Indignado con la invasión de Crimea y el belicismo ruso, el Presidente Obama anunciaba que reforzará la OTAN, en aquellos países que tienen frontera con Rusia por lo menos, y el Secretario de Estado John Kerry ha advertido a Rusia de no ir más lejos. Con todo el respeto tanto a Obama como a Kerry, se equivocan de medio a medio.
He aquí una modesta propuesta: En primer lugar, la economía de Rusia lleva tiempo mostrando signos de estancamiento. En lugar de amenazar con sanciones, sería más inteligente ofrecer incentivos económicos — ofrecer a Rusia quizá 7.000 millones de dólares en ayuda económica inmediata a los seis próximos meses más o menos. El sector privado pasaría entonces a instar a Moscú a reingresar en la comunidad internacional ofreciendo nuevas inversiones que en la práctica duplicarían esa inyección de liquidez.
Obama también se equivoca con la retórica dura hacia Rusia. Con independencia de su frustración con el comportamiento de Putin, es importante mostrar respeto a la población rusa, y eso significa su líder democrático electo. En lugar de condenar al Kremlin, Obama debería tender una mano y pedir a Putin que afloje el puño.
El ejército ruso es formidable, y hemos de reconocer los derechos rusos en la región. Está claro que consideran una provocación los despliegues militares estadounidenses, y por eso quizá sea hora de recortar el despliegue naval dentro y alrededor de Rusia. Si naves rusas siguen o acosan a buques estadounidenses, el mejor rumbo de actuación sería simplemente retirar esas naves norteamericanas con el fin de resolver cualquier malentendido. Después de todo, Rusia nunca ha actuado agresivamente contra ningún país vecino, a menos, por supuesto, que sus intereses hagan imprescindible actuar de esa manera. También es importante considerar que, si bien Rusia tiene relaciones con grupos separatistas de Abjasia, Osetia o Crimea, la población allí actúa de forma autónoma en cada uno de los casos. Muchos países con frontera con Rusia actúan de forma racional, y por eso, al seguir adelante con nuestra actividad diplomática, es importante informar a aliados como Polonia, Georgia o Estonia lo mínimo.
Encuentros demográficos más importantes también pueden posibilitar un mejor entendimiento. Hacer quizá que el Departamento de Estado despache a Rusia equipos deportivos estadounidenses acarrearía beneficios. También enviar a científicos que puedan asistir a conferencias allí. Los diplomáticos jubilados como Thomas Pickering podrían impulsar la vía de la diplomacia cultural informal y escribir acerca del ejercicio diplomático en el New York Review of Books. Hemos de ser conscientes de nuestra retórica. No importa la frecuencia con la que Putin y sus acólitos del Kremlin se burlen o condenen a Estados Unidos, es importante que nos demos cuenta de que llamar 'mal' a Putin no hace sino justificar más sus intervenciones.
También es crucial fijar el programa de las conversaciones. Preocuparse por el programa balístico intercontinental de Rusia frustrará la importante cuestión de la diplomacia, y por eso Obama debería descartar eso por completo. El que Rusia esté desarrollando cabezas nucleares tampoco debe preocupar a Obama. De hecho, si las agencias internacionales parecen dispuestas a denunciar las fechorías rusas, sería ideal animarlas a ocultar tales conclusiones para permitir que la actividad diplomática tenga éxito. De igual forma, al crear un marco de actuación con Rusia, lo mejor es mantener en secreto ese acuerdo preliminar de forma que si Rusia engaña un poquito, el Congreso no se valga de eso para poder frustrar más diálogos y la diplomacia.
A usted tales consejos le parecerán fantásticos y ridículos en la misma medida. Y tendrá razón. Bajo ninguna circunstancia un enfoque blando va a convencer a Putin de cambiar de comportamiento.
A lo mejor quizá valga la pena preguntar la razón de que Obama, Kerry, el Departamento de Estado y tantos periodistas y académicos apoyen una estrategia tan ridícula como rumbo idóneo de actuación para resolver el desafío iraní.
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