¿Qué es lo que más nos interesa? La respuesta que es muy probable que den muchas personas es: La corrupción política, la falta de moral, la injusticia, la mentira disfrazada de posverdad, el más allá, la felicidad, el sentido de la vida, el estrés laboral, la violencia en general…
Lo políticamente correcto que no es nada más que mirar hacia otro lado es lo que normalmente se hace cuando llega el momento de tener que enfrentarnos a los temas de interés que he nombrado. ¿De qué manera tenemos que abordarlos para intentar darles respuesta? A menudo lo hacemos de manera visceral. El raciocinio ha desaparecido. En nuestro interior se enciende un fuego que desprende un espeso humo negro que no nos permite afrontar como es debido como <i>homo sapiens sapiens</i> que se dice somos. Lo cierto es que de <i>homo sapiens sapiens</i> tenemos bien poco, pues, la manera como reaccionamos ante los tema que consideramos de interés no lo hacemos con la sabiduría que debería darnos considerarnos <i>homo sapiens sapiens</i>.
Lo que hace que se den tantas cosa que nos interesan que afectan a nuestra felicidad es la ausencia de Dios en nuestras vidas. Dios existe y desea relacionarse con nosotros para bendecirnos, pero, la irracionalidad con que encaramos los temas que decimos que nos importan impide que lo hagamos con sensatez. El <i>homo sapiens sapiens</i> no se deja ver debido a la irracionalidad que domina a la hora de afrontar su solución.
Si en verdad se desea encontrar remedio a los problemas que nos importan porque afectan a nuestra felicidad se tiene que tener en cuenta a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. En caso contrario no se va a encontrar solución a los problemas que nos afectan directamente y que hacen que la vida sea desagradable, que no merece la pena vivirla. En algunos casos el desasosiego puede llevar al suicidio.
Aceptamos que el fabricante de un artilugio haga que le acompañe un manual de instrucciones para que el usuario haga un buen uso de él. Eso que consideramos normal, no queremos saber nada cuando el Creador ha dado también un manual de instrucciones para el buen funcionamiento del hombre que ha creado, para que se comporte como debe hacerlo quien ha sido creado a imagen y semejanza de su Creador.
Los filósofos dicen que para que el hombre se comporte como <i>homo sapiens sapiens</i> necesita la ley moral. Los cristianos decimos que es la Ley de Dios, el Decálogo, lo que nos conviene. Los filósofos han podido redactar la ley moral a pesar de que el pecado ha deformad la imagen y semejanza de Dios en que han sido creados. A pesar de este deterioro “la lámpara del Señor es en el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón” (Proverbios 20: 27). El pecado ha convertido la lámpara del Señor en un pábilo vacilante que sigue desprendiendo algo de luz. Esta luz tenue presente en el espíritu del hombre caído en pecado es lo que ha permitido a los filósofos redactar la ley moral.
Los cristianos tenemos presente la Lay de Dios. Coincidimos en buena parte con la ley moral de los filósofos. De ellos nos separa algo básico, es que ha sido el mismo Dios quien ha revelado su Ley. Yo soy Dios quien habla “todas estas palabras” (Éxodo 20: 1). Los filósofos gracias a la tenue luz existente en sus espíritus redactan la ley moral para bien los hombres que la cumplan. La evidencia nos muestra que los destinatarios de la ley moral no la cumplen ni de lejos. Por eso las cosas que nos interesan para disfrutar la felicidad permanecen escondidas polvorientas en la buhardilla.
La Ley de Dios también tiene el propósito de que los hombres la cumplan. La condición de pecadores impide que se cumpla: “cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofenda en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2: 10). Por ejemplo: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20.14), dice la Ley de Dios. Muchos dirán que no han cometido dicho pecado porque aseguran que han permanecido fieles a sus respectivas parejas. ¿Qué dice Jesús al respecto? “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer (u hombre) para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5: 27,28). ¿Quién dice que jamás ha cometido adulterio espiritual? La ley de Dios no hay nadie que la cumpla. Todos estamos condenados, si no fuera que la Ley de Dios tiene una función educativa: Hace ver que somos pecadores: “de manera que la Ley ha sido nuestro mentor, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3: 24). Justificar significa perdonar. El pecador no tiene que hacer nada para su salvación, excepto creer en Jesús crucificado para perdón de los pecados. No olvidemos que la fe es un regalo de Dios. El pecador perdonado deja de ser un esclavo del pecado y de ser hacedor de maldades más l menos graves. Ha empezado una nueva manera de vivir que aborrece todo aquello en que antes de la conversión se deleitaba.
He aquí lo que dijo Jesús cuando escuchó que los escribas y fariseos, los buenos de la película, se quejaban a sus discípulos de que comiese con los cobradores de impuestos y pecadores: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos (personas buenas) sino a pecadores al arrepentimiento” (Marcos 2. 17)
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