En 1638 Lope de Vega consolidaba en los versos de su comedia Las Cuentas del Gran Capitán la anécdota popular que se había producido más de un siglo antes, según la cual Gonzalo Fernández de Córdoba (militar cordobés conocido con el sobrenombre de El Gran Capitán) fue requerido por Fernando el Católico para rendirle cuentas de los gastos producidos por la conquista del reino italiano de Nápoles y Sicilia.
Cuenta la anécdota que las cuentas resultaron ser discutidas y cuestionadas por el monarca, más preocupado por el coste financiero de la campaña bélica que por el hecho en sí de haber logrado la conquista del reino italiano, debido a la existencia de partidas exorbitantes, anotaciones arbitrarias y su falta de justificación, lo cual fue considerado por el militar como una actitud mezquina y traición personal por la manera como se las habían exigido, ante lo que el Gran Capitán claramente molesto respondió con un abultado y disparatado recuento de gastos que, según la tradición popular, rezaba así: "Por picos, palas y azadones, 100.000.000 de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, 150.000 ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, 200.000.000 de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, 170.000 ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, 100.000.000 de ducados."
Lo cierto es que de poco le sirvió al Gran Capitán su fino e irónico sentido del humor para evitar que tras su burlona y despectiva contabilidad le fuera retirado el virreinato de Nápoles y a su regreso a España cayera en desgracia. Desde entonces la expresión quedó asociada como un acto de desprecio y desafío ante la autoridad, y más recientemente para calificar los propósitos descabellados que se pretenden explicar y justificar con argumentaciones insostenibles, algo que se encuentra en no pocas ocasiones quien encomienda a otro una labor de cierta importancia sin más aval que la confianza o la buena opinión que pudiera facilitarle una tercera persona.
Y así hasta nuestros días ha llegado la anécdota de las Cuentas del Gran Capitán, a pesar de que son escasos los datos que avalen la veracidad de lo que podría ser sólo una anécdota popular, atribuyéndose según algunos historiadores carácter apócrifo a las cuentas que figuran en documentos históricos. Si la contabilidad del Señor Bárcenas contiene incongruencias, si técnicamente resulta primitiva, si ha sido confeccionada por más de un autor, o si actuaba en connivencia con otras personas, son cuestiones que a esta altura poco importan ni van a evitar que la abundante imprudencia e inconveniencia en el manejo de este caso provoquen la caída en desgracia de algunos de sus protagonistas y que dicha idea pase a formar parte del acervo Popular.
Unir la casquería del Señor Luis Bárcenas con la obra Lope de Vega puede parecer una excentricidad, y sin embargo el primero bien podría desempeñar el papel de Teodoro, el secretario aprovechado de El Perro del Hortelano. La mezcla de elementos trágicos y contrapuntos cómicos en la historia de los llamados papeles de Bárcenas no solamente es una exquisitez que difícilmente puede pasarse por alto, sino que tal conocimiento habría evitado males mayores que ahora pretenden evitarse, pues quien haya leído comedia barroca sabrá que el honor y la honra se sustentan en la opinión que los demás tienen de uno mismo y en su buen nombre personal o familiar, y que tal y como sucede en los versos de Lope de Vega cuando se pierde el honor, lo justo es recuperarlo con venganza y sangre si es necesario.
Dice uno de los versos de Las Cuentas del Gran Capitán así en boca del contador real: "No solo satisfaciendo va vuestra Excelencia al Rey, más que no podrá sospecho pagarle con cuanto tiene", y añade para finalizar "suplícole que dejemos las cuentas, que quiero hablarle", aunque en esta ocasión llega tarde.
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