Este escrito está dirigido a los niños, a los pequeños y a los niños que hay en los adultos, que los hay, en algunos adultos muy soterrados esos niños, y en otros visibles en sus conductas, espontáneas, alegres, soñadoras, mentes que todavía son capaces de asombrarse ante cosas sencillas, mentes que no están "cansadas" como lo están la de la mayoría de los vecinos de estas ciudades. El mal de todos los tiempos, la fatiga, la ausencia de ánimo, de ilusión.
Durante todo el año vemos arrastrar los pies por calles y hogares a ciudadanos que simulan vivir unas vidas, pero hay una insatisfacción completa de todos, y esto es fácilmente explicable. El mundo en que hemos nacido, la realidad de dicho mundo que vivimos hoy, no es nada halagüeña.
Sin embargo, hay distintos grados de cárcel, o de infortunio. No están peor los que viven en países llamados desarrollados que los que, expoliados por éstos -países pobres por completo desde hace siglos-, donde cada individuo ha de recorrer cada día kilómetros para recoger agua y llevarla a sus familias, donde no hay alimentos y las casas son de barro y paja que al menor movimiento de viento caen.
No obstante en todas las desdichas, la peor es la del confinamiento. Las irregularidades que se suscitan entre humanos, por las políticas de unos contra otros, generan escenarios terribles donde vivir es, sencillamente, imposible. Pero... ¿Y andar? Andar puede todo humano, sea en el país de esta tierra donde sea, correr, subirse a un árbol, mirar una montaña, soñar con salvarse, e intentarlo.
Los que peor parte llevan en esta especie de aros de averno del Infierno de Dante son los animales no humanos. Ellos no tienen nación, no disponen de un nombre, son tratados todos como Nadies. Y no son hostigados una nación por otra, sino que los animales no humanos son hostigados por todas las naciones humanas, sin excepción. No hay nación humana que no esté en guerra y expolio constante contra los no humanos.
Y sí son individuos, y sí tienen sus propias lenguas, identidades, familias y clanes. Pero son como una eterna Palestina asediada por todo un orbe.
Sin embargo, dentro de este delirio de crueldades e injusticias, el humano viva donde viva celebra fiestas, celebraciones, tradiciones. Pronto se celebrará la llamada Navidad, que proviene del ritual ancestral pagano en el que los pueblos antiguos encendían hogueras en la noche, en el solsticio de invierno, como para, con esa luz, llamar al sol -al verano-. Dichas hogueras, se supone según muchos antropólogos, han derivado en el moderno árbol de navidad, sus luces representarían el fuego aquel de antaño lleno de deseos para el próximo estío.
Deseos. Sueños. Nacimientos. De ahí nació la celebración de la Navidad, una creación mercantilista para que la Demanda se avive y compre. La Iglesia Cristiana, renuente en el nacimiento de esta celebración que consideraba no cristiana, la aceptó con la boca pequeña y en un silencio no confrontativo, como mal menor, y ahora se considera una fiesta cristiana, ya se sabe, la que inaugura cada año la conmemoración del nacimiento de Jesucristo. El protagonista del terrorífico libro "La Biblia". De esta forma, nos encontramos con la representación de Jesucristo, a millones de muñequitos, en forma de bebé con pañales, en todos los tamaños, y de adulto crucificado en las formas más siniestras y peripatéticas. El cristianismo es una religión de la tristeza y del autoflagelo, tiene sus negras, frustradas y machistas raíces enredadas en toda la raíz cultural de casi todos los países "civilizados" del mundo. Es la religión más profesada de la Tierra, con 2.400 millones de seguidores, se calcula que una de cada tres personas es cristiana.
La Navidad es la celebración más importante para el cristianismo, finalmente se puede decir. En Navidad se produce una ensoñación que padres a hijos enseñan desde que tienen uso de razón, la llegada en la noche del 5 al 6 de enero de los reyes, los que según la historia bíblica acudieron al nacer Jesús a entregarle sus buenos deseos y tesoros, hoy llamados Reyes Magos.
Sus nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar.
A los niños se les cuenta esta historia, la de que dichos reyes magos sobrevolando los cielos llegan a cada casa, subidos a un carro tirado por renos (visión especista donde las haya) y los niños no son advertidos de que se encuentran ante un cuento, como ante la oralidad de Caperucita Roja o Los tres cerditos. Los niños creen firmemente en la existencia de estas entidades celestiales.
Al margen de si estamos ante un constructo lesivo -que yo así lo creo, porque la imaginación se nutre con la verdad, y no con mentiras. Las mentiras al final se viven como estafas-, digo, al margen de que estemos ante una celebración que ensalza la existencia de la burguesía (reyes), el especismo (animales usados) y el premio por el comportamiento, cuestión que no estaría mal si quien premiase dicho comportamiento no fuera alguien ajeno, el niño común cree que los reyes vienen. Que se acercan a sus ventanas en la noche, que piensan en ellos durante el año, que saben sus nombres y los vigilan, para luego sopesar si merecen sus visitas o más o menos regalos, o ninguno. Pero allí están, para ellos, para todos. En los barrios más pobres, para las familias con menos recursos del mundo, las ONGs intentan que a los niños les lleguen juguetes, se considera fundamental, y así se hace.
Hay lugares a los que los reyes magos no se acercan, hay "niños" en quienes esos reyes magos no piensan jamás ni les interesa su comportamiento. A los que nunca entregarán juguetes, niños sobre los que tales reyes no les preocupa su alegría, o su tristeza. Los animales no humanos en las estrecheces de las fábricas de las ganaderías intensivas, enjaulados, estabulados, pisando sus heces, en la fría oscuridad, llenos de heridas, desesperanzados por completo. Billones de "niños", porque de corazón y alma lo son, los animales, que han nacido en estado de esclavitud, atados de cadena y sogas, sufriendo un maltrato continuado por los humanos que trabajan donde son explotados para ser destinados a comida.
Los reyes magos no pisarán con sus botas fastuosas con las que se les ve tan coloridos sonriendo en sus tronos de mentira en un supermercado. A esos reyes magos que se aposentan durante unas horas en los centros comerciales, se les ve sonrientes, con niños de edades muy cortas, de ojos asombrados, que les entregan una carta, y mientras los mágicos reyes de postizas barbas sonríen ante la foto que eternizan los padres, en las casas se preparan las abundantes cenas con amputaciones de los niños y niñas Nadies, que se cocinarán para engullirlos en una comunión familiar de primer orden, familias de buenos cristianos que en la noche no escuchan (ni quieren) los gritos de los cerdos y demás animales que a cada segundo son rajados de arriba abajo a miles allá donde ni llegan los reyes magos, ni los adultos ni los niños, porque esos lugares los instalan lejos de las ciudades, como los nazis levantaban sus campos de concentración alejados de poblaciones.
En las casas suenan los villancicos, en los firmamentos millones de chillidos son cruzados como estrellas fugaces, de quienes pasaron por aquí sin saber qué es la vida ni tan siquiera quiénes fueron. En las almas de todos nosotros un silencio culpable que se intanta acallar subiendo el tono de los villancicos, pero mira cómo beben los peces en el río.
Para finalizar, me es importante decir que llevo 25 años de vida vegana y estoy muy sano. Invito a quien esto lee a que se veganice y deje de ser cómplice del holocausto animal. Invito a ver la realidad y a crear fantasías que salven, que nos hagan crecer de verdad. ¿Para qué inventar figuras de humo y de nada existiendo "alguienes" que quieren una vida, que podemos darles, porque sólo les es negada por culpa nuestra, y ver esas vidas, en libertad, sería el mejor regalo y educativo para los niños, sin duda alguna? Menos estulticias carentes de ética y más creatividad respetuosa. Los niños no quieren mentiras maravillosas que luego descubren que son humo y estafa. Quieren saber la verdad y participar de ella, formar parte de ella y reparar aquello que esté mal en ella. Pero les es negado conocer la herida. Se les educa en la evitación de la verdad. Se hinchan globos de colores y se aventan cometas. Y al finalizar cada año no se hace balance real de vida. No se enseña sobre vida, sino sobre evitaciones de verdades que los adultos, por cobardía o ignorancia o ambas cosas, creen son irreparables. Los niños merecen ser partícipes de lo real. De no ser así crecerán entre clichés y dogmas, como les ocurrió a sus padres, y "de mayores" habitarán un onirismo atestado de sedaciones para no ver que el mundo humano es pura estafa y es, orgánicamente, lesivo, criminal con toda la biota en todas sus extensiones. Es hora de entrar en las guarderías y colegios, como bandidos de luz, para decir que los reyes magos jamás pasan por los mataderos.
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