Me pregunto por qué tantos se han incomodado con el falso documental de Jordi Evole, "Operación Palace", emitido en la Sexta el pasado domingo, como es lógico, en hora de máxima audiencia.
Somos un país muy raro: alardeamos de sentido del humor pero, el que de verdad cala en la gente es el de Omaíta, Chiquito de la Calzada, algo el de José Mota… y ya casi nadie se acuerda de Tip y Coll y Gila. En realidad, tenemos facilidad para el chascarrillo y somos bastante negados para la ironía. Por eso se ha puesto de moda decir que esa burla fina que la caracteriza "no da bien en televisión", como las camisas de rayas o las chaquetas de "tweed". Y no es cierto: en la televisión británica y francesa, incluso en la alemana, abundan los debates –aquí los llamamos "tertulias"- donde la ironía y su hermano mayor y algo antipático, el sarcasmo, hacen su aparición constantemente sin que el moderador tenga que advertir que los telespectadores "no entienden" las sutilezas y los dobles sentidos.
Pero algunos, incluso aquí, sí los entienden. Y el periodista catalán, con su particular y efectivísimo estilo de plantear temas peliagudos en la pequeña pantalla, ha sorprendido a todos con una ficción inteligente en torno a uno de los episodios más paradójicos y misteriosos de la historia reciente de España: el intento de golpe de estado que tuvo lugar el 23 de febrero de 1981. Y si esa ficción se hubiera desarrollado de acuerdo a un guión dramático clásico, es decir, con un telefílm del tipo de "23-F: El día más difícil del Rey", la cosa se le hubiera perdonado mucho más, porque el espectador habría sabido desde el principio que se trataba de una ficción. Creo que es precisamente la sorpresa final, cuando el telespectador por fin se entera de que durante casi una hora ha asistido a una farsa, lo que no ha gustado a muchos. Y en el fondo es porque la solución que presentaba al enigma histórico sobre qué y quiénes estuvieron detrás de la trama civil del golpe resultaba no sólo plausible sino posible (que no son términos equivalentes, aunque muchos los confundan).
Évole no nos ha tomado el pelo; ha empleado una especie de "intervención paradójica" para que veamos lo fácil que es crear una historia y hacerla pasar por genuina con sólo el empleo de un entorno real y unos actores que sustenten no una teoría, sino unos hechos inventados. El ensamblaje de todo ello da un producto final que es falso, pero que bien pudo haber sido verdadero.
El documental es un juego y como tal se plantea desde el principio: representantes destacados de las fuerzas vivas del país, militares, políticos y periodistas, urden la trama de un golpe de estado que, en realidad, no lo es. Se trata de una gran puesta en escena para que todo parezca real y que la opinión pública caiga en la trampa. El objetivo que persiguen –esta es quizá la parte más débil del guión- es la consolidación de una democracia endeble, sujeta a múltiples vaivenes y a la perenne amenaza de un golpe de estado "real", por medio de un acto que convulsione la conciencia ciudadana y aúne fuerzas y voluntades en torno a la Constitución, la monarquía y las fuerzas democráticas. Los actores –exclusivamente los que aparecen en las entrevistas del documental- han decidido "hablar": el entonces subdirector de operaciones del CESID,José Miguel Albajara, los periodistas Iñaki Gabilondo y Luis María Ansón, los políticos Alcaraz, Verstrynge, Leguina, Mayor Zaragoza, entre otros, se convierten en actores; no dirigidos por José Luis Garci, que es el actor elegido para encarnar la figura del director de cine a quien se le encomienda la tarea de dirigir el montaje de la obra "Operación Palace", sino por el verdadero director en la sombra: Jordi Évole. Todos hablan de cómo se gestó la gran farsa del golpe y de cómo todo estuvo a punto de torcerse por culpa del único que no era actor sino marioneta en manos de ellos mismos: el teniente coronel Tejero, una suerte de chivo expiatorio, y, como en las comedias de enredo, el último en enterarse.
Treinta y tantos años después de aquel suceso son muchas las incógnitas que lo rodean; muchas las preguntas sin respuesta aparente. Évole, con su original manera de ofrecer una explicación de lo que pudo ser y seguramente no fue, nos invita a dudar; a dudar de él, a dudar de los medios, a dudar de las versiones de unos y otros; de lo que se dice, de lo que se hace; de todo… Es un buen ejercicio que no pretende fortalecer el nihilismo sino el escepticismo ante las verdades asumidas y los argumentos "de autoridad".
Diógenes Laercio, el gran historiador de la filosofía clásica, citó a Demócrito de la siguiente forma: "De la verdad nada sabemos; la verdad yace en un pozo"
Un pozo al que Évole ha asomado brevemente un candíl.
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