Es evidente que, como suele suceder cada vez que el Rey pronuncia una de sus alocuciones, cada una de las formaciones políticas del propio Parlamento o extraparlamentarias, sin olvidarnos de los insurrectos de Cataluña, defensores de su independencia o del propio país vasco, expertos en sacar siempre tajada económica de las dificultades del Gobierno; se apresuran a hacer sus propias interpretaciones, sin importarles que, al hacerlo, se tergiversen las palabras del monarca o se intente encontrarles un sentido que favorezca sus propias aspiraciones. En realidad, siempre nos queda la duda de que, en lo que dice el monarca, una parte importante se le haya dictado desde la Moncloa, como sucede cada vez que el monarca, motu proprio o por decisión del Gobierno, dirige unas palabras al pueblo español. Si a las propias limitaciones que la Constitución española le pone al Jefe del Estado, le añadimos esta censura por la que debe pasar cuando tiene algo importante que decir a los españoles, es evidente que a los españoles siempre les queda la duda sobre qué es lo que piensa Felipe del tema sobre el que habla y qué es lo que, desde el Gobierno de la nación, se le ha obligado a decir.
Si queremos atenernos el texto que ha leído SM. Deberemos decir, sin pretender estar en lo cierto, como simples ciudadanos de a pie, nos ha parecido que en esta ocasión el discurso del Rey se ha ceñido a un mensaje de alerta a todo el pueblo español. Aparte de aquellas partes conciliatorias que pudieran favorecer a los actuales gobernantes del país, pidiendo que la oposición se ejerza sin acritud, “desde el respeto recíproco”, evidentemente inspiradas en los deseos de la Moncloa, entre líneas se vislumbra la gran preocupación del Rey por la actual situación del país. Habla de “nueva realidad” pero evidentemente no dice si le parece bien o mal, si esta realidad que hoy parece que se impone, es buena para España o, por el contrario, es motivo de honda preocupación debido a la forma evidentemente dictatorial con la que el señor Sánchez y su ejecutivo parece que están dispuestos a imponer al pueblo español, pese a que muchos de sus planteamientos tengan el marchamo de sus colegas los comunistas de Podemos. Unos modos y unas maneras de gobernar que, para nada, se pueden compatibilizar con aquellas otras palabras del monarca, cuando dice: “Llega la hora de la palabra, del argumento y de la razón, desde el respeto recíproco para el mejor servicio de los españoles”. Es evidente que en el animus del actual gobierno de coalición socialista-comunista, no hay, ni por asomo, la menor intención de discutir los temas, de escuchar los argumentos de la oposición y de ceder en aquellos puntos en los que la razón y el sentido común se debieran imponer.
Persiste, en toda la actuación del actual Gobierno, la intención clara de destruir a toda oposición que entienda que pueda representar un obstáculo para su camino hacia un cambio de régimen constitucional que, por supuesto, no va a comprender la permanencia del sistema monárquico en España. No tienen previsto, como sucede en otros países, como Alemania por ejemplo, en la que tienen gobiernos de coalición; el más mínimo espíritu de colaboración, ni la más mínima intención de renunciar a seguir utilizando todos artilugios legales e ilegales para continuar manteniéndose en el poder a cualquier precio, lo que, ciertamente, no supone llegar a acuerdos con los partidos de la derecha ni aceptar introducir las enmiendas que pudieran llegarles de su parte en las normas, leyes o decretos que estimen necesario someter a las Cortes, en las que, de momento, siguen teniendo la mayoría suficiente desde la extrema izquierda y los partidos nacionalistas, para imponer a todos los españoles, los que los votaron y los once millones que no los votaron, no lo que el Rey califica de “pleno desenvolvimiento de nuestro régimen parlamentario” o aquello que para el monarca significa: “el mejor servicio de los españoles”, sino lo que el rodillo de las izquierdas piense imponer.
Queremos ver en el discurso de SM una gran preocupación cuando habla, fiándose más de lo que él seguramente querría que fuese que lo que es la actual realidad de esta España, al borde del precipicio, cuando se refiere a aquella España ficticia que dice que “recuperó su autoestima y el orgullo colectivo (¿?), como la gran Nación que es; España perdió sus miedos (¿?), encontró la paz social y dejó atrás sufrimientos y penalidades para muchos españoles”.
Deberemos interpretar que, SM, está hablando en pretérito, en tiempos pasados, seguramente referidos a los tiempos en los que, el gobierno del PP, se hizo cargo de España, una nación al borde de la quiebra soberana y en vísperas de pedir el rescate a la CE. La sacó del peligro, consiguió apoyo de sus socios europeos, reactivo la economía mediante el impulso a las empresas, la reconversión de la banca, la iniciación de una política de empleo (la misma que ahora, el nuevo Gobierno, pretende desmontar) que empezó a producir los efectos deseados y la reactivación del empleo y, por encima de todo, consiguieron que la confianza, que se había perdido respecto a la solidez de España, fuera recuperada y volviera a ser considerada como una nación de peso en Europa, lo que repercutió en nuestra prima de riesgo y en la bajada de intereses de los préstamos que era preciso concertar para el normal funcionamiento de nuestra nación. Pero, hay una parte de la alocución de SM que estimamos especialmente interesante, se trata de conseguir algo que, hoy en día, está muy lejos de lograrse y que, lo que nos viene anunciando el Gobierno, no contribuye especialmente a que nos produzca esperanza alguna de que se consiga. Habla el Rey de que esta legislatura sirva para que sea: “”provechosa” para los interés generales de Eapaña” y para que “sirva también para recuperar y fortalecer la confianza de los ciudadanos en sus instituciones”. No vemos que esta confianza que solicita SM a los ciudadanos, tenga posibilidad alguna de recobrarse, al menos, mientras tengamos a un Gobierno compuesto por muchos de los que gritaban en contra de la monarquía, que renegaban de la Constitución porque, según ellos, recortaba sus libertades y que, ahora, son los que cortan el bacalao en el Gobierno de España.
No parece que el Rey haya entrado de lleno en el tema de los soberanismos vascos y, especialmente, catalán. Es evidente que la Moncloa ha ejercido su veto sobre esta materia, porque si el Rey hubiera hecho mención al tema, tal y como sucedió en ocasiones anteriores, la postura del señor Sánchez y su contubernio con los delincuentes catalanes de la cárcel de Lledoners, dispuestos a negociar sobre la unidad de España y los modos de los que valerse para que, sin levantar la liebre, se llegue a la consumación de la gran traición que se está perpetrando contra nuestra nación, mediante la entrega de la independencia a Cataluña, puede que a través de distintas etapas que son las que, evidentemente, van a ser motivo de las conversaciones entre ambas representaciones.
No hay duda de que, en la Casa Real, la situación por la que está pasando nuestro país no es la que seguramente ellos hubieran elegido para una monarquía constitucional. El hecho preocupante de que, en el actual ejecutivo, haya cuatro ministros comunistas y un vicepresidente específicamente crítico con el sistema de monarquía parlamentaria, no es precisamente una cuestión baladí para los reyes de España. No sabemos si las preocupaciones que seguramente ocupan los pensamiento de Felipe VI son las mismas que preocupan a la reina Leticia, pero mucho nos tememos que algunas de sus costumbres, entre ellas este envaramiento que parece que le acompaña siempre o sus conocidos desplantes con algunos de sus acompañantes o sirvientes, van a tener que moderarse si es que quieren intentar mantener el estatu quo entre Gobierno y Casa Real.
O así es como, señores, desde la óptica de un simple ciudadano de a pie, nos ha llamado especialmente la atención una de las frases que la presidenta del Parlamento, señora Batet que ha dejado caer en el trascurso de su discurso con motivo de la apertura del nuevo Parlamento. “Los consensos no se hallan sino que se construyen”, una frase acertada pero que, a nuestro criterio, debía de haber sido ampliada y no resultara que se quedara en eso, una simple frase, de las tantas que se pronuncian y que luego el tiempo se encarga de convertirlas en anacrónicas, sin que el espíritu que las inspiró sobre la capacidad de entenderse, de saber ceder para recibir y de no anclarse en posiciones irreconciliables o en materias ilícitas que, como es evidente en un Estado de derecho, no pueden utilizarse para intercambio de cesiones o intentos de chantaje. Un buen discurso como todos los que pronuncia el Rey, pero que ha carecido de la frescura de sus primeros contactos con el pueblo, que llegaron a tener una influencia decisiva. En esta ocasión no hemos visto al rey joven y animoso de siempre. Se le nota que el peso de la corona ya se le empieza a hacer difícil de soportar. “¡Triunfa, España! Los yunques y las ruedas cantan al compás del himno de la fe. Juntos con ellos cantemos de pie la vida nueva y fuerte de trabajo y paz!”
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