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Preguntas sin respuestas

El hecho de que sus súplicas no sean atendidas genera frustación
Sebastián González Mazas
martes, 11 de febrero de 2014, 07:27 h (CET)
A medida que van creciendo, en su ansia por desentrañar los misterios del mundo adulto, los niños formulan infinidad de preguntas para las que no siempre tenemos las respuestas adecuadas. El episodio que relataré a continuación es un claro ejemplo de ello.

Les pongo en situación:
La escena se desarrolla en el domicilio de un ex director de una conocida entidad bancaria. Los protagonistas son Julián, un niño de seis años lleno de dudas e inquietudes; y Marian, la madre de Julián, que actualmente pasa por una etapa de incertidumbre y desasosiego que nada tiene que ver con la menopausia.

Para Diego Torres pedirá entre 10 y 15 años y de cuatro a ocho para Jaume Matas. Mientras Marian intenta concentrarse en la lectura de una novela rosa, Julián juguetea con un camión de bomberos. En el equipo musical suena Johan Sebastian Bach. La temperatura es agradable y el porcentaje de humedad en el ambiente no llega al 70%. De fondo empieza a oírse una algarabía de voces humanas provenientes de la escalera...

- ¿Mamá, por qué hay tanto ruido ahí fuera?-
- ¿Ruido? Yo no oigo nada- contesta la madre, que hasta ahora siempre había gozado de una excelente salud auditiva.
- Sí, mamá. Hay gente gritando y, además, están golpeando la puerta. Mamá, tengo miedo.
- ¿Quieres que te ponga los dibujos animados?- pregunta la madre.
- ¿Y esa gente que grita por qué está llamando a papá estafador? ¿Qué es un estafador?
- Anda, hijo, déjate de preguntarme tonterías y vamos a encender la tele que creo que echan un especial de Peppa Pig.
- No, mamá. Ahora no me apetece. Yo a quien quiero ver es a papá. Quiero que vuelva a casa.

Julián comienza a llorar. El hecho de que sus súplicas no sean atendidas le genera una frustración, que al no tener edad para tomar prozac, combate con el llanto. Por un momento, Marian se plantea contarle a su hijo que durante un tiempo papá le quitaba el dinero a los pequeños ahorradores para que ellos pudieran vivir como los Duques de Palma, con la diferencia de que ella sí que estaba al tanto de las tropelías de su esposo, pero recapacita y vuelve a la lectura, descubriendo que el presunto culpable sobre el que gira la trama de la novela no es el mayordomo. .

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