Lo he comprobado en el trayecto Reinosa-Madrid, con salida a las 10,20. En turista pago 12 euros por trayecto por el billete de mi mascota, en preferente este servicio es gratis. Con el ahorro y unos cuantos euros, viajo con los ricos. He disfrutado de más espacio; seremos una decena en el coche; pero, a cambio, sufrimos de un control constante de un revisor encargado de evitar que se cuelen pasajeros de la clase turista y del asedio de tres personas que nos han servido, en tres horas, dos “aperitivos” y en los intervalos, ofrecido licores, prensa, auriculares, toallita caliente y qué se yo. . He aceptado el primer “aperitivo”; tenía hambre y sed y he echado una ojeada al “País”. El resto ha sido un agobio que me ha impedido dormir, mi único refugio frente al “mono” que sufrimos los fumadores. Los ricos también lloran y yo con ellos.
Viajar en el coche número 1 tiene otras incomodidades en el traca treo que sufrimos, especialmente en el trayecto Reinosa- Aguilar y en menor medida, hasta Palencia. Los ricos también lloran y yo con ellos.
Mis compañeros de viaje más cercanos; a dos filas en la otra mitad del coche, él desde Aguilar y ella desde Palencia, con el encuentro previsto, puesto que, deduzco, trabajan en el mismo equipo, también sufren. Hasta Valladolid, ambos despacharon sus respectivos asuntos, por teléfono. Ella gestionaba la estancia de su hija, que cursa un Máster en USA. Él, el despido de empleados por sus clientes. Ambos forman parte de ¿un despacho de abogados? Entre Valladolid y Chamartín se han concentrado en convencer el uno a la otra que son “los mejores” ante el conflicto de separación de pareja que afecta al equipo que comparten. Es muy duro insistir tanto en proclamar que frente a las virtudes de ambos, “otros”, los demás, no se privan de meter cizaña y en que “cada uno va a lo suyo” ¡Qué fatiga! Uno no puede ignorar el sufrimiento de sus vecinos. Los ricos también lloran.
Lo peor es que mi billete es de ida y vuelta y si no quiero llorar con los ricos y pasar a turista, tengo que pagar por la mascota y probablemente, una penalización por el cambio de billete, por el periódico y por la merienda, puesto que tomaré, a mi regreso, el tren de tarde noche. No puedo permitírmelo con los recortes, al fin de cuentas no son sino 3 horas. Tengo que pagar para que los ricos lloren por el agobio del despilfarro.
Hay personas más competentes que yo para calcular el impacto de estos excesos en las cuentas públicas, pero nadie parece interesado en evitar sofocos en los privilegiados Parece más urgente mantener los encantos de la culpa, o quizá mostrarnos que los ricos también lloran. Yo ya he aprendido que me resulta mejor viajar en turista y pagar, abusivamente, por mi mascota y por mis consumiciones en la cafetería: no creo haber heredado del pecado original o que lo que sufra en esta vida liberará sufrimientos en la otra. Ya sufro suficiente con los recortes para confirmar que los ricos también lloran.
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