiría bonachonamente y nos contestaría nostálgico: “eran pecadillos de juventud.”
A aquellos que, desde nuestra postura de meros ciudadanos, nos resulta muy difícil saber lo que se mueve detrás de los grandes bureaus de la política, las altas finanzas, los movimientos de los clubes secretos de poder y mafias clandestinas; con toda seguridad podríamos encontrar que detrás de estos personajes mediáticos, apoyándolos y pagándoles todos los dispendios que pudieran tener en cuanto a mantenimiento, desplazamientos, guardaespaldas etc. encontraríamos verdaderos equipos de asesores y especialistas en movimiento de masas que forman parte de su staff , que la siguen a donde va y le preparan todas aquellas materias de las que quieren que hable. Claro que todos estos privilegios se le acabarán a esta muchacha cuando quiera valerse por sí misma o se dé cuenta de que no es más que una marioneta teledirigida.
El peligro está que, con los dirigentes mediocres que actualmente dirigen a muchas naciones del antiguo mundo, empezando por los ingleses y acabando por los nuestros, el peligro está que lo que pretenden los que llevan los hilos de todos estos movimientos estudiantiles, que no dudamos están íntimamente relacionados con los intentos del comunismo internacional de ampliar sus zonas de influencia, logren tener calado en los ciudadanos de nuestra nación que ya han demostrado, por los resultados de la elecciones de abril del corriente año, su incapacidad para comprender cuál es el verdadero problema que azota nuestra nación. No existe, porque los políticos se han encargado de destruirla, una verdadera unidad entre todos los españoles porque, en realidad, los que pretenden destruir España ya han conseguido que estemos llegando a aquella situación de las dos Españas, la que nos llevó a la guerra y que ahora, con seguridad, nos va a llevar a la ruina nacional o, si lo prefieren el gran default o hundimiento de nuestra nación.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, tenemos la impresión de que todo lo que está sucediendo en Europa y que tanto nos afectará a nosotros, incluido el brexit inglés, no es más que el gran fracaso al que nos está llevando unas políticas de falta de autoridad, de cesiones imposibles, de adoctrinamientos izquierdistas, de descrédito de la institución familiar y de la falta de una enseñanza única que valga para los alumnos de todas las comunidades del reino, impartida en la lengua castellana. Es porque no vemos que nada de esto sea posible, por lo que me viene ancho e incómodo este siglo XXI. ¡Qué se le va a
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