La violencia extrae la verdad del actor. La violencia obliga a la verdad al espectador. Lux Aeterna. Gaspar Noé. Cine que alcanza su cénit de ataque visual reformulando lo que en su filmografía entendíamos como imagen violenta. Esta vez no son los planos secuencia acrobáticos que hacen bascular a personajes sumidos en lo peor de sus delirios hacia el infierno de sus almas (Clímax). No se trata de resistir el peso moral de la acción (Monica Belluci, Irreversible) o de decidir el límite carnal del amor (Love); en Lux Aeterna hay que sobrevivir, y el término es adecuado, al embiste lumínico de luz estroboscópica (luz cegadora) que acontece los últimos quince minutos de película, en un remake metafílmico y post-moderno de Juana de Arco de Dreyer. Sin avisos previos más que un cartel al inicio que ensalza la extrema felicidad que los epilépticos sufren antes de un ataque: según Dostoyevsky, la felicidad más absoluta. Conociendo la fascinación de Noé por la provocación y el márketing que aprovecha el escándalo para promocionar sus películas, cuesta incluso no creer que la posibilidad de algunos ataques epilépticos durante las proyecciones no sean vistos como propaganda para asentar las bases "de culto" del film. Un trabajo que hace de esa violencia visual su aparente brecha de trascendencia: es cuando los actores están agotados, abatidos, sometidos al caos y el límite sensorial cuando su vencimiento abre el camino hacia su verdad interior. En esa línea va la interpretación de Charlotte Gainsbourg, bruja que, en la pira, alcanza el éxtasis o la paz pre-epiléptica. Es la posición de sumisión extrema que Noé exige al personaje de Gainsbourg y la que, análogamente, exige al espectador de Lux Aeterna lo que, en parte, desactiva sus intenciones. El éxtasis, la belleza del Arte del que la película habla, la introspección mística... todo a lo que apela queda neutralizado entre la ametralladora visual y la pose estructural del trabajo, una reflexión más pretenciosa que sincera sobre el oficio de dirigir cine y actuar frente a la cámara, cuya dimensión irónica o autocrítica parece sumarse a los gestos de efecto del genio amanerado.
Falta éxtasis y sobra en cambio sadismo, presentado con una pátina de desafío: solo los capaces de soportar el martirio, alcanzarán la lux. Noé se define ateo en la propia película mediante un texto que precede a los créditos, pero ¿hay algo de cristiano en sus métodos fílmicos? En este cine del límite del límite, donde el riesgo parece el cimiento de su arquitectura, algo sí va más allá, una pregunta trasciende: ¿y si al límite del límite, lo que hubiera, en realidad, fuera el reverso de lo aparente? ¿Y si lo que hubiera fuera miedo? Miedo a dejar que el espectador participe realmente, miedo a rebajar el nivel de agresividad y lamentar que la película pueda parecer blanda, muerta, insulsa. Desconfianza hacia el espectador, hacia compartir sutilezas que puedan no ser entendidas. Gaspar Noé parecería así un cineasta aterrorizado de su fragilidad, necesitado de su impostura, en una huida hacia adelante que le condena para siempre al más difícil todavía, a la sobredosis perpetua para mantener el nivel de paranoia.
Carrera en continuo (auto)sabotaje del que, por otro lado, es un gran cineasta. Su cine está plagado de grandes hallazgos: secuencias efervescentes de diálogo, intérpretes entregados, un singular dominio de la cámara, la puesta en escena y la gestión narrativa de situaciones. En Lux Aeterna la escena inicial de las dos actrices hablando de su profesión augura una película brillante, llena de matices. El discurso sobre brujas contemporáneas parece abrir una esperanza feminista en su filmografía que pronto se disipa cuando descubrimos cómo Béatrice Dalle, la actriz que se ha pasado a directora para realizar la película dreyeriana o su versión video-arte, hace gala de una masculinización de la mirada que desvela los ojillos de Noé tras el cotarro: las actrices en la pira son filmadas vestidas de fashion victims, brujas sexys, cuerpos sufrientes erotizados. Noé recalcitrante. A medida que avanza el film, sin embargo, acontece un paulatino abandono de los hallazgos en favor de la seducción de la película hacia sí misma, del placer del sonido de sus bofetadas, de la posibilidad de alucinación de sus efectos. Porque, a pesar de la inteligencia, a pesar del talento, ¿hay algo que contar en las películas de Gaspar Noé? ¿O el deseo de deslumbrar, y aquí es más literal que nunca, es el verdadero y único motor de su cine? Lux Aeterna. Requiescant in pace. La muerte y la vida, están a un giro de cámara.
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