Aterrizo en el cine de Santiago Loza con su objeto visual no identificado: Breve historia del planeta verde. La "entidad fílmica" irradia ternura, una honda tristeza, un extrañamiento hacia los seres humanos que la convierte en algo análogo al ser extraterrestre que es transportado en una maleta a lo largo de esta road movie argentina: algo entrañable y raro de verdad al mismo tiempo.
Loza se arriesga con caradura y corazón. Así logra moverse —viscosamente— entre el drama autoral realista, la comedia de personajes marginales a lo Whisky (J.P. Rebella y Pablo Stoll), la ciencia ficción de estar por casa y la estética documental, así, como en una gelatina de la abuela sabor de fracasos y decepciones vitales, pero con ese colorante de brillo sobrenatural que brota de la aceptación propia y del prójimo como camino para la paz terrenal, mejor: astral, y aun: interplanetaria.
La historia de una mujer transexual, su amigo gay y su amiga baja de ánimos, que viajan a casa de la abuela muerta para recoger su inesperado legado (la criatura) y llevarla de vuelta con los suyos, opera como trama mínima aunque simbólica (la necesidad de lo diferente de reunirse con lo igual) para investigar los rostros genuinos de los actores, los escenarios quebrados, el tránsito entre géneros, muy análogo a la transexualidad de una de las componentes del trío protagonista.
La película es más un camino que un resultado. Es el trabajo de un cineasta que se sabe inteligente y capaz, pero también la obra de alguien cercano a los cuerpos, a las emociones. Una obra sin miedo, territorio fílmico agradable en su rareza donde las personas aceptan las cosas más extrañas con tanta suavidad como quien entra en un baño de agua tibia y permanece allí en homeostasis durante un tiempo indefinido.
La música envolvente, cargada, transporta también hacia lo telúrico, compensando lo espumoso de los cambios de rumbo de los personajes, el vacío de esas situaciones que ni acabamos de entender ni nos importan demasiado, porque el marciano y su desconcierto nos han colocado a cierta distancia de la empatía. Por momentos me pregunté qué resistiría de la película sin la música que convierte en hipnótico aquello que podría ser solamente ordinario.
El mayor acierto de Breve historia del planeta verde es la sinceridad que transpira por encima de sus gestos híbridos, o entre sus gestos híbridos o tal vez gracias a sus gestos híbridos: los pequeños detalles, las miradas compartidas, los gestos de cariño y amistad suave, sin estridencias, que los personajes se muestran a partir de ese dolor antiguo y común que comparten. Su fuerza para resistir a un mundo poco amable con la diferencia, lleno de sectarismo y falacias, tal como Loza retrata en esos pueblerinos nocturnos que reunidos a lo Ku Klux Klan, intentan intimidar a quienes se configuran como "los otros", tan lejanos a ellos que muy bien podrían ser considerados de otro planeta.
El elemento extraterrestre, además de simbólico y plagado de resonancias lingüísticas en las posibilidades de análisis del film, conecta con el uso esporádico pero llamativo de los elementos del fantástico en parte del cine autoral. Desde el demonio iluminado que recorría los pasillos de la casa de Post Tenebras Lux de Carlos Reygadas, al OVNI inesperado de Still Life de Jia Zhangke. Lo disruptivo del fantástico en universos fílmicos muy pegados a la realidad tiene un poder humorístico, alucinatorio, esa gota de rara magia que contrasta con el dolor o la ausencia de esperanza. Santiago Loza rastrea y se vale del elemento fantástico desde un lado más freak, abrazando a todas sus criaturas, incluida, por supuesto, la película, en su diferencia y singularidad.
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