Hay un viento de locura que nos está dejando sin alma, y lo que es aún peor, sin horizonte donde abrazarnos. Esto pasa, en parte, por esa ausencia de amor que ponemos en las acciones de cada día. Hacer el bien no es cuestión de palabras, sino de obras, de salirse de uno mismo para donarse e injertar un poco de alegría. Despojados del afecto no se puede edificar nada y mucho menos renacer. Tampoco es cuestión de entrar en pánico, sino de actuar con raciocinio, con la esperanza de un futuro libre de odio, rencor, extremismo y brutalidad, en el que los valores de concordia nos vinculen hermanándonos. Por ello, es importante valorar toda persona, provenga de donde provenga, unirse y reunirse con paciencia y atención a sus desvelos, entrar en diálogo sincero, pues no hay crecimiento sin unidad. No olvidemos a esa multitud de gentes que demandan con urgencia un sitio en el planeta que les permita reasentarse y seguir adelante con sus vidas. Sin duda, esto requiere más amor que nunca, máxime en un momento de tanto desarraigo y divisiones.
No caigamos en el vacío y menos en el desprecio de vidas.
Sin duda, no podemos caminar sin amor, y bajo este contexto vinculante es como en realidad se fraterniza. Por desgracia hay muchas tormentas deshumanizadoras, que nos están dejando sin aliento. Bravo por esos líderes convertidos en mediadores, dispuestos a entregar lo mejor de sí para ayudar a resolver cualquier desacuerdo. Lo prioritario es aminorar los fraudes de los recursos tanto oceánicos como terráqueos, y proceder de otra manera, pues todo se transforma interiormente, a través de una experiencia de verdad, que es lo que verdaderamente nos abre los ojos y nos insta a nuevos pasos, que deben ser desde luego más incluyentes. La cooperación internacional, a mi juicio, en los próximos años debe de ser esencial. Lo importante es cerrar brechas y acortar desigualdades, reducir burocracias y activar esa ternura compasiva que todos los moradores necesitamos para proseguir las andanzas. A propósito, la receta del poeta Amado Nervo (1870-1919), sobre “si vivir sólo es soñar, hagamos el bien soñando”, puede servirnos para tomar el anhelo de la bondad como abecedario de sintonía; y, de este modo, poder mirar unidos en la misma dirección que es como en realidad se crece.
Realmente, no sé si con acierto o no, a mí lo que más me mueve y conmueve, no es tanto el ingenio de la gente, como su generosidad. Por eso, vuelvo a insistir que más allá de ese espíritu literario novelado del amor, hoy se busca otra realidad más concreta, centrada en protegerse y en dejarse acompañar. Hay mucho corazón endurecido, encerrado en sus miserias, que no puede amar porque no quiere querer. Le falta voluntad, cooperación entre semejantes, concurrencia de ilusiones centradas más en dar que en recibir. Son estos criterios, precisamente, los que toman cuerpo en nosotros y hacen posible los avances. Lo substancial es activar ese culto inmenso de la entrega, del compromiso personal y voluntario del rostro humano, para el cual hemos de crear condiciones generales favorables. No desvirtuemos, por tanto, el amor con una pasión de ojos cerrados, sino con el desvelo de mirada franca y oídos en abierto. Así, pues, estamos llamados a colaborar unos con otros, mediante una actitud de gran confianza. En el fondo todos nos requerimos para ese gran proyecto existencial del que formamos parte y, en conjunto, hemos de contribuir a sus logros.
Una cultura que quiere contabilizarlo todo y mercadearlo al mismo tiempo, que sitúa la relación entre los seres humanos en una especie de corsé de derechos y deberes, experimenta contradicciones. La gratuidad en el donarse es cardinal. Nuestra propia vida se destruye si todo se comercializa. Hay que poner amor en todo. De lo contrario, nada persiste. Se me ocurre pensar en quien respeta la prioridad del prójimo, el que se afana y se desvela por su análogo. De momento, acá dejo estos desconsolados datos: Del total de refugiados que precisan ser reubicados apenas el 4,5% pudo encontrar un lugar para rehacer su vida en 2019. Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Suecia y Alemania acogieron a la mayoría de las personas reasentadas. Ojalá aprendamos a reconocer en nuestros semejantes, al hermano o a la hermana. El egoísmo nos empequeñece; no obstante, el corazón se ensancha cuando permanece desprendido. Ahí radica el amor, más allá de los deseos y de las miradas, perseverando y permaneciendo fiel consigo mismo y leal a lo auténtico. Al fin y al cabo, amar es ponerse en el lugar del otro, lo contrario de utilizar o valerse de alguien.
|